México y Cuba en la geopolítica regional
Estamos ante un mensaje contundente y ante un curso geopolítico que México intenta abrir en la región.
La invitación del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a su homólogo cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez para participar en los festejos por el día de la independencia mexicana tiene una carga simbólica de elevados quilates, más cuando esta ocurre antes de la celebración de la VI Cumbre presidencial de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El mandatario cubano fue el único asistente a tan significativa ceremonia. Tal honor no es un capricho ideológico de AMLO, aunque es sabido el cariño del líder mexicano por Cuba y su Revolución.
Estamos ante un mensaje contundente y ante un curso geopolítico que México intenta abrir en la región.
Sin estridencias, pero con paso firme, México, bajo el mandato de AMLO, ha comenzado un proceso de recuperación de su influencia regional, tras casi dos décadas de cierto aislamiento aderezado, entre otros, por los efectos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
AMLO ha constatado los grandes desafíos que tiene ante sí América Latina y el Caribe en estos tiempos y ha reiterado que solo de forma concertada y unida puede superarlos. También es consciente de los retos que tiene México en su relación con un Estados Unidos enfrentado a China.
Frente a este escenario ha insistido en la necesidad de construir una postura regional que garantice una capacidad de diálogo ante los bloques y las potencias, cuyas contradicciones se profundizan y los efectos se sienten en las dinámicas internas de la zona. Al mismo tiempo, busca potenciar las fortalezas y oportunidades intrarregionales que le garanticen mayor independencia a la Latinoamérica y el Caribe.
Como estadista, López Obrador ha sabido leer el momento histórico y ha comprendido que es urgente llenar los vacíos. Para todo ello el papel de México es fundamental por varias razones: el peso de su economía, su capital político y simbólico, y su ubicación geográfica fronteriza con Estados Unidos y Centroamérica, con sendas costas mirando al Caribe y al Pacífico.
¿Por qué Cuba?
La interrogante tiene diversas aristas a la hora de intentar una respuesta. Por razones históricas y culturales, Cuba, sobre todo después del triunfo de la Revolución en enero de 1959, ha gravitado en la política mexicana con variable intensidad, pero de forma permanente.
Ninguna fuerza política o gobierno de ese país ha podido soslayar esa realidad. La interdependencia de la tierra de Juárez con Estados Unidos y el conflicto de Washington con Cuba también influye en las conexiones que ni los estrechos de Yucatán y la Florida pueden interrumpir.
Al mismo tiempo, documentado está el amor mutuo entre los pueblos mexicano y cubano, y la solidaridad que despierta allí la Revolución Cubana, admiradora también de los ideales de la Revolución Mexicana.
Esta realidad facilita, y así lo comprende AMLO, la integración de Cuba a la región, una integración ininterrumpida, sobre todo en los últimos 25 años, pero que ha vivido momentos tensos como resultado de las acciones de aislamiento promovidas por Estados Unidos, especialmente después de la elección de Donald Trump.
México reconoce, además del simbolismo de la resistencia de Cuba, su estabilidad política, su potencial económico, su capacidad diplomática y su voluntad cooperadora en diversos temas de la agenda regional.
La solidaridad médica cubana, sus esfuerzos de paz, su cooperación científica, biotecnológica y educativa, y frente a los desafíos del cambio climático, las relaciones con actores importantes de la región como Argentina, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y los estados insulares del Caribe, y las relaciones con Rusia, África y Asia, son elementos insoslayables y útiles para los esfuerzos de concertación y unidad.
El conflicto Estados Unidos-Cuba es otro factor de relevancia en la postura mexicana. La construcción de una nueva relación entre la subregión y Washington no puede excluir a La Habana, y en eso AMLO ha sido vertical. Los mensajes a la administración Biden han sido claros en este sentido: Cuba es parte de la zona y el bloqueo estadounidense contra su pueblo es anacrónico en un escenario de reconfiguración de las relaciones interamericanas. De hecho, las empresas mexicanas han sido afectadas de forma directa por el inventario de leyes que configuran la guerra económica de Washington contra Cuba.
No estamos ante una acción romántica de México al margen de coincidencias políticas en el marco de las relaciones bilaterales y la diplomacia internacional. Estamos frente a una ecuación que se resiste a negar el lugar que ocupa Cuba en la región y frente a un elemental acto de solidaridad azteca, y de justicia histórica para con un pueblo que ha mantenido en alto el ideal bolivariano, martiano y fidelista de unidad regional en la diversidad.
Sin dudas, Washington ha debido tomar nota de lo que está ocurriendo. Los mensajes de AMLO a Biden respecto a la región y Cuba buscan impactar en el curso actual de la política imperial y llamar la atención sobre una realidad que debe estar preocupando a muchos en el Norte del continente. Biden, secuestrado por una inercia anticubana, debía atender el llamado del presidente mexicano y privilegiar los intereses del pueblo estadounidense por encima de un rencor miamense que no podrá derrotar nunca a la Revolución Cubana.