Percepciones no son realidades
La autora aborda el uso y manipulación de las redes sociales para desvirtuar procesos, arremeter contra personas, gobiernos o simplemente venderse por un poco de dinero y fabricar mentiras y calumnias.
Levantarse contra lo contrario, en esta tribu cada vez menos civilizada; es para muchos un modo de existencia, una forma -quizás absurda- de perpetuarse entre semejantes. Acontece una especie de lucha que ahoga, a golpes de protagonismo, el resultado colectivo. El bien (o mal) común no despierta interés. Son sepultados los argumentos en vanas ofensas, linchamientos “mediáticos” y contabilizaciones de “dislikes”.
¿Es la oposición visceral una válida conjetura? ¿El irrespeto un arma común? ¿La humanidad una capacidad con fecha de caducidad?
Si la vida es una lucha, ¿cuál es el fin? ¿Dónde radica la victoria tras un ataque? Si derribar a un oponente, o hacerlo tambalear, te hace sentir seguridad de triunfo, puede que la ingenuidad termine asestándote un golpe de muerte.
Si poderoso caballero es Don Dinero, poderosa arma es internet. Poder y peligro, van de la mano en las Redes Sociales (cada vez más anti-sociales). Lo que ves no es lo que es. Lo que es no lo ves. Las máscaras alusivas al teatro, son los filtros que “cobijan” los post, los bots y hasta los bytes.
La presencia en internet te da voz, pero al mismo tiempo se adjudica el derecho de callarte. Y el algoritmo con$pira con signo de dinero contra todo lo contrario al capital-ismo. Y aquellos que “escapan” de las doctrinas, condenan los dogmas, enjuician el “con todos y para todos”; paradójicamente refrendan estructurados esquemas que los presentan como instrumentos de manipulación.
Transmutan en repetidores de posturas de superioridad y aplican prácticas de dominación que, aunque correspondan a la más clara definición de imperialismo, no usaré el término para no “herir” susceptibilidades. Y llegado ese punto, ha sido tan sutil el adoctrinamiento que esos individuos recibieron y reciben, que sus pensamientos “libertarios” terminan naciendo bajo la más profunda opresión del sistema en el que hoy viven.
Adoctrinamiento capitalista. No hay pruebas, pero tampoco dudas. Convivir en una prisión por la aceptación hedonista de preservar ciertos lujos, a costa, incluso de principios y valores.
Vulnerabilidades aparte, la euforia colectiva inyecta de supremacía a quien categorizado como “repetidor-libertario” arremete furibundo contra todo lo que huela a socialismo o Revolución, a Cuba, a gobierno, a historia revolucionaria. Son los likes, los compartidos, los comentarios, estímulos suficientes para desencadenar una reacción neuronal de refuerzo que activan el “yo” emocional = “premio” material.
Culpan al amor, de su postura. El amor por una idea, un recuerdo, una nostalgia, una tierra que se niegan a pisar en protesta. La misma tierra que careció de su defensa mientras la habitaron (es la valentía heroica hazaña a la distancia). Aborrecen la militancia, pero militan en el partido del terror, y aplauden la cacería contra sus semejantes. Culpan al amor y apuestan por su reverso. Pero desconocen que odio y amor no son opuestos.
¿La antítesis del amor? El miedo. El miedo al pensamiento, el miedo al argumento, el miedo a la estadística, el miedo a la fe, a la confianza, a la resistencia, a la continuidad.
Así funcionan. Desconocen otro modo.
Perdidos entre crítica y criterio, van por la vida endulzándose ojos y oídos, buscando la validación entre ellos mismos. Como un coro, todos al unísono. Y no advierten que hay vida más allá de la virtualidad.
¿Criticar? Claro que sí.
La crítica transforma, anima las mentes, las impone al pensamiento. Pero es menester hacer conciencia de que el ejercicio de la crítica requiere discernimiento, y que percibir y declarar la diferencia, precisa de hacer conciencia también de por qué se piensa así y que la defensa de una idea o una opinión responde a la condición subjetiva del juicio humano. Y que es el juicio humano de tener criterio: un acto de libertad.
Entonces, cómo en nombre de la “libertad”, exigir el silencio del argumento. Cómo ofender, maltratar, amenazar, perseguir, condenar, el acto de pensamiento de un semejante.
Hipócrita defensa del derecho a la voz, esa que se hace desde la comodidad y la protección detrás de una pantalla de móvil o computadora, mientras das santo y seña de la posición de tu “adversario”, pero callas – a conveniencia- la tuya.
El filósofo australiano Patrick Stokes defiende en sus clases en la Universidad de Deakin que “nadie tiene derecho a opinar, a menos que sea capaz de defender su postura”. Y encuentra, en esa manera de enseñanza, un modo con que incentivar a sus alumnos en la construcción y defensa de sus argumentos, así como volverlos capaces de reconocer cuándo una creencia se ha vuelto indefendible y es el momento de ceder.
Argumentos, construcción, defensa. Palabras claves para tomar en cuenta. Egos más, o menos. Alusiones personales, en mayor o menor medida.
Tenemos la opción y la capacidad de opinar, de criticar, de juzgar libremente, no así el derecho de humillar, pisotear, mancillar. A veces, esas opciones maquilladas de derechos se convierten en escudos para no reconocer equivocaciones o para esgrimir justificantes que escapan a la lógica.
Esas “nuevas verdades” que muestran y defienden los adeptos “libertarios” en las redes anti-sociales, son efímeros castillos de arena a los que aferrarse ante el tsunami que continúa siendo la Revolución.
“Bienaventurados los que conocen las señales de los tiempos y las siguen”, decía el pedagogo y filósofo cubano, José de la Luz y Caballero. No son simples ni sencillos estos tiempos, y requieren una valentía absoluta para sobrevivir las zancadillas del bloqueo (que para algunos es muela, pero es real), las garras de las persecuciones financieras, de los cierres obligados (y bajo amenazas) de acuerdos comerciales, la negativa de acceso a bienes necesarios para el sector de la salud.
Nadie dijo que sería simple. Nunca lo fue. Nunca nos lo han puesto fácil. Desde el minuto uno, tocó, un gobierno tras otro, reponerse al asedio y la amenaza, a la guerra bacteriológica, a atentados, a ataques militares, a bombas en hoteles, a condenas y listas negras.
Hoy no es simple. Mañana tampoco lo será.
Cada quien defiende lo que cree desde su trinchera, personal o colectiva. Entonces, no exija ud. el silencio desde la ofensa. Usted que aboga por el criterio, por la voz, por la democracia. Usted que vocifera lo que cree y que lo hace desde la comodidad de un país que no es asediado por otro más poderoso, o donde no existe la constante amenaza de una agresión porque sí, porque se puede y punto. No se adjudique el derecho de reclamar un silencio porque el mensaje es divergente a su pensar. Apueste por el criterio, no por el insulto.
Percepciones no son realidades y cada quien tiene la suya. “Pensar es servir”, sentenciaba inmenso y universal nuestro José Martí.