Brasil retomará su curso al progreso, con Lula al timón
En pocos días vendrá una prueba decisiva para el movimiento progresista y de izquierda de Brasil, no solo para ellos, también para todo el pueblo de ese enorme y potente país.
La izquierda brasileña tiene una larga trayectoria, que ha atravesado diferentes y siempre difíciles coyunturas políticas. Trabajo político prolongado y silencioso o explosiones legendarias como la columna Prestes. Nombres como Carlos Marighella o el gran Oscar Niemeyer, son orgullo de la izquierda del Brasil.
Los orígenes de la izquierda tradicional brasileña son nacionalistas, tanto en su segmento marxista– leninista, como en la corriente populista conocida como getulismo, por el controversial líder y presidente Getulio Vargas. Algo que le sobrevivió, corporizado décadas atrás en dirigentes como Leonel Brizola, y reivindicado ahora por el destacado líder contemporáneo del pueblo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. Si tomamos las últimas décadas del siglo pasado y las de este siglo, podemos encontrar al menos tres épocas distintas de la izquierda brasileña, que no analizaremos con demasiado detalle.
Ya a lo largo de la década de 1950 y principios de la de 1960 del siglo pasado, la izquierda tradicional luchó por lo que llamó reformas de base. Se trataba, en el marco del proceso de industrialización, de promover la reforma agraria y limitar la exportación de ganancias, como objetivos inmediatos, con un programa nacionalista general para Brasil. Era una izquierda nacional y popular, apoyada por el movimiento sindical urbano, la sindicalización rural y el movimiento estudiantil. También luchó por una política exterior independiente.
Este movimiento progresista y de izquierda fue fuertemente golpeado y virtualmente aniquilado por el golpe militar de 1964 que sacó del poder al presidente constitucional Joao Goulart, con el completo apoyo de los Estados Unidos (Operación Brother Sam).
El movimiento progresista brasileño no estaba preparado para resistir el golpe y fue prácticamente destruido por la dictadura, tanto en sus organizaciones sindicales como en sus bancadas parlamentarias y dirigentes populares, que fueron asesinados o partieron al exilio. La dictadura militar obligó a la izquierda brasileña a buscar el regreso a la democracia como su prioridad principal. Hubo intentos de enfrentar al fascismo militar mediante la lucha armada, como la Guerrilla del Araguaia, que fue derrotada y liquidada con despiadadas ofensivas que envolvían más de 25 mil soldados, cientos de equipos terrestres y aeronaves.
A partir de ese momento, la oposición a la dictadura pasó a ser liderada por sectores liberales. La izquierda entró a formar parte, de manera subordinada, del frente de oposición, que comandaba el proceso de transición democrática, para el fin de la dictadura. El carácter liberal y por tanto limitado del proceso de democratización se sometió a los golpistas salientes, ni siquiera se llegó a aprobar elecciones directas para presidente, los llevó a su agotamiento y permitió que la derecha se renovara y cambiara a su gusto la agenda nacional.
La acumulación de descontento con las políticas neoliberales finalmente favoreció al PT, logrando convencer a la mayoría de los brasileños en que el problema fundamental de Brasil no es la inflación o cualquier otro indicador económico, sino la desigualdad social. Fue con este proyecto que el PT logró finalmente elegir al presidente de Brasil y reelegirlo sucesivamente.
La nueva izquierda en Brasil, la izquierda del siglo XXI, es antineoliberal, que plantea la prioridad de las políticas sociales frente a la prioridad de los ajustes fiscales, del neoliberalismo. Que promueve los procesos de integración regional e intercambio Sur-Sur, en lugar de los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos. Y que propone rescatar el papel activo del Estado, en lugar del Estado mínimo y la centralidad del mercado, para inducir el crecimiento económico y poner en práctica políticas sociales de redistribución del ingreso. La izquierda consiguió gobernar el país por tres mandatos, con más de diez años de gobiernos elegidos democráticamente. Logró reducir en gran medida las desigualdades sociales y regionales en el país.
Es una izquierda que ha tenido éxito en sus gobiernos. Se las arregló para lograr sus objetivos inmediatos parando en seco la fulminante metástasis del neoliberalismo. Pero ahora tiene un desafío mayor, si logra volver a elegir, como los sondeos indican, a Lula da Silva.
En nuestra época la restauración de la democracia liberal no será suficiente. Será necesario democratizar Brasil, la sociedad brasileña en su conjunto. Democratizar el Estado brasileño, los medios de comunicación, democratizar el Poder Judicial, democratizar las estructuras económicas, democratizar la vida cultural. Sobre todo (como está sucediendo también en Chile y de seguro ocurrirá en Colombia), hay que democratizar el sistema legal y llevar a votación una nueva Constitución.
Además, tendrá que poner en práctica no sólo un programa antineoliberal, sino post- neoliberal. No sólo de resistencia y negación del neoliberalismo, sino de superación del neoliberalismo. Se tratará de una nueva y mucho más avanzada y exigente etapa en la historia de la izquierda brasileña.
¿Qué significa para el movimiento progresista brasileño la coalición “Vamos juntos por Brasil”? ¿Portento unitario o concesiones de principios?
La alianza entre Luiz Inácio Lula da Silva y Geraldo Alckmin, opositores políticos en las últimas décadas, significa mucho ante la gravedad del momento que vive Brasil. Fueron seis elecciones presidenciales marcadas por la polarización entre dos programas, de 1994 a 2014. Son más de 20 años de divergencias que ahora quedan en un segundo plano. Se entiende muy bien usando la expresión de Frei Betto: “La principal (prioridad) es sacar a (Jair) Bolsonaro del Planalto (sede del Poder Ejecutivo) y reconstruir (a un) Brasil demolido por esta alianza de “milicianos-centro-fundamentalistas religiosos-neofascistas fanáticos-élite codiciosa”.
En el lanzamiento de la precandidatura presidencial, el pasado 7 de mayo, Lula explicó las razones que lo llevaron a proponer tal alianza: “El grave momento que atraviesa el país, uno de los más graves de nuestra historia, nos obliga a superar divergencias eventuales para construir juntos un camino alternativo a la incompetencia y al autoritarismo que nos gobiernan”. Más claro ni el agua.
La principal tarea es derrotar a Bolsonaro y combatir el movimiento neofascista llamado bolsonarismo, responsable de la generación de odio y mentiras que han estado asolando y dividiendo al país. Es necesario evitar aún más retrocesos y restaurar la democracia. El movimiento “Vamos Juntos Pelo Brasil” está formado por:
• PT, Partido de los Trabajadores, que encabeza la coalición progresista. Partido de Lula y Dilma, Fundado en 1980, es el partido de izquierda más grande de América Latina, con un millón 800 mil miembros y se estima cerca de 20 millones de simpatizantes.
• PSB, Partido Socialista Brasileño, formado originalmente en 1932 y reestructurado en 1947 y 1988. Social- demócrata. Geraldo Alckmin, compañero de fórmula de Lula da Silva procede de este partido, que tiene además cuatro gobernadores de estados y decenas de congresistas federales.
• PCdoB, Partido Comunista de Brasil. Marxista– Leninista. En marzo de 1922, grupos regionales admiradores de la Revolución Rusa (1917) se reunieron en Niterói para fundar el entonces llamado Partido Comunista de Brasil. La actual presidente es Luciana Santos, vicegobernadora del estado de Pernambuco.
• Solidariedade, partido político fundado en 2012. Socialismo democrático. Su líder principal es Paulinho da Força, De base sindicalista y con importancia en los estados de Minas Gerais, Sao Paulo y Pará.
• PSOL, Partido Socialismo y Libertad, se describe a sí mismo como socialista democrático, se formó como una escisión del ala izquierda del Partido de los Trabajadores de Lula en 2004.
• PV, Partido Verde. Comprometido con el establecimiento de un conjunto de políticas para garantizar la equidad social y el desarrollo sostenible. Con cerca de 400 mil miembros, tiene además millones de simpatizantes.
• Rede Sustentabilidade. La Red de Sustentabilidad fue fundada como organización política en 2013 por Marina Silva. Comparativamente menor (unos 37 mil miembros) es una organización muy activa y vocal.
Además la coalición tiene el apoyo de numerosas centrales sindicales, movimientos sociales y actores políticos independientes. La importancia de la formación de este movimiento político que tiene a Lula en el liderazgo absoluto en todas las encuestas electorales, incluso con posibilidad de victoria en primera vuelta, desespera a Jair Bolsonaro. La preocupación de excapitán y pronto ex– presidente, es evidente, y no es para menos.
Semejanzas entre J. Bolsonaro y D. Trump. Incapacidad de reconocer la derrota.
Diariamente, el actual presidente busca generar desconfianza sobre el sistema de votación, la Justicia Electoral y las urnas electrónicas. A la imagen y semejanza de Donald Trump. Critica y desprecia al mismo sistema que lo eligió, pero el bolsonarismo tiene esa tendencia a distorsionar la realidad, a usar la mentira para promover el caos y su proyecto de poder basado en el odio y la intolerancia.
El resultado de este total desgobierno es el hambre, la carestía, el aumento de la miseria y la desigualdad. Bolsonaro y su grupo político provocaron retrocesos en tantas áreas que incluso es difícil señalar cada uno de ellos en un solo escrito. La educación, fundamental para el presente y el futuro de cualquier país, ha sido completamente abandonada. La idea de los “bolsonaristas” y “trumpistas” es que la universidad no es para todos, sobre todo que no es para los pobres.
Otra área fundamental para el futuro de Brasil y del planeta, que viene sufriendo ataques sin precedentes, es la ambiental. La deforestación ha crecido un 300 por ciento en relación con el gobierno del PT, y ya alcanzó los mil kilómetros cuadrados en el mes de abril del 2022. Nunca los bosques, los pueblos originarios y las familias campesinas han estado tan amenazados y sufrido tanto
Bolsonaro y sus aliados no son solo negacionistas de la pandemia, sino también del clima. Mientras ningún jefe de Estado dialoga con el actual presidente, que recientemente fue “desinvitado” a la reunión del G7, Lula es oído en todo el mundo y demuestra credibilidad ante los jefes de Estado y los más importantes vehículos de la prensa internacional.
La intolerancia política tipo Trump/Bolsonaro será derrotada. No se podrá acallar el debate sobre lo que realmente le importa al pueblo brasileño. Hombres y mujeres de la ciudad y del campo, negros y negras, indígenas, la juventud, la comunidad LGBTQIA+ y los movimientos sociales y populares se unen en el gigantesco liderazgo de Lula para traer de vuelta la verdad, la paz, la oportunidad y el fin de las mentiras.
Juntas, las fuerzas democráticas y progresistas construirán el plan del gobierno para reinsertar a Brasil en el camino de la garantía de derechos, del crecimiento con reindustrialización, de la transición digital, de la recomposición salarial y de la creación de empleos, de la justicia social y más calidad de vida, del desarrollo sostenible y de la democracia plena. Brasil volverá a invertir en educación para todos, en investigación, ciencia, tecnología e innovación.
Como dice Lula, hay que utilizar “el corazón junto con la razón” para construir bases sólidas en una nación que necesita urgentemente liberarse del hambre y ser líder en la preservación del medio ambiente, del desarrollo sostenible y la creación de tecnologías de punta. La lucha se intensifica ahora.
“Vamos juntos por Brasil” es una coalición que no fue posible armar en los Estados Unidos contra Trump. Si se hubiese obtenido una candidatura progresista con Bernie Sanders al timón, hoy los Estados Unidos estarían mucho mejor en numerosos sectores, y el mundo sería un lugar más seguro y perdurable.
“Vamos juntos por Brasil” no pretende ser perfecto, sino ser lo que se necesita en Brasil hoy, la respuesta contrahegemónica de la izquierda y otros sectores progresistas, principista y con un enfoque situacional claro. Se puede afirmar que el pueblo brasileño tiene la vanguardia que necesita para salir de las fauces del neoliberalismo fascista actual.
Cuba y Brasil tienen relaciones históricas. Un gobierno de Lula retomaría el programa “Mais Médicos”, destrozado por Bolsonaro, porque Brasil lo necesita. Se realizarán esfuerzos integracionistas del gobierno brasileño para ayudar a que Cuba enfrente el bloqueo. Muchas acciones en términos de intercambio académico, comercial y financiero, negocios en general. A los capitalistas brasileños también les interesa Cuba. La victoria de Lula y el PT significaría un giro de 180 grados en la política de Brasil hacia Cuba. La generación histórica del PT tiene muchos vínculos con la Isla y una sólida relación de amistad con el PCC.
Eso se aplica también a otros gobiernos que se enfrentan a la agresión del imperialismo en el hemisferio occidental. Un Brasil amistoso y positivo cambia dramáticamente la correlación de fuerzas a nivel regional, incluso a nivel mundial.
Para que la Integración Latinoamericana y del Caribe renazca, la participación de Brasil es imprescindible. El líder brasileño Luiz Inácio Lula da Silva recibió el 26 de julio en Sao Paulo a la vicepresidenta electa de Colombia, Francia Márquez, y dialogaron, entre otros asuntos, sobre mecanismos de integración de América Latina y el Caribe.
Márquez, quien realizó una visita de dos días al gigante suramericano en medio de su gira por varios países de esa región, se reunió además con la exmandataria Dilma Rousseff (2011-2016), con Nilma Gomes, exministra de Mujeres, Igualdad Racial y de los Derechos Humanos y con representantes del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra y del Movimiento Negro.
Francia afirmó que forma parte “de los que alzan la voz para detener la destrucción de los ríos, bosques y mesetas. De aquellas personas que sueñan que los seres humanos pueden cambiar el modelo económico de muerte para dar un paso a un modelo que garantice la vida”. Márquez fue fundamental para movilizar el voto de la juventud y de las mujeres, contribuyendo a saltar de 8,5 millones a 11,2 millones la votación del Pacto Histórico.
Volverá sin dudas la política de integración regional, de fortalecimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), de la constitución de Latinoamérica como una región contrahegemónica en sus relaciones con EE.UU. Volverán las políticas de hermandad y de desarrollo común con países como Venezuela y Cuba.
No debemos olvidar que el escenario es mucho más complejo que 20 años atrás. A nivel internacional, por la polarización entre EE.UU. de un lado y Rusia y China del otro. Y dentro de Brasil, porque existen muchas más dificultades económicas y problemas sociales que atender con urgencia.
A pesar de ello, Lula volverá con la política internacional que caracterizó a su gobierno y al de Dilma. La política de sanciones de los Estados Unidos contra muchos países, ejemplificado en el cruel Bloqueo anti- cubano, evidencia lo imprescindible y urgente de retomar con gran agresividad el proceso de integración latinoamericano y caribeño, para el bien de todos.