Estados Unidos, más allá de las elecciones
Estoy convencido de que el 21 de enero próximo, Joe Biden asumirá oficialmente la presidencia de los Estados Unidos.
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Estados Unidos, más allá de las elecciones
La revuelta final de Donald Trump, que más que ideológica es personal – no puede aceptar que haya sido derrotado – pierde impulso por día. El partido Republicano, que se cobijó a la sombra de este triunfador inesperado en el 2016, tendrá que enfrentar las consecuencias de haber respaldado a este candidato indeseado, que deja hondas heridas en el tejido político del país.
Queda por explicar y enfrentar un resultado insoslayable y de difícil comprensión. ¿Cómo un presidente sin programa, sin una elaboración ideológica, impredecible, carente de un estilo de dirección que sobrepase los instintos de su personalidad, cabeza de una presidencia sin prestigio en el mundo entero (sus amigos han sido amigos de conveniencia, salvo casos patológicos ocasionales, como Jair Bolsonaro) puede haberse convertido en el segundo candidato más votado en la historia de las elecciones presidenciales estadounidenses?
Joe Biden tendrá que incluir, entre las prioridades de la herencia recibida de su predecesor, además del enfrentamiento a la covid 19 y de la situación de la economía, este problema crucial.
Un país dividido
Casi 72 millones de votantes lo vieron ganador,superado solo por otro voto histórico, cinco millones mayor, de Joe Biden.
No es un análisis sencillo. Quizás desde ahora muchas cabezas se encarguen de meditar sobre las múltiples explicaciones que se pueda dar a este respaldo insólito. Estarán meditando sobre el corazón de la sociedad estadounidense. Porque el trumpismo, populismo de extrema derecha, ha puesto al descubierto déficits esenciales de esta sociedad.
No es posible abordar un fenómeno tan complejo en un único artículo periodístico. Digamos ahora solamente que el trumpismo ha revelado la preferencia de sectores de gran importancia, numérica y cualitativamente, por un desempeño aislacionista, contrario al aporte migratorio a su cultura, y por consiguiente racista.
En primer lugar, es evidencia de la reacción del sector “blanco” de la población, propietario históricamente de lo que entendemos como identidad estadounidense, ante su pérdida gradual de peso específico en el conjunto de su sociedad. En franco retroceso, en pocos años los blancos, es decir, básicamente los descendientes de europeos (y de otras procedencias en menor número), y que hoy son casi el setenta por ciento de la población, tendrán que compartir su monopolio de la identidad estadounidense con las otras identidades étnicas que crecen por día en Norteamérica, y que los reducirán en veinte años a un escaso cuarenta por ciento.
No pasará mucho tiempo, y ya hay evidencias, cuando lo que consideremos estadounidense no será solamente el portador de valores de los descendientes de alemanes o ingleses, casi siempre protestantes, o de católicos irlandeses. Pensaremos también en los hispanos y en los negros, que ya pueblan pantallas de televisión y de cine o que están presentes en la economía o la política como grandes figuras públicas, o que, por ejemplo, dominan con su música las ondas radiales de los estados donde son predominantes.
Forman parte creciente del universo simbólico de la sociedad.
El asunto es de vital importancia para el partido Republicano. Los republicanos son minoría frente a una mayoría demócrata en la población general de Estados Unidos, y aunque también reciben apoyo minoritario de las minorías poblacionales, sientan sus apoyos en grandes franjas de esa población blanca, en sus ideologías, en su predominio ético y cultural, en la noción tradicional de lo que consideramos estadounidense.
Porque los hispanos cada vez cuentan más, y este año votaron mayoritariamente contra Donald Trump. Ya son públicos los porcentajes que cada una de las nacionalidades de origen de este creciente segmento poblacional y de la población de origen africano, aportaron a las votaciones. Únicamente los de origen cubano, con la carga de una confrontación política e ideológica de más de sesenta años, lo apoyaron en un 55 por ciento. Los cubanoamericanos contribuyeron a su victoria en el disputado estado de la Florida, donde Trump perdió incluso el condado básico de la población cubana, Dade, junto con casi todas las ciudades importantes.
Pero pese a esta importancia, el voto cubano es la excepción que confirma la regla. Los cubanoamericanos que pueden votar son medio millón, en un entorno de votantes hispanos floridanos de 14,5 millones.
La adherencia de segmentos de estos nuevos componentes de la nacionalidad estadounidense a la plataforma republicana ha crecido, sin duda. Pero los resultados actuales dan la idea del apoyo que aun brindan, a diferencia de los cubanoamericanos, al partido demócrata: mexicanos, puertorriqueños, centroamericanos y sudamericanos votaron mayoritariamente por Joe Biden, en proporciones que van desde un 58 por ciento (sudamericanos) hasta un 74 por ciento (mexicanos), según los datos suministrados por la acreditada Latino Decisions.
O crecer en importancia social, económica y política, a las grandes figuras de la actual minoría negra, que ha apretado el paso en este proceso para avanzar en su reconocimiento por igual, frente al racismo sistémico que se ha manifestado frente a sus protestas por los abusos policiales.
Este sentimiento de pérdida de poder de una identidad que hasta hoy ha monopolizado la imagen de Estados Unidos ha existido no solo en clases adineradas, sino en poblaciones pobres, de trabajadores y campesinos, que un tiempo atrás nutrieron las filas demócratas y, abandonados por este partido, nutrieron los apoyos a Donald Trump.
El discurso de Trump, como sabemos, es un discurso elemental, en un inglés de cuarto grado de escuela primaria. Pero su impacto refleja, no solo la capacidad de sus adeptos para asimilar lenguajes altisonantes, chovinistas y simplistas, sino su falta de educación para entender, no ya el idioma, decantado por una cultura limitada y por la peor televisión, sino por las deficiencias de la educación de vastas zonas de ciudadanos en valores humanos, en respeto a la razón, en obligación ante la verdad.
Qué democracia
Las elecciones también han vuelto a poner en tela de juicio el sistema electoral, que cada vez más contradice las bases del sistema democrático que los fundadores de Estados Unidos plasmaron en su Constitución más de dos siglos atrás. Esta experiencia electoral ha exhibido las costuras del llamado Colegio Electoral, que hace residir la victoria no en el candidato preferido por la mayoría de la población, sino en aquel que gane las elecciones estado por estado, una herencia de un pasado que le dio sentido, el mismo sentido que ha ido perdiendo con el tiempo. Un sistema que permite que un candidato que venza por varios millones al otro, no sea electo presidente.
Si Estados Unidos quiere seguir vendiendo, con su visión mesiánica, su sistema político como el más perfecto, tendrán que luchar contra esta paradoja.
Abrumados por la pandemia y por la carencia de un liderazgo efectivo para enfrentarla, y sustituido por otro errático, anticientífico y absurdo; degradada su economía y el nivel de empleo por los efectos de este cataclismo sanitario; atravesada la sociedad por un racismo que sobrepasa las limitaciones a la sociedad afroamericana y se extiende contra otras identidades que, quieran que no, conforman ya la identidad étnica multinacional estadounidense.
Y polarizadas las posiciones políticas por el tribalismo a que ha llevado el desastre trumpista, los Estados Unidos demorarán un buen tiempo en recuperarse, nacionalmente e internacionalmente.
No será, lamentablemente, para bien de los países que han sufrido las exacciones de todo tipo por parte del imperio norteamericano. Los intereses de la gran nación del norte presidirán también el ejercicio del nuevo presidente demócrata.
Regresaremos a un terreno conocido. Algunas constantes de la política exterior estadounidenses regresarán con otro ropaje. Pero sin duda dejarán atrás el salvajismo imprevisible que hemos sufrido durante cuatro años, acompañado de su andanada irresponsable de sanciones y medidas de estrangulamiento de nuestras sociedades.
La sociedad norteamericana, partida hoy en dos y herida en sus valores, también se beneficiará al decir adiós a la era de Donald Trump.