¿Quiénes están atrapados en la Guerra Fría?
¿Son los críticos de izquierda quienes están atrapados en la Guerra Fría o los mercenarios del gran capital, la OTAN y las múltiples intervenciones imperialistas?
Le Monde publicó un amplio alegato contra los “intelectuales de izquierda” que no aprobamos la "invasión" de Putin, pero responsabilizamos a la OTAN de provocar el conflicto.
Ignacio Paco Taibo II fue acusado de denunciar “la nueva censura a las editoriales rusas por parte de la Feria Internacional del Libro” de Guadalajara, lo cual tampoco significa que apruebe la censura de Rusia a los medios occidentales.
En lo que a mí me toca, el medio francés se despachó con una muestra de interpretaciones ligeras como: “En una serie de artículos de opinión publicados en el diario argentino Página 12, el intelectual uruguayo Jorge Majfud lleva la voz de esta izquierda que se mantiene muy discreta sobre el tema, y explica ‘por qué buena parte de la izquierda mundial apoya a Putin [quien] es demasiado listo para los líderes de Occidente’, dice, tirando del hilo de la postura anti-OTAN y anti-Estados Unidos con la idea de que ‘El único argumento que entienden las potencias hegemónicas es el de las bombas atómicas”.
En subtítulo, repite y destaca: “La guerra rusa, ‘tristemente simple, es una reacción a la acción ejercida en gran medida por Washington’, escribe el intelectual uruguayo…” Etc.
Ni voz de la izquierda ni discreta y menos tímida. Díganselos a quienes nos amenazan y acusan de radicales, solo por no alinearnos ni al radicalismo belicista de los buenos ni a la doble moral que lleva a personajes nefastos como Condoleezza Rice a afirmar que la invasión “viola las leyes internacionales”. O a un más nefasto George Bush, quien condenó a Putin por lanzar una guerra “sin provocación y sin justificación”. O al presidente Joe Biden, declarando que Putin es “un criminal de guerra”, título que nunca aceptaría para ningún ex presidente de su país.
Por no seguir con la clásica doble moral de los racistas maquillados que, mágicamente, abrieron las fronteras de Europa para recibir a los refugiados ucranianos, política del todo correcta de no ser porque esas mismas fronteras fueron cerradas para quienes huían del caos de África y Medio Oriente, caos producido por invasiones, saqueos, masacres y guerras de las potencias Noroccidentales desde hace un par de siglos. Por no seguir con la mágica apertura de fronteras de Washington para recibir 100 mil refugiados ucranianos, o los reportes de las facilidades que encuentran los ucranianos para cruzar la frontera con México, esa misma que siempre estuvo cerrada a los refugiados del sur; niños y mujeres, refugiados del caos creado por Washington en América central, en el Caribe y más allá, con sus dictaduras y matanzas desde antes de la Guerra fría, durante y después. Como es el caso de Haití, bloqueada y arruinada desde que se convirtió en el primer país libre de las Américas en 1804 y desangrada hasta ayer no más, por Francia, por las dictaduras de los Duvalier, por el terror de los paramilitares de la CIA, los golpes de estado contra Aristide o la imposición neoliberal que arruinó al país, por citar solo un ejemplo. Cuando esta gente huyó del caos, fueron perseguidos como criminales. En 2021 fuimos testigos de la caza de haitianos en la frontera, a caballo, como se cazaba esclavos en el siglo XIX.
Más directos fueron los periodistas de las cadenas occidentales que reportaron la tragedia de los ucranianos como algo inadmisible, tratándose de “cristianos blancos”, de “gente civilizada”, de “rubios de ojos celestes”. O políticos, como el diputado oficialista de Polonia, Dominik Tarczyński, quienes confirmaron, orgullosos, que estaban abiertos a la inmigración ucraniana porque eran “gente pacífica” pero no recibirían ni a un solo musulmán refugiado. Cero”. De violentos lideres nazis como Artiom Bonov, refugiados en su país, silencio.
Como ejemplo a seguir, Le Monde elogió a “el joven presidente chileno, Gabriel Boric” quien “condenó sin rodeos la invasión de Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza”. En otras palabras, si no se entiende que la realidad es un partido de fútbol y que hay que estar cien por ciento de un lado sin criticar el otro, es porque se está de un lado sin criticar el otro.
No por casualidad, los poderes imperiales desde hace generaciones no aceptan que se los nombre de esa forma. Para ellos no es momento de mencionar el imperialismo occidental. Nunca es un buen momento de hablar de imperialismo, excepto si a otra potencia militar se le ocurre hacer lo mismo.
Le Monde matiza cuando me cita de nuevo sobre algo que venimos repitiendo desde meses antes de la guerra: “Que consideremos que la OTAN es la principal responsable del conflicto en Ucrania no significa que apoyemos a Putin, ni a ninguna guerra…” Pero en su línea de pensamiento, esto es apenas un detalle irrelevante. La tesis es otra: la crítica contra la OTAN se debe a que “El antiamericanismo sigue arraigado en el subcontinente”. Como el viejo e infantil argumento de que (en el Sub) “nos odian porque somos ricos y libres”.
Recientemente, el profesor de la Universidad de Chicago y experto en la región, John Mearsheimer, en The Economist y en The New Yorker culpó a Estados Unidos de la guerra en Ucrania. Hace pocos días Noam Chomsky me recordaba que no sólo él había advertido años atrás del peligro de una guerra por no mantener la neutralidad de Ucrania, sino también “George Kennan, Henry Kissinger, el jefe de la CIA y prácticamente todo el cuerpo diplomático superior que sabía algo sobre la región eran de la misma opinión. Es de locos”.
De locos, pero tiene explicación: la avaricia sin límites de los mercaderes de la muerte, esa que el mismo presidente y general Eisenhower en su discurso de despedida había advertido como un peligro mayor para la democracia y las políticas de Estados Unidos.
Ahora, que coincidimos con Kissinger y la misma CIA en las causas del conflicto, no significa que coincidamos en los objetivos. Un ejemplo que he señalado en La frontera salvaje lo resume todo: la CIA inoculó en la población latinoamericana la idea de que las dictaduras fascistas en América Latina fueron para combatir el comunismo y que, por ejemplo, Salvador Allende iba a convertir a Chile en una nueva Cuba al mismo tiempo que sus agentes y analistas reportaban lo contrario: si no hubiesen hecho nada, lo más probable hubiese sido que, debido a la política de Washington de arruinar la economía chilena, Allende habría perdido las próximas elecciones. Pero el objetivo era hacer un laboratorio neoliberal tutelado por una dictadura, como tantas otras veces. La CIA promovía en la gran prensa latinoamericana y hasta en las calles con volantes y afiches un discurso en el que no creía y del cual hasta se reía. Aun hoy, la inexistente “amenaza comunista” es repetida con fanatismo por sus mayordomos, desde los políticos pro oligárquicos hasta la prensa y sus periodistas honorarios y mercenarios.
Para tener una idea de que esa manipulación mediática continúa, basta con considerar que las agencias secretas occidentales poseen presupuestos varias veces superiores al que tenían en 1950 o 1990 y no los usan solo para entrenar milicias neonazis en Ucrania, las que llamaban, como en tantos otros países, “autodefensas”. Autodefensas que no sirvieron para evitar una invasión rusa ni eso mismo que ahora el presidente Zelenski quiere negociar, el primer reclamo de Rusia: la neutralidad de Ucrania.
Entonces ¿son los críticos de izquierda quienes están atrapados en la Guerra Fría o los mercenarios del gran capital, la OTAN y las múltiples intervenciones imperialistas?