Las próximas elecciones en Venezuela son las más injustas en décadas
Desde que gradualmente el gobierno presidido por Nicolás Maduro fue retomando el control de la paz y de la economía (2021 en adelante), dentro de un limitado marco todavía profundamente condicionado por las sanciones y el bloqueo, no existe indicador alguno que no describa objetivamente el camino de la recuperación y la estabilización.
Las elecciones presidenciales en Venezuela forman parte del movido y movible repertorio de escenarios geopolíticos de este vertiginoso 2024. Pero, a diferencia de otras jornadas anteriores, la movilización de campaña, en toda su intensidad, se ha vivido nada más en las últimas semanas.
En contraste con los teatros globales más estridentes y volátiles, pero también con los años anteriores, desde 2021 mi país ha pasado a un notable segundo plano en el foco de atención. También dentro de Venezuela, el “conflicto político” hizo lo propio, dándole paso a una dinámica de estabilización que, por supuesto, no cayó del cielo.
El agotamiento medular y la tragicómica implosión de los círculos más agresivos y vanidosos del espectro político opositor, el más extremista, favoreció una serie de reacomodos del que emergieron interlocutores políticos reales y genuinos.
Esto provino de dos factores: el primero sería la derrota político-militar de las sucesivas jornadas de violencia integral, híbrida; el segundo, de los consensos que se han producido en los últimos años en lo político (solo la participación bajo los mecanismos democráticos dirime los conflicto), social (la calle venezolana no quiere y no desea grandes alteraciones en su día a día), diplomático (es con este gobierno sobre el plano internacional que se dialoga) y, muy cercano a esto último, el económico (el régimen de sanciones, las aventuras fallidas de cambio de régimen no son negocio para nadie).
El reflejo natural en la calle ha sido enfocarse en los problemas realmente existentes, y en la demanda de soluciones que se consideran deber del Estado resolver, más aún cuando, por primera vez, el sector privado (independientemente de formas, y ganancias) se asume, en líneas generales, como parte de la solución.
Existe, efectivamente, un cansancio sobre los altos voltajes políticos y en su lugar se manifiestan las aspiraciones básicas por mejoras, luego de haber estado tan cerca del precipicio.
La Venezuela de postguerra aspira a más normalidad, mejores ingresos, un número mayor de certidumbres; dicho de otra manera, el sobresalto por causas denodadamente incumplidas, donde no se socializaron ni las pérdidas ni las derrotas de quienes las encabezaron, dejan claro que las desventuradas acciones extraterritoriales son, en esencia, inadmisibles dentro del actual panorama.
Este es el principio cardinal de un momento cuyo clímax es totalmente anticlimático.
Desde la conmoción por la muerte del comandante Chávez en 2013, la sostenida cadena de eventos foráneos (estadounidenses) para amoldar por la fuerza la realidad interna venezolana se fueron valiendo de recursos cada vez más destructivos.
Que el zenit de esta secuencia lo representen un intento de presidencia paralela y un desembarco mercenario fallido (2019-2020) que se encabalgaron desde un poder legislativo renegado (2016), casi mil sanciones económicas mediante, delatan hasta dónde llegaba la disposición de destruir al país y su tejido socio-espiritual, lo mismo que sus fundamentos republicanos, sin disimular la necesidad de disciplinar a la población.
Que nuestros recursos energéticos y minerales sean la razón central no debe restarle magnitud a esa serie de “valores agregados”, medios en sí mismos para alcanzar ese fin.
Del mismo modo, es indispensable resaltar que el principio rector de los modos de resistir se expresó básicamente en la batalla por seguir viviendo como hemos vivido, con la carga anti espectacular que esto pudiera representar para los diletantes de las mal contadas épicas revolucionarias.
El gran titular de esa década que arrancó el 5 de marzo de 2013 a nuestros días es, en esencia, que cada una de las agresiones multi abarcantes, al no alcanzar los objetivos, fueron derrotadas.
Desde que gradualmente el gobierno presidido por Nicolás Maduro fue retomando el control de la paz y de la economía (2021 en adelante), dentro de un limitado marco todavía profundamente condicionado por las sanciones y el bloqueo, no existe indicador alguno que no describa objetivamente el camino de la recuperación y la estabilización.
Venezuela sobrevivió a la tortura sistemática. Ahora, fuera de la mazmorra donde la arrojaron, todavía en prisión, lidia con los efectos sucedáneos y secundarios. Superó los peores rigores concebibles, pero si descuida su proceso de sanación, las heridas más profundas lo hacen sujeto a recaídas y daños que en el mediano plazo se pueden volver letales.
De cualquier forma, sosteniendo un poco más la metáfora del cuerpo agredido por la tortura, el paciente se encuentra fuera de peligro inminente, pero expuesto a acusar con fuerza una nueva ronda de golpes y corriente, o si desatienden los efectos crónicos de las lesiones secundarias o más profundas y duraderas.
Con esta infeliz analogía en mente, otro factor viene a operar. El proceso de rehabilitación conforme avanza y tiende a robustecerse, hace que la meta, mucho más cercana que antes, al no alcanzarla de inmediato se vuelva más desesperante.
A grandes rasgos, se pudiera admitir que opera la llamada “paradoja” o “efecto” de Tocqueville. El tránsito de una excepcionalidad violenta de la vida diaria, que alcanzó niveles de precariedad ensordecedores, a su retorno a un nivel superior de calma hace que la llegada extensiva de las señales de las mejoras pudiera generar una mayor carga de frustración y ofuscamiento, y que una porción de la población acepte sin mucha reflexión cualquier alternativa aparentemente plausible e inmediata.
Es en esta zona de la sensibilidad donde ha operado la lógica narrativa y promocional de la campaña de María Corina Machado. No ha sido por accidente que en ningún momento de este repaso se haya aludido de primero al “candidato” Edmundo González Urrutia.
Un sintético e inorgánico ascenso
La imagen que lanzó al estrellato político a Machado fue estrechándole la mano a George W. Bush en la Sala Oval en 2005, pero su debut político fue en 2003, cuando su ONG de maletín, Súmate (financiada por la NED), fue uno de los activadores del acopio de firmas para habilitar el Referendo Revocatorio en 2003.
El Referendo fue la estrategia de elección tras las sucesivas derrotas golpistas de 2002, y como es la costumbre, no provino de ningún ingenio local sino del primer contacto formal entre la Institución Albert Einstein y las “asociaciones civiles” de oposición venezolana, cuando Robert Helvey, el número 2 para entones de Gene Sharp, visitó Venezuela.
La aspiración de Súmate siempre fue levantar un poder electoral paralelo que le disputase la legalidad, legitimidad y efectividad al Poder Electoral venezolano, representado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) que nació con la Constitución de 1999.
Este dato en sí mismo es el signo central de la visión de mundo político de Machado, que siempre se ha preciado de reflejar la expresión más extrema y subordinada a Estados Unidos de un espectro opositor mainstream que por años disputó en su seno el quién ostenta con mayor fuerza los favores de Washington y sus alrededores.
Cuando ya para 2021 hablar explícitamente de aventuras militares, “acciones de fuerza” y promoción de sanciones era algo contraproducente, Machado nunca apaciguó su posición y lugar político.
Al mismo tiempo, tras su remoción como diputada en 2014, pasando a formar parte de la oposición no-sistémica le concedió una capacidad de maniobra discursiva y de ubicación en el mapa mayor, con mucha más soltura y menos juego de ambigüedades, consolidando la percepción que siempre, en realidad, se ha tenido de ella.
Desde ese lugar se pudo dar el lujo primero de reflejar verbalmente el caudal de las facciones más extremistas, simpatizantes de la violencia y la no-negociación, mientras condenaba y despreciaba cualquier esfuerzo, de cualquier facción, por normalizar su relación dentro del sistema, tachándolos de entreguistas, colaboracionistas o vulgares traidores.
Su desprecio por el resto de la oposición política ha sido una constante desde siempre, patentado a lo largo de este último capítulo.
Supo mantenerse en sus trece hasta que, en 2023, de cara a las elecciones presidenciales del año siguiente, tanto ella como sus patrocinantes políticos (el senador Marco Rubio a la cabeza), pudo oler sangre en el proceso de las elecciones primarias para designar el candidato único, en un contexto donde el diálogo con Estados Unidos y el avance de las negociaciones en México y Barbados son la matriz organizativa de la resolución del conflicto, al que siempre se opuso.
Las eternas y seculares desavenencias de la oposición, con un sector importante prácticamente implosionado y fuera de juego (los mejores ejemplos en el destino del partido Voluntad Popular, Leopoldo López y Juan Guaidó), Machado encontró pocos factores de resistencia para coronar ese sector y, en buena medida, desplazar al resto de los aspirantes a candidato unitario (habida cuenta que otros líderes de peso, como el gobernador del Zulia, Manuel Rosales, decidieron no participar).
El debate más importante que se dio en el seno de la comisión encargada de llevar a cabo las primarias fue el dilema si contar o no con el CNE para prestar apoyo e infraestructura en el proceso de votación y escrutinio del voto en el proceso.
Tras los habituales ires y venires tragicómicos, prevaleció la facción de hacerlas por cuenta propia, sin ninguna clase de mecanismo de supervisión o de esquemas de contrapeso a los ventajismos, excesos de unilateralidades o acciones arbitrarias del candidato que ostente el mayor músculo financiero y por lo tanto la posibilidad de multiplicar sus fuerzas en el marco de la contienda.
Ese nicho fue totalmente cooptado y motorizado por Machado y su organización, Vente Venezuela (un partido que no está legal y debidamente registrado ante el poder electoral), que en su historia nunca ha tenido un alcance nacional profundo, los canales de financiamiento y sus (importados) métodos disruptivos pueden considerarse abrumadoramente superiores a muchos.
Una vez conquistada la plaza de la designación como candidata de las primarias, venía el resolver el escollo de su falla de origen: inhabilitada a aspirar a un cargo público de elección, se planteaba el problema de cómo ejercer la presunta aspiración unitaria. Cosa que tampoco es, y que así como rivaliza contra la reelección del presidente Maduro también lo hace contra ocho candidatos que se erigen como alternativas de oposición.
Al fallar las habituales opciones forzudas para imponerse de cara a la ley y al Estado, su grupo de asesores la condujo a seguir torciendo (mínimamente) el brazo y que aceptase que fuera otro candidato en su representación quien se inscribiese ante el poder electoral.
Para los efectos se escogió a una figura que no desentonara con los preceptos fundamentales de esa línea política, pero que a la vez no amenazase su liderazgo y que siempre quedara claro que quien lo hiciera era un proxy totalmente subordinado a ella.
Primero se intentó con Corina Yoris, una señora mayor con un respetable resumen curricular académico, que no fue admitida. Es aquí donde entra el también académico y diplomático de carrera de segunda línea Edmundo González Urrutia, preservando los elementos centrales a esa lógica.
Queda la incógnita si ya en este punto del desarrollo Machado se sentía más o menos cómoda con el imperativo de continuar con las simulaciones que siempre negó de plano.
De este modo, resuelto el continente tocaba ahora resolver, digamos, el contenido propiamente de la campaña. Su sustancia, su mensaje, su capacidad de impactar en el electorado. Y es aquí donde opera la zona de desgarro aspiracional que se comentó más arriba.
Incapacitada para hablar en sus términos acostumbrados y a no llamar a las cosas por el nombre que nunca disimuló en sus “planes” de acción, su estrategia publicitaria se ha enfocado centralmente en movilizar la zona emotiva de los deseos de prosperidad económica express, so pretexto de que eso no lo puede hacer el candidato chavista.
Para poder hacer viable ese discurso es necesario una ofuscación abrumadora y una simplificación devastadora de la realidad venezolana, aunado al abuso táctico de los eufemismos para no admitir las vías convencionales y neoliberalmente ortodoxas por las que se alcanzaría, en realidad, ese presunto objetivo, si es que de algo sirven los precedentes inmediatos en la región, con la Argentina de Milei a la cabeza.
De este modo, acopiando lo que hay, tenemos a un candidato que es no-candidato porque representa ante el sistema legal a quien legalmente no puede participar. Tenemos, también, una propuesta totalmente incapacitada de decir las cosas por su nombre en actos públicos, a pesar de no existir empacho alguno sobre la alineación geopolítica e internacional de la candidatura bifronte.
Agreguemos, además, la necesidad de suprimir analíticamente todos los elementos de contexto e historia inmediata para disminuir (tarea intelectualmente imposible) las constricciones propias del régimen de sanciones, el explícito papel de Machado a lo largo de todas las jornadas golpistas, la enorme carga de mendacidad que requiere establecer una narrativa de futuro próspero con ese volumen de omisiones conscientes y deliberadas.
Se puede agregar un elemento que ha sido un patrón habitual y no exclusivo de Machado: la preservación de un público como rehén apelando a mecanismos psicológicos abusivos. Esto quedará mejor demostrado en la próxima entrega.
En resumen, los elementos centrales de su campaña también se encabalgan sobre las notables mejoras de las condiciones de vida que costosa y gradualmente el gobierno ha alcanzado en los últimos tres años.
Pero esa simulación tiene un límite: difícilmente, y más a un público como el venezolano, se puede sostener la hiper estimulación del deseo, más cuando se sobrexplota una pulsión que también es producto del agotamiento por tantos eventos, continuos y disruptivos, en una década sin que llegado a un punto se tenga que pasar luego a la verdad, desde la simulación de la verdad.
Ese es el choque que ese constructo de campaña ha comenzado a tener en estas últimas dos semanas con la realidad concreta, lo que compromete la línea de flotación del relato que alrededor de Machado-González Urrutia se ha construido a lo largo de este año.
La agresión no simulada
Fiel a su lógica de mecanismos paralelos bajo su control (también al propio antecedente Guaidó), y a versiones que deben ser vociferadas para evitar cualquier clase de contraste, ya han existido señas muy claras que han obligado a salir del teatro y el eufemismo, fuera de la zona de confort del discurso controlado.
Tres ejemplos servirán. Primero, la breve intervención de Machado (con un González Urrutia completamente inmóvil y silente al lado) en la 54 Conferencia de las Américas (creada por un organismo históricamente fachada de la CIA) en mayo de este año, reincidiendo en sus recursos recurrentes: solo una “contundente” intervención extranjera podrá avalar el “verdadero” resultado electoral.
Se sostiene, como es natural, el significado esencial de a qué se refiere como “comunidad internacional”, su principal activo, las facciones ultra y de extremo centro que habitan en partidos o centros de estudio para presidentes retirados, prestos para volver a participar en el cerco internacional contra Venezuela. Nunca descartable el entredicho de que a la fuerza la debe acompañar sino la acción directa, al menos la extorsión militar.
Puede manejarse elásticamente con esa ilusión de certeza porque de un tiempo para acá cuenta a su favor con el dispositivo de los principales medios internacionales, centralmente de la anglósfera y los medios españoles, irradiando en órganos de divulgación secundarios (y de segunda).
Se trata de un clima psicológico que se ha creado durante meses, con la ventaja evidente que significa el control de los canales narrativos en el (disociado) universo transatlántico, la principal fuente de tratamiento que presenta a Machado como “fenómeno” político y a González Urrutia como “abuelo de la patria”.
En segundo lugar, puestos en jaque públicamente, el 11 de junio Vente Venezuela se negó a firmar un acuerdo en el que se respetarán los resultados electorales (la argumentación del porqué es secularmente predecible). Todos los otros candidatos de oposición, más el presidente, lo firmaron.
Emplazados por el verdadero consenso nacional, Machado y González Urrutia se negaron. Su versión del ídem no es menos paralelo que las estructuras aguas abajo, y este sería el tercer ejemplo, que en teoría se dispondrán a “dar la batalla” en defensa del voto el 28 de julio.
Independientemente de los defectos e insuficiencias organizativas patentes, agraviados, además, por la incapacidad de hacer alianzas o concesiones a otros actores políticos de oposición a nivel regional y nacional, en días recientes han dejado claro de qué se valdrán para desconocer cualquier resultado que no se ajuste a sus parámetros interesados y exclusivos.
Precisamente, al denunciar un supuesto atentado contra Machado (no es la primera vez) que ha levantado sospechas sobre su veracidad en muchas partes, Biagio Pilieri, como uno de los representantes de la llamada Plataforma Unitaria Democrática (PUD, el paraguas derruido que dice representar a “toda” la oposición, pero no a otros ocho candidatos presidenciales) el 18 de julio pasado.
“Vamos a respetar lo que esas actas digan en un proceso que tiene que ser libre, democrático y transparente ese día. Lo que digan nuestras actas que es la voluntad del pueblo de Venezuela, por supuesto que las vamos a respetar”, dijo, mientras despachaba con vaguedades los detalles del presunto atentado. Para la totalización de sus actas electorales cuentan con una sala creada para eso en Miami.
Esto revela, por mampuesto, las líneas maestras del plan de desconocimiento general. En la superficie de los medios en lo que va de semana (agregando la anterior) se ha atestiguado una migración de matriz de la victoria irreversiblemente abrumadora a la del fraude, partiendo de la premisa de que otro resultado que no sea ese es imposible.
Mientras que, a pesar del esfuerzo, una vez más el principal recurso de Machado y compañía es la entropía y el peor enemigo es cualquier asomo de normalidad, la apuesta electoral del otro lado de la acera, la chavista, el peso se vuelca sobre la estabilidad respaldada por un consenso que rebasa el marco del gobierno.
Pareciera desprenderse que no hay mayor peligro que la consolidación del proceso del restablecimiento total de la paz.
Pero puesto todo sobre la balanza, la facción política que defendió al país y resistió una sucesión de pesadillas va al proceso electoral con una mano amarrada (desde afuera del territorio nacional), con el peso financiero de las peores causas del “occidente colectivo” en contra y concentrados en una sola contrincante, y abusando de los síntomas más importantes de las mejoras generales para volcarlas en la dirección contraria, queda establecida la gran desigualdad en la correlación de fuerza bruta entre las dos candidaturas principales.
Sorprendentemente, quien se presenta como David es un Goliat mal disfrazado.