Aunque la lucha es dura, podemos ver chispas de cambio en la negociación de paz colombiana
Hoy, rebrota una chispa de esperanza en el complejo proceso de paz colombiano. Vuelan muchos sueños, se aferran a la tierra buscando realizarse como las utopías en seres aguerridos, inconmensurables e imbatibles como Fidel Castro, quién tuvo un papel principal en este proceso.

Resaltan tres actores sociales en la situación actual del proceso
de paz colombiano: el de quienes se oponen y pretenden derrotar, incluso por la
vía militar a los grupos rebeldes y contener así toda la histórica rebeldía de
sectores populares en Colombia, pero además pelean por la continuación de un
modelo de desarrollo con acumulación de tierras y bienes por medio de argucias
y en muchos casos la intimidación y la violencia, además de una economía
extractivista minera con pocos controles.
El segundo actor colectivo,
que tiene mayorías en el gobierno y el Congreso Legislativo, que ha logrado
llevar adelante la negociación y se entiende en Colombia como una fisura o
ruptura entre las elites, con apertura a que las guerrillas entreguen armas, puedan
insertarse en el régimen político y la economía, superando el ánimo pendenciero
y vengativo del populismo punitivo. Aún sus expresiones desde un modelo liberal
y abierto a factores de modernización, pretende mediante su humanitarismo y
construcción de estado de derecho, desvertebrar la histórica rebeldía que fue
la piedra de toque de todos los grupos armados revolucionarios a lo largo de varios
siglos. Y así, establecer mecanismos de control y docilidad de sectores
populares con una participación legalista, ritualista e inocua con respecto a
estrategias revolucionarias radicalizadas hacia el cambio de estructuras. Es
muy reformista.
Y el tercer sector, las guerrillas armadas que persisten, las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el Ejército de Liberación
Nacional; con sectores no armados de izquierda (quienes son objeto de
asesinatos sistemáticos por parte de la ultraderecha), un sector que no
participa en las elecciones pero se expresa en movimientos populares y sociales
y ONGs; que aceptan un modelo capitalista sin depredación económica,
explotación desbocada y democracia popular participativa. Transitando de la rebeldía armada mas otra escéptica y
radicalizada en rebeldía que busca construir formas institucionales
participando en los procesos político electorales y de representación
legislativa. Estimulados por los procesos legales de los países vecinos en
Ecuador, Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Diferente al modelo liberal del
gobierno, que reprime la rebeldía y la protesta, como por ejemplo, los bloqueos
de comunidades a la extracción de petróleo y oro dañinos para el medio
ambiente. Daría mucho juego a los movimientos sociales y lucha por el desmonte
de la “Doctrina de la Seguridad Nacional” que orienta las Fuerzas Armadas del
Estado contra su propio pueblo y propicia formas privadas de seguridad que se
constituyen en factor represivo y lumpezco.
Desde
estos tres sectores que se orientan a ganar los corazones de millones de
colombianos, se ha presentado un proceso democrático en el Congreso Legislativo
con la participación de gobierno, legisladores, cortes y sociedad civil. Y la
mayoría absoluta votó por la Refrendación del Acuerdo Especial firmado hace una
semana -75% según el presidente Juan M. Santos-. Solo se opuso el grupo
político, en minoría, que no participó de la votación acusando la Refrendación
de ilegal e ilegítima y amenazando con acciones legales y movilización en las
calles –resulta curioso que la derecha radical en Colombia y Venezuela se está
tomando las calles para “protestar” para defender el status-quo y la gran
propiedad planteándose como oposición-.

Nuestro anterior artículo, describía una situación de
desesperanza, porque en el plebiscito que permitía la refrendación del acuerdo
de paz, por un estrecho margen de votos ganaron los que rechazaron todo o
partes del Acuerdo, que fue ampliamente difundido.
Hoy, renace la esperanza y los sueños de un país donde se pueda ejercer
la política sin violencia armada y los procesos productivos no estén
atravesados por formas delincuenciales y de acumulación por desposesión
violenta.
Las propuestas expresadas en las 310 páginas del acuerdo firmado
el 24/nov/2016 y refrendadas en el Congreso de Colombia en los dos últimos días
de noviembre, en sus dos instancias: Senado y Cámara de Representantes, tienen
validez como un Acuerdo que permite continuar la consolidación de una paz estable
y duradera. Es fruto de debates democráticos donde todos los grupos tuvieron
participación.
Pero la alegría se encuentra con la dura oposición a los acuerdos
del bloque parlamentario que lidera sectores elitarios, los cuales intentan
deslegitimar los acuerdos y en general el proceso de reconciliación.
Planteado así, parecería irracional e incluso absurda la posición
de este grupo político, pero hilando mas fino, encontramos que existen
concepciones sobre el estado, el monopolio del uso de la fuerza, la justicia y
el castigo, el modelo de desarrollo (incluso en los debates políticos aluden a
intereses económicos claros como la apropiación de tierras baldías por parte de
conglomerados económicos descalificando la repartición a pequeños agricultores)
y las relaciones internacionales que, como planteábamos en el anterior artículo
van a inclinarse posiblemente hacia una posición evasiva o una oposición del
gobierno Trump hacia esta negociación echando para atrás aspectos como el apoyo
a la sociedad colombiana con el retiro de las ordenes de extradición a líderes
de las guerrillas, la oferta de recursos del gobierno Obama para el
posconflicto y el respeto a decisiones soberanas del país como la apertura del
régimen político hacia nuevas fuerzas, como las guerrillas ya en la arena
política sin armas.
Los
argumentos de la oposición al acuerdo son falaces, porque no hay ningún
contenido en el “Acuerdo Especial” que atente contra propietarios de “buena fe”
ni contra la inversión privada. Y la contención a la apropiación desmedida de
propietarios con las tierras del Estado –baldíos- es una medida necesaria para
repartir tierras a los campesinos pobres y desposeídos y para evitar la
continuación de hechos violentos desde los procesos de acumulación que han
caracterizado la productividad agropecuaria desde hace mas de un siglo.

El acuerdo del gobierno con las “Fuerzas Armadas Revolucionarias”
solo pretende defender a los campesinos empobrecidos y desposeídos de la
voracidad y las prácticas violentas de sectores que pretenden seguir acumulando
tierras y manejando el estado mediante la combinación de formas de
intimidación: Por un lado con su bloque parlamentario -que afortunadamente fue
derrotado en el Congreso Legislativo- y sus aliados en las cortes judiciales y,
por otro lado con los sectores ilegales que detentan negocios ilícitos (entre
ellos los que han acumulado tierras mediante el terror y el despojo) quienes no
solo amenazan, sino que continúan con el genocidio contra movimientos de
izquierda como “La Marcha Patriótica”, “La Unión Patriótica” y “El Congreso de
los Pueblos”.
En otras palabras, practican la combinación de formas de
intimidación, posando como víctimas en el Congreso para deslegitimar lo que se está
acordando, denunciándolo como dictatorial y apelando a la “voluntad popular”
para forzar a una ruptura del proceso de paz, pero actuando disfrazados
estimulando, cohonestando y dirigiendo grupos criminales contra los activistas
de la paz y de la izquierda en Colombia y azuzando a sectores militares para
que se subleven y ataquen a los grupos
insurgentes en proceso de paz y a los grupos de izquierda que previamente
señalan desde su tribuna parlamentaria y políticos regionales y locales.
Pero como en toda tensión dialéctica, salen chispas de cambio, si
grupos organizados, conscientes y racionales trabajan en salidas para estos
choques políticos. El equipo negociador del gobierno y los delegados de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias han logrado convencer que se pueden buscar
prácticas democráticas, que si bien no solucionan graves y amplios problemas de
inequidad y justicia, si contribuirían a un mejor escenario para la
participación popular.
Y
lo mas importante es que convencieron dos de cada tres parlamentarios que
representan a la nación que los ha elegido, para que se pueda continuar con la
fase de Implementación e incorporación de los rebeldes en la dinámica legal del
país.
En
5 meses así deberían estar las armas del grupo rebelde, según la agenda de
negociación, pero la inquietud que persiste es si las armas de los “boxeadores
contratados del capitalismo”, de la acumulación y desarrollo violento y la democracia autoritaria también
se silencien y se ejerza la máxima democrática del monopolio del uso de la
fuerza por parte del Estado protegiendo a todos los ciudadanos y las fronteras.