Venezuela, la integración y la OEA
La historia tiene claves concretas y simbólicas que permiten, sino adivinar, sí vislumbrar los derroteros que pueden abrirse en el futuro.

Diversas condiciones históricas permitieron
que surgiera un Simón Bolívar y que desde Caracas, Venezuela, se impulsara el
sueño independentista al que Bolívar le imprimió visión latinoamericanista y
unitaria que trascendió los esfuerzos locales de redención.
Para El Libertador, la América hispana debía
ser única e indivisible, y original en sus formas de gobierno, distante del
ensayo republicano que desde el Norte le provocaba reticencias por sus esencias
expansionistas y discriminatorias.
Su bregar político y militar, su agudeza como
estadista y su vasta cultura, le permitió avizorar que del Norte americano no llegaría
más que calamidades para los pueblos del sur del Río Bravo.
El Congreso Anfictiónico de Panamá fue
evidencia del interés emergente que nacía en los Estados Unidos: impedir en la
América Latina el desarrollo de un proceso político propio y unitario, capaz de
dirimir la hegemonía en la región. Dividir para dominar fue, en definitiva, la
consigna y el método.
Así transcurrieron más de 150 años de historia
en nuestras “dolorosas repúblicas”, como le llamó José Martí, Héroe Nacional
cubano, quien mucho antes que Vladimir Ilich Lenin, justo en el colofón del
siglo XIX, advirtió sobre las apetencias imperialistas de unos Estados Unidos
repletos de mercancías y sedientos de mercados.
Para impedir su expansión sobre las tierras de
América Latina y el Caribe, organizó también José Martí la guerra de
independencia en Cuba. Intento frustrado por Washington que intervino con sus
fuerzas en una guerra casi terminada y ganada por las armas cubanas. Fue ese un
acto ilegítimo y demagogo, catalogado como la primera guerra imperialista de la
era contemporánea.
Cincuenta años después, en 1948, nació la
Organización de Estados Americanos (OEA), esquema de dominación largamente
deseado, estimulado y diseñado por los Estados Unidos, que tejió todos los
hilos para lograr asir cada hebra desde nuestras capitales, por separado, hasta
un solo capitel sembrado en Washington.
Invasiones, apoyo a dictaduras, control de las
políticas económicas, saqueo, subordinación a los intereses estadounidenses
durante la Guerra Fría, e insulto permanente a unas quebradas soberanías,
fueron la norma en las relaciones interamericanas, siempre capitaneadas por
Washington. Regularidad movida de una forma determinante por la Revolución
Cubana, cuya resistencia trastocó el curso de la historia regional.
Cercado
y aislado por cincuenta años, la firmeza del pueblo cubano hizo posible el
renacer del sueño bolivariano, justamente en Venezuela. Hastiados del engaño y
el empobrecimiento que significó el neoliberalismo para los venezolanos, un
telúrico impulso revolucionario emergió triunfante en 1998, cuando se hablaba
del fin de las ideologías y de la historia. El siglo XXI latinoamericano abría
sus puertas.
La nueva correlación

Casi 15 años de triunfos marcaron la ola
revolucionaria latinoamericana. Sin embargo una nueva correlación de fuerzas
emerge fruto de la ofensiva derechista e imperial. Más, la Revolución en
Venezuela resiste todos los temporales.
Se sabe que ese proceso revolucionario es un serio
obstáculo político y un mal ejemplo cultural que lo hace diana de los planes de
los Estados Unidos. Se sabe que Hugo Chávez supo hacer visible lo latente y
puso a cabalgar por la región un sueño impensable pero posible y todavía
inconcluso. Peligroso es también el “chavismo”, que como identidad política
marca de manera notable la sociedad venezolana y cristaliza anhelos
continentales.
Pero la integración, esa necesidad histórica
que nuevamente removió a Bolívar de los pedestales olvidados, ese renovado aire
de autoctonía, ese orgullo propio renacido y esparcido por la región, ese es
tal vez una de las mayores preocupaciones de Washington.
La Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América, la UNASUR, PetroCaribe y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) constituyen desafíos político, económico,
simbólico y estratégico para los intereses hegemónicos de los Estados Unidos,
más cuando en el mundo la geometría del poder global sufre serias
transformaciones.
Obviamente,
debilitando las piezas, el todo debe tender a desmoronarse. Y en esa dirección
han marchado los planes desestabilizadores diseñados en Washington. Uno a uno
han caído varios gobiernos integracionistas y progresistas como Paraguay,
Argentina y Brasil; pero en tanto el principal horcón integracionista siga en
pie, el todo se resiste al vacío. No han sido 15 años en vano. Han sido años de
cambios en los que la Revolución Bolivariana sigue siendo horcón y espíritu.
La OEA ¿reflotada?

El plan contra Venezuela es visible. Pero la
tozudez antivenezolana en los marcos de la OEA aspira a más. Aunque esta vez no
se logró el publicitado plan de invocar una Carta y pretender una suspensión,
alegando falsedades recreadas mediáticamente, sí se logró el objetivo de enconar
y quebrar más a la región, tal y como lo evidenció la última votación en la OEA.
No pudieron con el pilar, pero han minado la unidad.
Veinte países, entre ellos cinco de la
comunidad caribeña, cinco centroamericanos y ocho sudamericanos, más los
Estados Unidos y Canadá votaron contra Venezuela en un lance no
confrontacional, distinto al que aspiraba el secretario general de la OEA, Luis
Almagro, pero igual de artero y divisorio.
La CELAC se reciente. No hay dudas. De los 18
países latinoamericanos que se alinearon contra Venezuela, 12 de ellos no
estuvieron representados por sus mandatarios en Punta Cana, República
Dominicana, donde se celebró la V Cumbre de la CELAC.
Es evidente que las acciones de la OEA, además
de atacar a Venezuela y mellar la unidad regional cumplen un tercer objetivo: reposicionar
la desprestigiada organización y reforzar los mecanismos interamericanos de
dominación y subordinación al servicio de los Estados Unidos.
La hipocresía se hizo ola en la OEA. Gobiernos
como el de México y Colombia, con un historial de violaciones a los derechos
humanos amplia y notoria, se mostraron preocupados por la “situación” en
Venezuela. La correlación de fuerzas adversas permite semejantes expresiones de
cinismo.
A
pesar de todo, en la OEA venció Venezuela. Pero fue solo una escaramuza en la
batalla que le toca librar. La fórmula para revertir el terreno perdido la
resumió Raúl Castro, el presidente cubano, en la propia patria de Chávez y de
Bolívar, el 5 de marzo de 2017: “…el vínculo entre el ALBA y el Foro de Sao Paulo y la relación entre los
gobiernos revolucionarios y progresistas con las fuerzas políticas, los
movimientos populares, las organizaciones sindicales, campesinas,
estudiantiles, académicas y con la intelectualidad de nuestros pueblos, sigue
siendo decisivo”. A buen entendedor, con pocas palabras basta.