La lógica del caos
Estados Unidos se juega el dominio hegemónico del mundo
El periodo posterior a la Guerra Fría ha llegado a su fin… el desafío no podría ser mayor. Las acciones que nosotros tomemos definirán de ahora en más si esta será una era de conflictos o el comienzo de un futuro más próspero y estable”. Con estas palabras, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del gobierno norteamericano, sintetizó la semana el papel de Estados Unidos en defensa del actual orden global amenazado por el avance de potencias “autoritarias”.
Según él, China y Rusia creen que la democracia está en decadencia e intentan imponer un orden multipolar acorde con sus intereses. Esto no ocurrirá, afirmó: las democracias y los países aliados a Estados Unidos “saben que somos la mejor apuesta para defender” la libertad en el mundo.
Lo que está en juego, pues, es el dominio hegemónico de Washington. En este contexto, la política exterior del gobierno de Joe Biden excluye toda negociación y el reconocimiento de errores. El eje de su estrategia es escalar los conflictos sin límites hasta imponer los intereses norteamericanos.
Esta estrategia ignora hechos básicos del pasado. Entre ellos, la crisis de los misiles rusos colocados en Cuba en 1962 cuando el Presidente John Fitzgerald Kennedy negoció un acuerdo con el gobierno ruso, aceptando retirar los misiles que Estados Unidos habían colocado en Turquía e Italia y que llevaron a los rusos a colocar misiles en Cuba.
La actual política exterior también omite que el reclamo ruso de fronteras seguras fue reconocido por distintos gobiernos estadounidenses, incluso en plena desintegración de la Unión Soviética. Hoy este reclamo es ignorado y se impulsa abiertamente un “cambio de régimen” político en Rusia para garantizar la seguridad de “Occidente”.
Esto implica escalar la guerra en Ucrania, aun a riesgo de un enfrentamiento nuclear. Para la política norteamericana, negociar la paz en Ucrania potencia los riesgos de una catástrofe nuclear porque es sinónimo de “debilidad”.
Este vaciamiento del significado de los conceptos no es casual ni inocente. Detrás de esta operación subyace una manipulación de la opinión pública que inocula confusión e información falsa y fomenta el caos, buscando sustituir la capacidad reflexiva y el disenso por la aceptación subliminal y pasiva. Es una forma de ejercer control sobre lo que se piensa, anulando la percepción inmediata de los peligros que se corren y destruyendo la memoria de acontecimientos pasados.
Esta narrativa invisibiliza el grado alcanzado en el desarrollo nuclear en las últimas décadas, la relación de fuerza entre potencias nucleares y sus posibles consecuencias para la humanidad. Sin embargo, en la medida en que el relato entra en contradicción con la realidad, se abre el espacio para el cuestionamiento y el cambio.
En la década de los 90 del siglo pasado, Estados Unidos y Rusia consideraban que una guerra nuclear aseguraba la mutua destrucción (MAD= mutal assured destruction). Por ese entonces regía el tratado de misiles antibalísticos (ABM Treaty), firmado en 1972 para poner límites a la carrera armamentista, impidiendo la construcción y despliegue de misiles antibalísticos de defensa.
Este descansaba en la premisa de que si una potencia construía una defensa estratégica, la otra construiría fuerzas nucleares ofensivas para contrarrestarla y la escalada nuclear no tendría límite alguno.
En 2001, bajo la presidencia de George W. Bush, Estados Unidos puso fin a su participación en el tratado. De ahí en más, las negociaciones para restituirlo quedaron empantanadas y Rusia profundizó el desarrollo de tecnologías que le permitieron construir un sistema escalonado de defensa nuclear.
Según expertos en el tema, este sistema es de gran eficiencia, mientras que los sistemas norteamericanos de intercepción de misiles intercontinentales no pueden impedir un ataque nuclear limitado.
Elecciones en Estados Unidos
Encuestas recientes muestran un creciente descontento de la población frente a la situación económica, la inflación y la incapacidad del gobierno para contenerla. Al mismo tiempo, muestran que la candidatura a la presidencia de Donald Trump en 2024 pondría punto final a la aspiración de Biden de renovar su mandato, al tiempo que cunde la preocupación ante el avance del wokismo en las escuelas y la falta de interés en la guerra de Ucrania.
Estos y otros temas han movido a algunos dirigentes demócratas, entre ellos el ex Presidente Barack Obama, a lamentar el wokismo, sugerir más conexión entre la dirigencia demócrata y los problemas inmediatos de la gente y a considerar la posibilidad de negociar el fin de la guerra en Ucrania.
Otros fenómenos indican preocupación en el mundo de las corporaciones y oposición ante algunas políticas del gobierno. En este sentido, la disputa entre monopolios tecnológicos por el control de los mercados y del discurso político empieza a cobrar envergadura. David Oliver Sacks, fundador de Paypal y con fuerte presencia en el mundo de la alta tecnología, publicó recientemente una nota explosiva en apoyo a Elon Musk, quien desde hace un tiempo cuestiona las políticas del gobierno e intenta comprar Twitter.
En su nota, Sacks defiende a Musk y acusa al gobierno de expresar una alianza “entre los neocons que dominan la política exterior” y una “izquierda” del Partido Demócrata que fomenta el wokismo. El gobierno y las redes buscan “cancelar el debate de problemas políticos (…) demonizan el disenso, difaman a la oposición y clausuran como ideológicamente inaceptables a los caminos que llevan a desescalar el conflicto y hacia la paz” en Ucrania.
Aludiendo a la posibilidad de un conflicto nuclear, Sacks advierte que “la cooperación entre los medios, las redes sociales y la política exterior impide la discusión de alternativas. Nos atrapan en una escalada que lleva a la III Guerra Woke”. El viernes trascendió que el gobierno y los organismos de inteligencia estudian la posibilidad de bloquear la compra de Twitter por parte de Musk y de investigar si sus corporaciones tecnológicas atentan contra la seguridad nacional, en cuyo caso corren peligro de ser expropiadas.
Crisis energética y conflictos entre aliados
La relación entre Arabia Saudita y Estados Unidos empezó a deteriorarse entre 2014 y 2016, cuando la primera se embarcó en una guerra de precios para limitar el creciente poderío de la industria norteamericana del petróleo no convencional.
Por estos días, Biden presionó a Arabia Saudita para que aumente la producción de petróleo por lo menos durante un mes, a fin de impedir que estos precios incidan sobre el voto de la población en noviembre. El reino rechazó la propuesta, y junto con la OPEP+ recortaron la producción.
Ante esto, Biden tiene que recurrir al fondo de reservas estratégicas de petróleo del país para controlar los precios internos en las semanas previas a las elecciones. El fondo está muy vacío, por lo que esto los coloca en una situación de gran vulnerabilidad ante una posible emergencia.
En represalia, el gobierno de Biden amenaza con eliminar la ayuda militar y aplicar la ley NOPEC contra Arabia Saudita y los países del OPEP+. Esto asestaría un golpe a la economía y a la defensa del reino: el 75 por ciento de su equipamiento militar proviene de Estados Unidos. Si se aplica NOPEC, el gobierno norteamericano podría desmembrar a Aramco –la corporación del petróleo de Arabia Saudita– e incautar todos los activos saudíes (y de los países de la OPEP+) que están en dólares.
Todo esto implica una guerra económica contra un aliado estratégico que por décadas se ha comprometido a comercializar sus ingresos del petróleo en dólares a cambio de seguridad militar norteamericana. Este acuerdo dio origen al “petrodólar”, que permitió a Estados Unidos mantener al dólar como moneda internacional de reserva con la garantía del Tesoro norteamericano, luego de que Richard Nixon pusiese fin al respaldo del dólar en el oro.
Ahora, y ante el riesgo de que se aplique NOPEC, Arabia Saudita y los países de la OPEP+ podrían desprenderse masivamente de sus tenencias de Letras del Tesoro norteamericano. Si esto ocurriera, se produciría una debacle en el mercado de bonos y en el mercado financiero global, con su consiguiente impacto sobre el valor del dólar y su rol de moneda internacional de reserva.
Por otra parte, las sanciones impulsadas por el gobierno norteamericano contra Rusia desencadenaron un proceso que llevó a concretar el objetivo histórico de sustituir el gas ruso por gas licuado norteamericano más caro.
Sin embargo, esta victoria fue pírrica: motivó una respuesta rusa que derivó en una crisis energética no esperada. Hoy, Alemania, el motor económico de Europa, está frente al abismo de la desindustrialización y la importación de gas licuado estadounidense más caro que el ruso acelera los conflictos europeos.
La Comunidad Europea, aliada vital de Estados Unidos, se encuentra corroída por crecientes divisiones internas entre los países que la componen en torno a los subsidios y la financiación de la deuda y la crisis energética.
Al mismo tiempo, los gobiernos se ven amenazados por una protesta social contra el encarecimiento de la vida y de la energía, que ya pone en jaque a la estabilidad política en Francia e Inglaterra. También crecen las tensiones políticas entre algunos gobiernos europeos y el gobierno norteamericano en torno a los precios a pagar por el gas licuado importado de Estados Unidos.
Por otra parte, si bien el sospechoso atentado a los gasoductos rusos Nord Stream 1 y 2 aumentó el control norteamericano sobre el abastecimiento de gas europeo, Estados Unidos contempla ahora la posibilidad de recortar las exportaciones para controlar los precios domésticos del gas.
Esto ocurre en paralelo a la inexistencia en el mundo de gas natural licuado disponible que pueda satisfacer la demanda europea en los próximos años. La decisión de Rusia de reforzar el gasoducto que lleva gas ruso a Turquía ha sido aceptada por esta última, que se convierte ahora en posible punto de distribución de gas hacia Europa.
Esto augura una intensificación de los conflictos entre los países europeos y entre estos y la dirigencia de la Comunidad Europea, que responde ciegamente al gobierno norteamericano.
En este contexto, resuenan con fuerza las palabras del Ministro de Defensa de la India: su país no cree en la justicia y viabilidad de un orden global jerárquico donde unos pocos países consideran que los demás son “sus satélites”. Aspira, en cambio, a un orden global basado en el respeto a la soberanía y al desarrollo de todas las naciones.