La inacción policial del Capitolio tiene un trasfondo histórico y cultural
La apacible respuesta policial frente a la desenfrenada estampida del miércoles sorprendió a muchos. Pero la pasividad no es una anomalía sorprendente, es el status quo.
Lo que los estadounidenses presenciaron en sus pantallas el miércoles no fue solo una insurrección contra la democracia estadounidense, sino también una expresión de la supremacía blanca. Cuando multitudes de partidarios de raza blanca de Trump irrumpieron en el edificio del Capitolio para saquear oficinas, aterrorizar a los legisladores e interrumpir la certificación de la elección presidencial, se encontraron con una demostración de fuerza notablemente débil por parte de la Policía del Capitolio, responsable de sofocar la insurrección. Según los informes, más de 50 agentes resultaron heridos y las redes se colmaron de imágenes de policías agredidos físicamente por alborotadores. A muchos de estos actos de violencia, los oficiales respondieron con inmensa moderación o total capitulación. En otros casos, su falta de preparación tuvo consecuencias fatales: una mujer fue asesinada por la policía, otras tres personas murieron y posteriormente un oficial sucumbió a causa de heridas.
Los videos también muestran un lado más amigable de estas interacciones: una toma que ha circulado las redes y los medios parece mostrar a uno de los atacantes tomándose una selfie con un oficial dentro de los pasillos del Capitolio, mientras que otros medios muestran a insurrectos siendo escoltados tranquilamente por la policía fuera del edificio que acababan de tomar. Estas escenas contrastan fuertemente con lo que la policía presenció hace unos meses, durante las protestas de Black Lives Matter: manifestantes pacíficos sometidos a gases lacrimógenos y lanzados al suelo. Las personas que simplemente permanecían distanciadas de las revueltas fueron víctimas de toda la fuerza de la violencia estatal.
Según Associated Press, la Policía del Capitolio conocía la amenaza potencial de los disturbios días antes de que ocurriera, pero rechazó la ayuda de la Guardia Nacional y el FBI. Los funcionarios comunicaron que querían evitar el uso de la fuerza federal contra los ciudadanos, como lo habían hecho este verano. La decisión de rechazar la ayuda en medio de las advertencias de una insurrección es tan reveladora como inquietante: ¿Por qué las fuerzas del orden asumieron que se encontrarían con la violencia de los manifestantes que marchaban por las vidas de los afroamericanos en junio, pero pensaron que una multitud mayoritariamente blanca de pro-Trump extremistas y teóricos de la conspiración permanecerían pacíficos? La diferencia en la respuesta de la Policía del Capitolio sorprendió a muchos que lamentaron este ejemplo de doble moral. Sin embargo, la brutalidad policial contra los estadounidenses afrodescendientes y la inacción de la policía hacia los estadounidenses caucásicos no es una anomalía sorprendente; es el status quo de los Estados Unidos.
La base de la policía estadounidense moderna se remonta en parte a la institución de la esclavitud de bienes y a su creencia supremacista blanca. Comenzó con las patrullas de esclavos a principios de 1700 y continuó con la Ley de esclavos fugitivos de 1850, un estatuto federal que fortalecía las leyes que impedían que los esclavos huyeran de la servidumbre y dejaba a los negros libres vulnerables al secuestro. Los ciudadanos blancos fueron empleados como cazadores de esclavos para devolver la "propiedad robada" de los plantadores del sur por cualquier medio necesario. En su texto de 1903, The Souls of Black Folk (Las Almas del Pueblo Negro), W.E.B. Du Bois escribió que "el sistema policial estaba conformado para tratar solo con los negros, y asumió tácitamente que todo hombre blanco era ipso facto miembro de esa policía". Las ideologías de esa primera iteración de la policía estadounidense, diseñada para prevenir la libertad y el derecho al voto de los negros y proteger los intereses de los blancos, aún persisten en el sistema policial actual.
En diciembre, un informe de investigación de 111 páginas sobre el Departamento de Policía de Nueva York reveló que las protestas de Black Lives Matter del año pasado habían sido muy mal manejadas por los agentes. El informe, realizado por una agencia de supervisión de la ciudad, confirmó lo que millones de estadounidenses habían visto después del asesinato de George Floyd el 25 de mayo: las respuestas de la policía durante las protestas pacíficas se caracterizaron por una "aplicación excesiva de fuerza" y la violación de los derechos de la Primera Enmienda. Sin embargo, un mes antes de la muerte de Floyd, el 30 de abril, el país había visto cómo manifestantes blancos, algunos de ellos fuertemente armados, invadieron el capitolio del estado de Michigan para oponerse a las órdenes de quedarse en casa, lo que resultó en un ‘insignificante’ incidente por parte de los agentes de la policía estatal de Michigan y sólo dos detenciones. Du Bois caracterizó sucesos como este como parte del "doble sistema de justicia, que favorece al lado blanco por indulgencia indebida e ... inmunidad". Después de una insurrección de cientos, que resultó en la renuncia del jefe de la Policía del Capitolio, hasta ahora solo se han realizado 82 arrestos. Estos hechos dan crédito a la idea de que con respecto a la policía estadounidense, las consecuencias se dividen en líneas de color.
Los ataques ocurridos en el Capitolio no han sido sucesos "sin precedentes", ya que son consistentes con la historia de Estados Unidos de rechazo por parte de una gran parte de blancos hacia la igualdad racial y el derecho de los blancos al control político, económico y social. No es una coincidencia que el mismo día de la insurrección, los primeros estadounidenses negros y judíos fueran elegidos para cubrir varios escaños del Senado en Georgia. La violencia del miércoles no justifica quejas o demandas de carácter legítimo. Es simplemente una muestra de represalia perpetua al progreso racial, como lo demuestra el desfile de banderas de Trump, banderas de la Confederación, banderas de Gadsden, banderas de Blue Lives Matter y símbolos neonazis por parte de los insurrectos. Este no fue un levantamiento contra un gobierno tiránico; fue un levantamiento contra un gobierno multicultural. Y la reacción de la policía —calmada, mesurada, tolerante— a ese levantamiento sugiere que cuando se trata de participar en actos de violencia contra el estado, los perpetradores blancos no tienen nada que perder.