América Latina y el Caribe: La integración cuesta arriba
La ola progresista que sacudiría a América Latina y el Caribe, prevista por Fidel Castro en 1992 y en cuya cresta se encuentra resistiendo la Revolución Bolivariana de Venezuela, junto a otros procesos profundos como es el caso de Bolivia, Nicaragua, Ecuador y El Salvador, impactó con notable fuerza en los anhelos históricos de integración y unidad de los pueblos de la región.

Los avances en los últimos 15 años son indiscutibles: derrota continental a los intentos estadounidenses de imponer un Área de Libre Comercio; diversificación de los espacios de relación entre pueblos y gobiernos de la región; ruptura total del aislamiento estadounidense contra Cuba, fortalecimiento de mecanismos económicos como el Mercosur; creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA); fundación de la UNASUR y PETROCARIBE; y la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Fue el líder revolucionario venezolano Hugo Chávez el artífice e impulsor de muchos de estos mecanismos marcados por la impronta de Simón Bolívar quien aspiró a una América unida, sólida y encaminada a un destino común de libertad y justicia social. Sin embargo, a pesar de los avances logrados, el sueño bolivariano y de otros muchos políticos libertarios de la región sigue estando hoy por cumplir. Aunque la ola parecía incontenible, Washington aprendió la lección. Y con su proverbial capacidad de adaptación, configuró una estrategia para reconquistar la zona, desvirtuar los procesos de cambios, desarticular los mecanismos de integración y concertación, y recomponer su hegemonía debilitada. Las fuerzas de derecha han logrado superar el desconcierto que provocó el aluvión progresista de estos tres lustros. Re-articulada y con el respaldo de EE.UU., esa derecha ha conseguido ganar espacio y superar resistencias. Los permanentes intentos desestabilizadores contra todo gobierno de izquierda continúan y se recrudecen. Muchos de ellos, como los fraguados contra Venezuela, Ecuador y Bolivia fracasaron, peor intentan abrir nuevas brechas. Otros planes desestabilizadores sí tuvieron éxito. Primero cayeron Honduras y Paraguay, los eslabones más débiles del ALBA y la UNASUR, con sendos golpes de estado. Recientemente, con la victoria del neoliberal Mauricio Macri en Argentina y el golpe parlamentario que depuso a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, el proceso integracionista latinoamericano de vocación bolivariana pierde dos importantes puntales. El cerco a Venezuela dirigido a borrar al chavismo como alternativa política busca también impactar en los espacios de integración donde la Revolución Bolivariana ha sido, en algunos casos, factor determinante tanto en lo económico como en lo político. El boicot de Paraguay, Argentina y Brasil para impedir que Venezuela ejerciera con normalidad su presidencia al interior del Mercosur, refleja el cambio en la correlación de fuerzas y los nuevos problemas que enfrentan los gobiernos de izquierda latinoamericanos.

Al mismo tiempo, Washington se esfuerza por fortalecer y reposicionar sus esquemas de dominación como la Organización de Estados Americanos (OEA), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Cumbre de las Américas, mientras amplía sus vínculos militares de forma solapada con las estructuras homólogas de los gobiernos de derecha. El movimiento táctico de EE.UU. ha llegado incluso hasta intentar atraer a la Cuba revolucionaria a esas brazas, plan sobre el que hay conciencia en La Habana. Aunque la Mayor de las Antillas aceptó participar en las Cumbres de las Américas y adelanta con audacia y seguridad un complejo proceso de normalización con Washington, La Habana ha reiterado que no regresará jamás a la OEA, organización considerada como un Ministerio de Colonias. Pero no solo Washington desempolva viejos instrumentos como la OEA o las Cumbres, sino que también estimula otros nuevos. La Alianza del Pacífico, esquema de articulación de políticas y necesidades económicas de las oligarquías regionales, se alza como una nueva cuña neoliberal al interior de la región. Economías como las de Chile, Colombia, México y Perú, precursoras de la Alianza, y defensoras del libre comercio, y a las que se sumarán otros países como Panamá, Costa Rica y seguramente Argentina, insertarán nuevas lógicas en los mecanismos de integración como la CELAC y la UNASUR, así como en el Mercosur, dónde se impondrá el desafío de preservar la naturaleza política y económica de esas organizaciones y los niveles de concertación alcanzados hasta hoy. Se impone para las organizaciones políticas y sociales de izquierda replantear y revisar sus planes y acciones en aras de recomponer sus fuerzas y rechazar estos visibles avances de la derecha y el imperialismo a nivel nacional y regional. La situación, aunque tensa, es favorable en tanto el acumulado político de estos más de 15 años de trasformaciones y avances es evidente y tangible. Lo confirma el desespero y la prisa con que la derecha, una vez recuperado el Gobierno, se apresta a desmontar todas las conquistas sociales aprovechando la morosidad de la izquierda y la consecuente desmovilización social. A nivel regional y al interior de los mecanismos integracionistas conformados en los últimos años, se debe evitar la misma situación, preservando la cohesión y la concertación alcanzadas que han permitido solucionar desavenencias, actuar autonomía ante situaciones regionales, declarar la región como Zona de Paz, impulsar la solución de conflictos como el colombiano y dialogar como actor único con importantes actores internacionales, algo impensable dos décadas atrás.