El gesto de Obama
Entre los gestos más calculados de Obama, incluso más calculado que su sonrisa cronometrada, está siempre ese de su mano izquierda sobre el hombro derecho del homólogo que en ese momento comparte tribuna.

Así ha sucedido siempre. Solo basta repasar las últimas conferencias de prensa conjuntas de Obama con Presidentes o Jefes de Gobierno para poder apreciar la combinación de sonrisa, un eventual abrazo y manito al hombro.
Tal gesto, nada nuevo en los vericuetos de la vida diaria y por ende de la política, intenta demostrar autoridad y magnanimidad ante el interlocutor y hasta complacencia, según el contexto.
En el caso de Obama, con sus ademanes refinados típicos de la realeza británica, y distantes de las torpes maneras del cowboy que lo antecedió en el trono, el gesto busca siempre dar el colofón seductor al mensaje en su conjunto, que incluye una oratoria dirigida a deslumbrar y se detiene hasta en el color de la corbata. Este compendio simbólico o espectáculo –como se prefiera- aspira, por sobre todo, a lavar la cara del país ante el mundo e imponer su sistema de valores, esté donde esté.
Y en Cuba ni el mensaje ni el gesto de marras podían faltar. La visita tuvo claros propósitos políticos, diplomáticos y económicos, con un marcado interés en deslumbrar al pueblo cubano haciendo énfasis en los contrastes, manera idónea para resaltar, hay que reconocerlo.
Pero todo se circunscribió al empaque, a las acciones y sintagmas previamente planificados y modulados. Como ese intento de abrazo a Raúl Castro que asomó Obama al final de la conferencia de prensa, y que fue frustrado por el Presidente cubano al levantar la mano izquierda del visitante frente a decenas de cámaras ansiosas por recoger cada secuencia de aquel momento histórico. Y para mayor frustración, se ve a un Obama rebasado, escudado en su sonrisa, con su mano en el vacío, casi inerte, sin lograr siquiera rozar el hombro del invicto guerrillero.
Tal gesto, nada nuevo en los vericuetos de la vida diaria y por ende de la política, intenta demostrar autoridad y magnanimidad ante el interlocutor y hasta complacencia, según el contexto.
En el caso de Obama, con sus ademanes refinados típicos de la realeza británica, y distantes de las torpes maneras del cowboy que lo antecedió en el trono, el gesto busca siempre dar el colofón seductor al mensaje en su conjunto, que incluye una oratoria dirigida a deslumbrar y se detiene hasta en el color de la corbata. Este compendio simbólico o espectáculo –como se prefiera- aspira, por sobre todo, a lavar la cara del país ante el mundo e imponer su sistema de valores, esté donde esté.
Y en Cuba ni el mensaje ni el gesto de marras podían faltar. La visita tuvo claros propósitos políticos, diplomáticos y económicos, con un marcado interés en deslumbrar al pueblo cubano haciendo énfasis en los contrastes, manera idónea para resaltar, hay que reconocerlo.
Pero todo se circunscribió al empaque, a las acciones y sintagmas previamente planificados y modulados. Como ese intento de abrazo a Raúl Castro que asomó Obama al final de la conferencia de prensa, y que fue frustrado por el Presidente cubano al levantar la mano izquierda del visitante frente a decenas de cámaras ansiosas por recoger cada secuencia de aquel momento histórico. Y para mayor frustración, se ve a un Obama rebasado, escudado en su sonrisa, con su mano en el vacío, casi inerte, sin lograr siquiera rozar el hombro del invicto guerrillero.
Desde hace muchos años atrás, décadas puedo decir, se debatía en círculos familiares cubanos sobre el famoso “abrazo fatal” o “abrazo del oso”. Recuerdo que era un adolescente cuando escuché la frase por primera vez y se refería a la posibilidad de un cambio de política de EE.UU. hacia Cuba encaminada a minar la Revolución desde el acercamiento y la influencia directa.
No he sabido nunca los orígenes de la tesis: si era resultado de la sapiencia popular o si se había “filtrado” alguna información desde las filas enemigas y había llegado a mi casa. Lo cierto es que años después he comprobado que esa alternativa siempre estuvo latente y hoy desde el Norte han considerado que están dadas las condiciones para llevarla a vías de hecho.
Y allí, en aquella sala de prensa habanera, frente al mundo, el veterano luchador y todavía Presidente frustró el abrazo; y su hombro estrellado de General quedó incólume. Tal es así, que desde la Casa Blanca han ordenado a los medios de comunicación explicar ese instante, aduciendo que Obama “se resistió” al intento de Raúl de levantar su brazo. Lo cierto es que las imágenes dicen lo contrario. Cual símbolo de continuidad, el menor de los Castro con su gesto triunfante dejó afincada una sentencia: convivamos, pero no habrá abrazo.
No he sabido nunca los orígenes de la tesis: si era resultado de la sapiencia popular o si se había “filtrado” alguna información desde las filas enemigas y había llegado a mi casa. Lo cierto es que años después he comprobado que esa alternativa siempre estuvo latente y hoy desde el Norte han considerado que están dadas las condiciones para llevarla a vías de hecho.
Y allí, en aquella sala de prensa habanera, frente al mundo, el veterano luchador y todavía Presidente frustró el abrazo; y su hombro estrellado de General quedó incólume. Tal es así, que desde la Casa Blanca han ordenado a los medios de comunicación explicar ese instante, aduciendo que Obama “se resistió” al intento de Raúl de levantar su brazo. Lo cierto es que las imágenes dicen lo contrario. Cual símbolo de continuidad, el menor de los Castro con su gesto triunfante dejó afincada una sentencia: convivamos, pero no habrá abrazo.