Colombia: elecciones y laberintos
El 29 de mayo serán los segundos comicios presidenciales en Colombia tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Toda la región y parte considerable del mundo miran con atención lo que sucederá en ese país.
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Colombia: elecciones y laberintos.
La izquierda llega a estas elecciones con posibilidades más sólidas que las mostradas en el 2018. La derecha, que se presentará dividida en la primera vuelta, arriba a este momento desgastada por la negativa gestión de Iván Duque, el debilitamiento de la figura de Álvaro Uribe y la radicalización del ambiente político nacional.
El contexto
Las elecciones colombianas se desarrollan en un momento particular de la historia nacional y en un escenario con cambios regionales y globales interconectados.
Desde el 2018, cuando Gustavo Petro alcanzó más de ocho millones de votos, parte considerable de la población envió un mensaje de alerta que el presidente electo Iván Duque no quiso leer. Colombia estaba cambiando.
Duque y su equipo de tecnócratas le apostaron más a intereses estrechos y empresariales que al abordaje serio de los problemas nacionales. Los obstáculos a la implementación del Acuerdo de Paz, la profundización de las políticas neoliberales, su impotencia ante el colapso de las coberturas médicas y sociales durante la pandemia, el incremento del desempleo, la pobreza, la violencia y el tráfico de drogas, junto a otros problemas acumulados, hicieron estallar la bomba de tiempo que durante años la guerra ocultó.
Hasta en política exterior el imberbe presidente fue incapaz de imponer una impronta propia. Los estilos trasnochados de la guerra fría que copió de su mentor le impidieron comprender que el aislamiento contra Venezuela o los ataques a Cuba y Rusia resultarían contraproducentes en el mediano plazo. Para la historia del desprestigio nacional quedaron aquellas horas que le pronosticó a Nicolás Maduro en el poder, y su apuesta por la caricatura de Juan Guaidó.
Iván Duque tuvo en sus manos la oportunidad de proyectar la hegemonía de la derecha en el siglo XXI colombiano, que justamente comenzó en el 2016, pero le quedó grande la tarea.
En Latinoamérica, los cambios políticos son evidentes y la tendencia apunta al resurgir de esfuerzos progresistas, integracionistas y antihegemónicos. Parte considerable de la región observa con preocupación el desafío que representa interactuar de manera desarticulada en un contexto global que avanza con fuerza a la multipolaridad.
En cuanto a las luchas sociales que sustentan los cambios en la correlación de fuerzas regional, las resistencias de Cuba, Venezuela y Nicaragua, las victorias electorales en Bolivia, Chile y Honduras, las posturas asumidas por los presidentes de México y Argentina contra el bloqueo a Cuba y por la integración, el fortalecimiento del liderazgo de Lula en Brasil, la unidad mantenida por los países caribeños y el debilitamiento de la influencia de EE.UU en la zona redondean un ambiente de permanente transformación que impactan de manera singular en Colombia.
En Washington observan con preocupación los tonos de la región y su impacto en su principal aliado en Suramérica. Colombia es un bastión del panamericanismo y de la Doctrina Monroe; una punta de lanza de EE.UU. contra los procesos integradores; una estructurada plataforma de operaciones de las agencias de inteligencia estadounidenses; una base militar permanente para las fuerzas militares de EE.UU; un productor y comercializador seguro de la cocaína que garantiza flujos de capitales hacia la banca norteña; y un “modelo democrático” para la región.
Los efectos económicos de la guerra en Europa; el declive imperial de EE.UU.; la consolidación de China y Rusia, el reacomodo de las cadenas de valor y suministros y de los centros y flujos financieros, junto a la obligada focalización continental de los intereses de potencias establecidas y las llamadas emergentes, sorprende a Colombia en un limbo inimaginable para los pocos estadistas que la derecha de ese país dio a luz.
Desde el establecimiento en 1914 de la Doctrina Suárez y su elocuente respice polum, “mirar hacia el Norte” (EE.UU.), la derecha colombiana no había transitado por un período de tan profundos desafíos e incertidumbres. Es imposible establecer si tienen conciencia de ello sus dirigentes actuales, algunos de los cuales tienen uno de sus pies en el siglo XIX.
Los candidatos
A solo horas de la apertura de los centros de votación, son tres los candidatos con oportunidades de llegar a la presidencia: Federico Gutiérrez, Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.
Federico es el candidato más joven de los tres y el menos desafiante. Es ingeniero civil y fue alcalde de Medellín. Su campaña se ha centrado en atacar a Petro sin proponer fórmulas novedosas para resolver los problemas del país.
No hay nada que lo distinga, salvo su talante pequeño burgués y sus limitaciones conceptuales. Cuenta con el apoyo de todos los partidos de derecha, incluyendo los cristianos, con los retirados de las fuerzas militares y de policía y con el respaldo de 45 clanes políticos. Toda la maquinaria electorera de la derecha está en función de este candidato.
Rodolfo Hernández es la sorpresa en esta campaña. Empresario e ingeniero, ex alcalde de Bucaramanga, ha basado sus propuestas en la lucha contra la corrupción y las promesas de cambio económico para las pequeñas y medianas empresas, los campesinos y la “gente de a pie”.
De actuar y hablar desenfadado, es el más viejo de los candidatos y el más desafiante. Entraña en sí ese espíritu guerrero y campechano del colombiano, con aristas violentas que despierta admiración en diversos sectores. Critica con rudeza a los corruptos, propone un estado austero y se presenta como buen gerente. Su reiteración de que no hará alianzas con los políticos corruptos atrae a un sector de clase media hastiado de gobiernos inoperantes y de las masacres uribistas, pero temeroso de las propuestas de Petro.
Gustavo Petro es el candidato con más madera de estadista. Economista, propone transformaciones estructurales en la economía y aspira a construir un país más democrático e inclusivo, con la educación y la producción como bases. Desde su juventud ha apostado por cambios de fondo en el país y probó que era posible avanzar durante su administración en la alcaldía de Bogotá.
Desde su curul como candidato a la Cámara enfrentó a Uribe y probó los nexos del ex presidente y varios altos mandos con el narcotráfico y el paramilitarismo. Su último período como senador se caracterizó por las fuertes denuncias contra la naturaleza criminal de las fuerzas militares, la defensa del Acuerdo de Paz y la crítica al ejecutivo por sus políticas impopulares. Ha sido el artífice del proceso de convergencia más amplio y profundo de los sectores sociales, políticos alternativos y de izquierda y con esa alianza obtuvo una rotunda victoria en las elecciones legislativas de marzo pasado.
Los laberintos
Cuando el Pacto Histórico pudo recuperar 700 mil votos que habían sido ocultados en las elecciones legislativas de marzo pasado, la alianza de izquierda asestaba un golpe político, ético, legal y simbólico. Desde ese momento las maquinarias electorales fueron menos impunes y la corrupción y el fraude quedaron probados.
Esa acción no fue posible en el 2018 debido a la debilidad estructural y organizativa del movimiento de Petro en aquel entonces, que le impidió tener testigos electorales en la mayoría de los centros de votación. Se estima que el fraude en aquel momento fue de más de un millón de votos.
Frente a esta situación, la derecha realiza maniobras que le permitan asegurarse una victoria con Federico como primera opción o con Rodolfo como alternativa. Las maquinarias están listas y aceitadas, la prensa alineada y las campañas de descrédito activadas. Ni siquiera una auditoria internacional se pudo contratar, dicen; y a varios observadores internacionales se les ha impedido la entrada al país. Asimismo, Petro denunció planes sobre una eventual suspensión del proceso electoral, lo que fue negado, pero no ha estado fuera de la opciones derechistas.
Desde los años 40 del pasado siglo en Colombia hay un refrán que asegura que “el pueblo vota hasta las cuatro de la tarde, después lo hace la Registraduría”. Este ente, históricamente controlado por la derecha, es blanco de críticas por miembros del uribismo. El objetivo es generar incertidumbre y desconfianza sobre el resultado final en caso de que definitivamente resulte imposible derrotar a Gustavo Petro. Ese sería el inicio de la deslegitimación a la que se enfrentará el líder de izquierda si fuera electo presidente.
Como si fuera poco, y a días de las elecciones, EE.UU. acaba de designar a Colombia como aliado militar estratégico fuera de la OTAN, lo que significa un mensaje directo al líder del Pacto Histórico sobre la importancia geopolítica y militar que le concede Washington a Colombia y un espaldarazo a los militares activos que como nunca antes, han intervenido de manera pública en el debate electoral nacional.
Días atrás Gustavo Petro denunció que existían planes de atentar contra su vida. Aunque el megafraude es la opción más viable para la derecha, la violencia y el asesinato siguen siendo herramientas históricamente usadas por la derecha para dirimir sus problemas políticos. Son cinco los candidatos presidenciales asesinados en Colombia en la última década del siglo XX y de ellos, cuatro eran de izquierda o centro-izquierda.
El asesinato de líderes sociales de base es parte de estas acciones. Entre los objetivos de tan macabro y criminal proceder están la desarticulación de las estructuras de base de decenas de organizaciones sociales; la inducción del miedo con el desplazamiento y la desmovilización consecuentes; y la ampliación de los territorios bajo control de grupos irregulares, lo que impide un ejercicio electoral transparente y libre en 375 municipios, un tercio del total del país.
Gustavo Petro es hoy el político más seguido y admirado en Colombia. En un proceso electoral limpio sería un seguro ganador. Su victoria en primera vuelta es el anhelo de millones de colombianos, pero constituye casi una quimera. La derecha se prepara para aglutinar todas sus fuerzas en torno a Federico o Rodolfo, en dependencia de quien pase a la segunda vuelta tras Petro.
En ese escenario, el Pacto Histórico se ha organizado para “cuidar el voto” y movilizar al electorado, únicas herramientas en sus manos que pueden garantizar la victoria frente al poder de la derecha.
De estas elecciones laberínticas saldrá una Colombia distinta, sea cual sea el resultado. El avance hacia el siglo XXI es inevitable, aunque hayan obstáculos y demoras. El deseo es que Colombia encuentre el lugar que merece en la región y el mundo, sin tener que mirar al norte donde no ha encontrado nunca soluciones a sus problemas.