¿Colombia cambia?
Un país que no ha conocido la paz, marcado por la guerra civil prolongada, atravesado por el narcotráfico y su consecuente violencia y con una relación especial con Estados Unidos que data de más de 100 años, lanzó una fuerte señal de cambio el domingo 27 de mayo.

La llegada de un candidato de centro-izquierda a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, no solo con vida, sino con el respaldo de casi 5 millones de colombianos, es una señal importante, más en un país donde el asesinato político de los contradictores del sistema ha sido una constante desde que se intentó asesinar a Simón Bolívar en 1828.
Jorge Eliécer Gaitán (1948); Jaime Pardo Leal (1987); Luis Carlos Galán (1989); Bernardo Jaramillo (1990) y Carlos Pizarro (1990) son solo algunos ejemplos de líderes “incómodos” que tuvieron claras oportunidades de encausar a Colombia por caminos distintos, pero fueron asesinados.
A esas muertes debemos sumar los miles de líderes sociales, de derechos humanos y políticos que desde los municipios y departamentos impulsaron nuevas formas de hacer y ver la política en el país, pero fueron igualmente asesinados u obligados al exilio por los tentáculos oficiales y extraoficiales del poder.
Es por ello que lo que acaba de ocurrir en Colombia podría llevarnos a pensar que la tolerancia comienza a florecer en ese país. Sin embargo, lo que sí nos confirman los resultados del día 27 es que el germen del progreso, una vez más, anuncia que sigue vivo y se expande dentro de una sociedad obligada a convivir entre cánones conservadores y retrógrados.
Nunca antes en la historia del país un candidato al margen de la política tradicional había logrado los índices de apoyo que Gustavo Petro alcanzó en la primera vuelta del domingo pasado. Y el resultado es más reconocido pues su campaña fue objeto de acciones de propaganda sucia, falacias y calumnias en aras de azuzar los miedos construidos durante décadas, ya convertidos en fetiches.
Mucho tuvieron que maniobrar, con paciencia y sagacidad, el candidato y su equipo en medio del cerco mediático. Fue una campaña de propuestas realizables, argumentos, pedagogía permanente y coherencia analítica. Donde el regreso a la plaza pública, al ágora popular, tuvo dos resultados: vibrar junto a un pueblo cansado y mirarlo de frente; y hacer valer el peso real de ese pueblo en la calle.
Ese germen, aún incipiente, encuentra en su camino al viejo país. Una amalgama de intereses y poderes asentados en los poseedores de tierras y riquezas que alientan las viejas confrontaciones y se ceban en la ignorancia y las necesidades de las capas más humildes y excluidas. Sin dudas, esa es hoy la principal fuerza política de Colombia, encabezada por el Senador Álvaro Uribe. Los más de 7,5 millones de votos obtenidos por el candidato de derecha Iván Duque así lo atestiguan.

Sin embargo, el respaldo obtenido por un tercer candidato, el matemático Sergio Fajardo, quien presentó propuestas cautas en lo económico, defendió la educación y la equidad y le plantó cara a la corrupción y el clientelismo, confirma que, probablemente, esos otros 4,5 millones de colombianos que votaron por él no aspiran a un país dirigido por Duque.
La cuenta no puede ser matemática, más cuando la alianza que apoyó a Fajardo es mucho más heterogénea desde el punto de vista político e ideológico. Pero a grosso modo se puede inferor que ese electorado tiene la responsabilidad histórica de decidir si facilitan con su abstención o eventual apoyo el triunfo de Duque, o aseguran un nuevo camino con compromisos junto a Petro.
Pero la mayor incertidumbre está en hacia donde se girarán los 1,4 millones de votantes que respaldaron a Germán Vargas Lleras, el ex vicepresidente del gobierno de Juan Manuel Santos. Juntos representan un sector de derecha que sin contradicciones antagónicas con el uribismo, persigue intereses políticos, jurídicos y económicos que colisionan con los de Álvaro Uribe.
La historia ha demostrado que la derecha tiene una singular capacidad para encontrar la unidad en momentos de peligros; y Petro, por más concesiones que se viera obligado a hacer en sus próximas alianzas, es un peligro para la derecha colombiana y regional.
Otro factor interesante de cara a los acuerdos y coaliciones que deben surgir en los próximos días es Humberto de la Calle. Su menguado capital electoral no es despreciable en la porfía que se viene, pero más importante es su capital político como artífice del Acuerdo de Paz con las FARC, y hoy uno de sus más firmes defensores. Humberto podría llamar a las filas de Petro a más liberales de los que ya se han pasado por convicción al petrismo o al fajardismo. Y podría representar un papel de equilibrio en un futuro gobierno de la Colombia Humana que impulsa Petro.
La Colombia que despertó el día 28 de mayo ya no es la misma. Para algunos, el país se polariza más; para otros, emerge por fin la diversidad que transpira desde sus selvas, montañas, ríos, costas y ciudades. Una diversidad expresada en los más de 9 millones que no optaron por los representantes de los grupos de poder que por décadas han mantenido en sus manos los destinos del país. Parece que Colombia, una vez más, intenta cambiar su rumbo.