Si el eje pro-sirio, analizado en el artículo anterior, evidencia una heterogeneidad cultural e ideológica singular, con variados intereses que se cruzan de manera permanente unos y otros de manera coyuntural, el eje estadounidense-árabe-sionista no es menos y transpira una diversidad que no deja de sorprender por su convergencia, por momentos contradictoria o anacrónica.

Aunque es un hecho, aún resulta indigerible constatar los niveles de coordinación de determinados países árabes con Israel cuyas armas estadounidenses asesinan diariamente a árabes palestinos “defendidos” a voz en cuello desde emiratos y reinos.

Tamaña indigestión posibilita entonces comprender cómo contra Siria se abalanzaron los petrodólares de las monarquías y emiratos del área. Cientos de miles de mercenarios y terroristas fundamentalistas fueron financiados por distintos regímenes de la zona con el respaldo consciente de EE.UU. e Israel para derrocar al gobierno de Bashar Al Assad.

Pareciera que la traición, el parricidio y el fratricidio son características culturales de la zona, pues las acciones de este tipo han marcado la vida política de muchos de los estados involucrados en esta trama que también tiene su cuota de felonías despreciables, como la que se conjuró en la Liga Árabe contra Siria, donde solo Yemen y El Líbano respaldaron a Damasco, mientras que Iraq se abstuvo. El resto siguió el guion saudita y la batuta estadounidense.

Veamos algunos elementos que caracterizan a los principales factores de este eje:

La nueva Administración del magnate Trump parece más enfocada a terminar la guerra en Siria y enfilar las baterías políticas y mediáticas hacia Irán. Entre las causas podrían estar lo que supone Washington como un avance de Irán en la zona, no solo desde el punto de vista político y económico sino desde una perspectiva militar, unido al respaldo a Hezbollah. Este enfoque es el que defiende el lobby judío y tiene respaldo en importantes sectores políticos estadounidenses.

Israel no ha dejado de quejarse en cuanta tribuna exista ante el “avance” de Irán. Ni siquiera la debilidad siria reduce sus temores. Aducen los sionistas que la presencia iraní en Siria garantizaría el fortalecimiento de su mayor pesadilla: Hezbollah, en tal sentido, el respaldo estadounidense no se ha hecho esperar.

Hasta el consejero del presidente Trump para la Seguridad de la Patria, Tom Bossert, se ha unido a otras voces que recientemente han retomado la seguidilla sobre la “amenaza de Hezbollah”. Más allá de que los acordes israelíes, estadounidenses y saudíes forman una armónica cortina de humo que intenta ocultar el reconocido vínculo de estos tres actores con el terrorismo, lo significativo es que, tras esa campaña se podría estar gestando un golpe israelí en el sur de El Líbano.

Pero EE.UU. tiene otras preocupaciones de carácter estratégico. China ha decidido potenciar sus inversiones en Siria e incluir al país árabe, junto a Irán e Iraq, en la “ruta de la seda”. Los analistas y estrategas estadounidenses están muy preocupados por lo que significaría para el Medio Oriente la suma del peso político y militar de Rusia con el respaldo de una potencia regional como Irán que aumenta su influencia en Iraq, y el potencial económico y financiero de China, justo en el centro de los mares Mediterráneo, Pérsico, Caspio y Negro.

EE.UU., consciente de su derrota militar en Siria y del deseo ruso de concluirla guerra, está obligado a jugar sus cartas negociadoras, apoyándose en sus complejos alfiles regionales: Israel y Arabia Saudita.

Las diferencias entre la casa Saúd e Irán son históricas y se profundizaron con la Revolución Islámica de 1979. De la fecha hasta hoy, por más que señalen a Israel, el encono saudita es con Teherán. Ninguno de los dos olvida el aporte financiero de Riad a Saddam Hussein en su guerra contra Irán. La guerra en Siria es otro escenario de confrontación indirecta, como lo fue también El Líbano.

Sin embargo, diversos hechos parecen haber condicionado un giro de la política regional de Riad que podría traer consigo al menos el fin de la guerra en Siria que debilitada podría ser pasto para los petrodólares saudita.

Entre los factores que indican este escenario está el cercano relevo del actual monarca. El nuevo Rey necesitará estabilidad para ejecutar su agenda, por lo que las guerras contra los huthíes yemeníes, sirios, libaneses, iraquíes e iraníes, pone en tensión a la comunidad chiíta del reino saudita. Por tanto, las guerras en Yemen y Siria son contraproducentes.

Respecto al nuevo monarca, todo parece indicar que será Mohammed ben Salman Al Saúd, de 31 años, quien es ministro de Defensa. La noticia de que sería el príncipe heredero y sucesor se dio casi un mes después de que ben Salman regresara de Moscú con un acuerdo petrolero entre ambos países bajo el brazo.

Otros factores que inciden en el giro es la férrea defensa de los sirios al Gobierno de Bashar Al Assad, la demostración de fuerzas hecha por Irán y Hezbollah en el campo militar, el acercamiento de Iraq al “eje chiíta”, el impacto en el tablero que significó la intervención directa de Rusia, los planes de China, la nueva postura de Turquía y los reacomodos de la política exterior de EE.UU.

El vínculo de Israel con los grupos terroristas que operan contra los Gobiernos de Siria e Iraq es una verdad incuestionable. A ello sumémosle su conocida forma de actuar: apoyar siempre, sin escrúpulos, la división de los potenciales y declarados enemigos tal y como aconseja la máxima Julio César “divide et impera”.

Aunque su empeño actual es mantener todas las acciones que conlleven un mayor debilitamiento de Siria, los halcones israelíes saben que la guerra está decidida a favor de Bashar Al Assad y solo es cuestión de tiempo retomar el control de todo el territorio, salvo que ocurra una invasión directa de EE.UU., algo que no está en los pronósticos.

Ante esta realidad, Israel enfocará su accionar hacia cuatro prioridades en el corto plazo: mantener divididos y arrinconados a los palestinos; evitar por todos los medios que Siria se convierta en base de apoyo y vía de abastecimiento iraní para Hezbollah; evaluar las posibilidades contra Hezbollah en El Líbano; y reforzar la influencia dentro de grupos kurdos iraquíes favorables a la fragmentación de Iraq.
Sobre lo primero no hay mucho que abundar y toca a los palestinos superar las divisiones. Desde El Cairo llegan noticias sobre acuerdos de unidad que tienen entre sus debilidades el desprestigio de sus firmantes.

Sobre lo relacionado con hezbollah y El Líbano, ante el nuevo rediseño de fuerzas en la zona, Israel podría verse obligado a reforzar su primer anillo de defensa que incluye las alturas del Golán y su frontera con El Líbano. En ambas botas tiene sendas piedras. Por un lado teme que el respaldo de Irán a Siria ponga en jaque la ocupación ilegal de las Alturas, lo que podría usarse como pretexto por Tel Aviv para cualquier aventura.

Por el otro, la pesadilla que significa para Israel el Hezbollah, cada vez más equipado, entrenado y conectad a la región, pone a El Líbano en la mira sionista. Las maniobras desarrolladas en septiembre en el norte de Israel, justo en la frontera libanesa, no son una señal menor, más cuando fueron catalogadas como las más grandes en 20 años.

Tampoco debe olvidarse la visita que realizaron en agosto a EE.UU Yossi Cohen, director del Mossad, junto al jefe de la inteligencia militar; y el responsable de asuntos político-militares del ministerio de Defensa de Israel. La seguridad de Israel debió ser el centro de las conversaciones.

Sobre estos temas también habló Netanyahu con Putin en Sochi. La andanada de amenazas del Premier al salir de la reunión contra Irán, Siria y el resto de sus fantasmas puede ser una muestra de que Moscú, más allá de las buenas relaciones mutuas, se niega a que surja otra confrontación en la zona más cuando se empeña en terminar la guerra en Siria.

Respecto al tema kurdo, el respaldo de Israel a las intenciones de determinados grupos kurdo-iraquíes de independizarse de Bagdad tiene como trasfondo político el interés del régimen sionista de establecer una cuña territorial entre Siria e Irán y paralelamente generar nuevos escenarios de tensión en la zona.

Sin dudas, el carácter internacional de la guerra en Siria está demostrado. El peso estratégico de ese país desde el punto de vista geográfico, cultural, económico y comercial determina en buena medida el enfrentamiento que tiene lugar allí entre los distintos bloques o ejes analizados, que aunque fracturados por diversos intereses, están bien definidos. La guerra parece que termina y con pólvora y diplomacia se están incubando nuevos conflictos. Parece que nadie quiere salir de Siria.