Del thriller catarí al remake venezolano
Un guión para una película de Hollywood es lo que parece la saga Saúdita contra Catar; una historia ambientada en los desiertos árabes del siglo XIX. Pura ficción, con pocos elementos verosímiles.

Pero
lamentablemente no es una mala superproducción de la industria cultural
estadounidense. Esta serie, que anuncia varias temporadas, es una realidad que
ha superado la ficción.
Arabia Saudita,
una vez más, con su séquito de satélites, hace una escalofriante demostración
de arrogancia monárquica tribal, de soberbia pretendidamente divina, de
hierático cinismo, de irrespeto al derecho internacional, y del uso de la
coerción económica y política para lograr fines geopolíticos espurios.
Mientras esto
ocurre, el mundo, tal y como viene sucediendo durante décadas, asume con
pasmosa frialdad esta nueva afrenta a la legalidad internacional. Unos por
estar afincados en los intereses comunes, otros por estar acorralados por los
préstamos de la Casa Saúd, y otros, indiferentes, pensarán que en un mundo
atiborrado de injusticias y crímenes impunes, un caso más qué importa.
Lo cierto es que
los Saúd, con la lista de condiciones impuestas a Catar, han hecho gala de un
total desprecio por las reglas de la diplomacia tradicional, no ya por los
principios, de los cuales ni se habla porque, estemos claros, en la Casa Saúd
lo primordial son los intereses.
Este accionar
prepotente encaja de manera cabal y no por casualidad, con las declaraciones
que recientemente hizo el ex canciller mexicano Jorge Castañeda, cuya fama se
debe especialmente a sus estrechas relaciones con sectores e instituciones
estadounidenses.
Dijo
recientemente este político de derecha en un artículo del diario español El
País que los principios de no intervención y de autodeterminación de los
pueblos son “caducos” y llamó a los gobiernos de América Latina y a México a
tener una política exterior “correcta” respecto a Venezuela.
Lo correcto para
este ex Canciller es la injerencia y el atropello de los principios consagrados
en la Carta de las Naciones Unidas. Sin lugar a dudas, este político, como los
Saúd, siguen al pie de la letra la larga y conocida impronta intervencionista
que por siglos ha impuesto EE.UU. en la historia de las relaciones internacionales.

En un contexto internacional marcado por las recientes guerras de Yugoslavia, Iraq, Afganistán, Libia, Ucrania, Siria, Yemen; y por el aumento de las contradicciones y tensiones militares, políticas, económicas y financieras entre potencias del calibre de EE.UU. por un lado y por el otro, Rusia y China, lo preocupante es que determinados principios que intentaron establecer un orden en las relaciones políticas globales después de la Segunda Guerra Mundial y aún mantienen vigencia y utilidad, comiencen a ser blanco no solo de violaciones groseras, sino también de cuestionamientos pretendidamente teóricos en el campo de las ciencias políticas y la diplomacia con el afán de establecer reglas del juego favorables a los grupos de poder más agresivos del imperialismo mundial. Es por ello que la insolente postura de Arabia Saudita, que agrede a Yemen, financia terroristas, olvida a los palestinos, colabora con Israel y ahora presiona a Catar, está en plena sintonía conceptual y política con estas declaraciones de Castañeda quien persigue, en otro extremo geográfico, colaborar con los planes estadounidenses de destruir la Revolución Bolivariana, en un remake de los hechos ocurridos en Ucrania, Egipto, Túnez, por solo poner ejemplos de las plazas más recientes donde los guiones escritos en Langley han marcado los acontecimientos. Lo que ocurre en Caracas es una clara guerra de baja intensidad donde intervienen todos los componentes de la guerra de cuarta generación (boicot económico, aislamiento diplomático, subversión interna, agresión mediática, guerra psicológica, acciones terroristas) combinados con métodos actualizados que fueron ya ensayados en Irán (1953), Guatemala (1954), Cuba (década de 1960) y Chile (1973), por solo poner ejemplos paradigmáticos de la historia de este tipo de “cine”. Hoy, tanto en el Medio Oriente, como en América Latina y el Caribe, EE.UU. implementa sus planes intervencionistas trasladando el protagonismo de las acciones a los gobiernos y oligarquías pro-estadounidenses de ambas regiones; y utilizando, como marco intervencionista y legitimador, a los mecanismos supranacionales regionales como la Liga Árabe y OEA. De esta forma, Washington promueve la traición y el fratricidio, ahonda la división y fracciona los procesos y esfuerzos integracionistas más genuinos. Si en el Medio Oriente, el foco del “escándalo” está en Siria por supuestas violaciones de los derechos humanos, en Latinoamérica, la “preocupación” está en Venezuela, donde un gobierno “masacra” protestas “pacíficas”. Sin embargo, ningún medio de prensa ni gobierno pro-estadounidense se escandaliza por el genocidio de las tropas Sauditas en Yemen ni por el crimen israelí contra el pueblo palestino ni por centenares de niños palestinos presos en cárceles sionistas. Tampoco se perturban por la cifra de desaparecidos en México que suman miles ni por la brutalidad militar y policial de las fuerzas del orden brasileñas que defienden a un gobierno corrupto resultado de un grosero golpe de Estado. Así andan las “producciones” de Washington por varios circuitos globales. Cuentan con “crítica” favorable tanto en la prensa monocorde como en las Academias sistémicas. Poco importa que sean guiones preestablecidos o reciclados, lo fundamental es que estén preñados de violencia, caos y destrucción y siempre esté presente la flamante bandera de las barras y las estrellas, símbolo que remarca la fatal omnipresencia del eterno antagonista de los pueblos, ya sea en un thriller ambientado en Doha, o en un remake rodado en Caracas.