La OEA de cumpleaños
La Organización de Estados Americanos (OEA) celebró su 70 Aniversario. Fue un momento simbólico, una verdadera celebración tras el peligro de muerte natural que vivió hace 5 años.

La ocasión no fue aprovechada para revisar el historial de la organización, siempre tibia, cobarde, en los momentos en que los pueblos latinoamericanos necesitaron de la solidaridad latinoamericana. Cómplice siempre de Estados Unidos en sus invasiones militares contra Cuba, República Dominicana, Granada o Panamá; o del Reino Unido contra Argentina.
Cómplice siempre con las dictaduras militares en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil o Nicaragua, entre otras. Y además sorda, imperturbable, ante el reclamo de Bolivia de una salida soberana al mar, o ante la situación humanitaria que vive el pueblo de Haití.
De espaldas a esa realidad y a otras del presente, el cumpleaños del Ministerio de Colonias de Estados Unidos, como fue calificada por el canciller cubano Raúl Roa en la década de 1960, fue dedicado a atacar a Venezuela y a Nicaragua.
Crisis humanitaria, crisis migratoria, ruptura del orden constitucional, no reconocimiento a las elecciones del 20 de mayo, necesidad de un canal humanitario, invocación a la Carta Democrática Interamericana, autoritarismo, crímenes de lesa humanidad…fueron las matrices de opinión alentadas por la delegación de Estados Unidos y reiteradas con impresionante apego al guión por los representantes de Argentina, Perú, Colombia, México, Brasil y Chile, por solo mencionar los más fervientes defensores de la “democracia” y los “derechos humanos” en el jolgorio del 4 de junio.
Pocas veces en la historia del hemisferio hubo una puesta en escena tan cínica y estólida como esa celebración. Como si el mundo no supiera la represión que sufre el pueblo argentino, la corrupción que persiste en Perú, los asesinatos de líderes sociales en Colombia y el incumplimiento del Acuerdo de Paz; las decenas de periodistas, estudiantes y políticos asesinados en México y sus olas migratorias hacia el Norte que lo humilla con un muro; la ruptura constitucional del orden en Brasil que, tras un proceso marcado por la corrupción, derrocaron a Dilma Rousseff y encarcelaron al político más popular de ese país, Ignacio Lula Da Silva; y la represión en Chile contra estudiantes excluidos de una educación gratuita o su criminal fraticida negativa a concederle a Bolivia una salida al mar.
Sobre Nicaragua, la piedra en el zapato del imperio estadounidense en Centroamérica, también se dirigieron ataques y menciones cargadas de hipocresía y fervor, frutos del deseo de que el guerrillero y comandante Daniel Ortega sea derrotado.
Nada se comentó del plan milimétricamente elaborado por actores regionales, la Iglesia católica, el empresariado y la derecha nicaragüenses, acciones calcadas de las olas de violencia inducida ocurridas en Ucrania y Venezuela, muy alejadas del eufemismo con que son presentadas: protestas pacíficas.
Sin dudas, estamos en presencia de un recrudecimiento de las acciones contra dos gobiernos incómodos para los planes de Washington; de una revitalización de la OEA como un instrumento de la política exterior de Estados Unidos; y de un ataque en profundidad contra las experiencias integracionistas creadas al calor de los cambios ocurridos entre 1999 y 2010, como la CELAC, la UNASUR y especialmente la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América, ALBA.
La reciente admisión de Colombia a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a la que pertenecen Chile y México; y el casi unísono anuncio de que Colombia, además, será “socio global” de la OTAN, explican la insistencia por desaparecer la Revolución Bolivariana y su legado político y simbólico para la región.
El proyecto Alianza del Pacífico, del que son parte Colombia, Chile, Perú y México, conectado a la estrategia de Washington de cara a Eurasia, con sus variadas iniciativas económicas y militares, pretende domesticar y redireccionar las potencialidades de la región latinoamericana, tanto económicas, militares y de recursos naturales, en función de su enfrentamiento contra Rusia y China.
Los desafíos de la región son inmensos y en las manos de las fuerzas políticas de izquierda, alternativas y de los movimientos sociales está el rescate de la soberanía de nuestras tierras, de nuestros recursos, de nuestro destino y de nuestra propia identidad.