El desafío chileno
Casi terminado el escrutinio de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, los resultados son claros. Más de la mitad de la población ni se molestó a salir a votar, el otro 47 % dividió sus preferencias con un mensaje claro: el pinochetismo sigue vivo y el nuevo país no termina de nacer.
-
El desafío chileno.
El candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast logró el 27,9 % de los votos, mientras que el izquierdista Gabriel Boric logró un 25,8 %. La definición será en segunda vuelta el día 19 de diciembre.
Esta elección presidencial tiene como particularidad que el próximo mandatario tendrá en sus manos la responsabilidad de dirimir el conflicto social que pervive en ese país y que puede tener en la nueva carta magna un cauce resolutivo a favor o en contra de las demandas y protestas que le dieron vida a la Convención Constituyente.
El reordenamiento institucional del país y su desenvolvimiento, tras la esperada aprobación de la nueva Constitución, será también bajo la impronta del nuevo presidente con las fuerzas e intereses que logre aglutinar a su lado, lo que incidirá en la proyección de los grupos de poder establecidos y emergentes.
Estos aires de cambios, junto a los estertores de las protestas y la abstención crónica, confirman la crisis de legitimidad del sistema de partidos que emergió de la dictadura de Augusto Pinochet y la lógica preocupación de importantes sectores dominantes.
La derecha está leyendo el mensaje con claridad. El despunte meteórico de la candidatura de José Antonio Kast no es casual. La aparente contradicción entre una votación mayoritaria por una constitución y una dividida en cuanto a propuestas de gobierno puede resumirse en que una parte conservadora de la población chilena está lista para variar el rumbo (con cambios tolerables y hasta necesarios), pero no el timonel.
Las fuerzas tradicionales, resentidas pero no superadas, mantienen sus resortes de poder y han mostrado una capacidad de reconfiguración y negociación que les permite regenerarse y facilitar los “cambios” con los límites bien definidos. Y en esta estrategia, la abstención es su aliada natural.
Por otra parte, la narrativa mediática y electorera sobre la emigración y la seguridad ciudadana, problemas que para muchos no se resuelven en una Convención Constituyente, le imprimen a la campaña presidencial un influjo que se reflejó en los resultados.
El parto del nuevo país no ha terminado. Las protestas desde 2019 solo fueron las primeras contracciones. Con un 53 % de votantes indiferentes y otro 12 % que vota por un candidato antiélite, pero sin propuestas concretas, el país no puede esperar cambios profundos. Y en ese terreno se mueve la derecha unida, a pesar de matices e intereses.
En el caso de la izquierda y los sectores de centro que podrían acompañarla, las dinámicas preelectorales indicaron con claridad los derroteros por los que se conduciría esa candidatura. No obstante, el fantasma del pinochetismo podría influir en las acciones de campaña, que estarán dirigidas a redoblar sus esfuerzos en aras de explicar su programa, y convocar a los indecisos e indiferentes sin descuidar su electorado base.
La indiferencia frente a la burocratización e institucionalización de la política, incapaz de posibilitar las salidas necesarias a las demandas y aspiraciones de aquella masa que se volcó a intentar cambiar el país, es un nicho que la candidatura de izquierda tendrá que copar. No deja de ser un desafío complejo, pues al mismo tiempo, Boric podría intentar sumar a sectores menos proclives a demandas radicales y urgentes. Se trata de una dicotomía difícil de moldear. Nuevamente el abstencionismo, la indiferencia y la decepción podrían ser claves en la elección de Kast.
Chile entra en un momento de definición. Las expectativas y los miedos que generaron en unos y otros los acontecimientos de 2019 siguen latentes, aunque languidecen. Mientras tanto, una región mira con atención lo que ocurrirá en diciembre uno de los bastiones del neoliberalismo que intenta capear el temporal.