El fuego del capitalismo voraz
Es tal la intencionalidad de impedir que el incendio retroceda, que se ataca a quienes lo combaten, se criminaliza al Pueblo Mapuche, allanando sus viviendas, los centros de reunión, radios comunitarias, y todo lo que pueda servir para acallar voces de denuncia contra quienes realmente son los culpables de esta pesadilla
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El fuego del capitalismo voraz.
Es sabido desde hace mucho tiempo que la serie de incendios forestales que se producen en países del continente nuestro americano responden, casi siempre, a maniobras intencionales que buscan arrasar grandes extensiones de bosques y campos, y convertirlos en desiertos de cenizas para que nutran aún más los millonarios intereses que provee la especulación inmobiliaria.
Así fue como se actuó en la Amazonía en tiempos de Bolsonaro, o en la zona de Las Yungas en la Bolivia plurinacional, en zonas de Paraguay y Uruguay, o en Chile, mediante las intromisiones cuasi terroristas de la industria forestal.
Sin embargo, lo que en estos últimos meses ocurre en la Patagonia del lado argentino, o mejor dicho, en el territorio ancestral Mapuche (antes de que llegaran los conquistadores de ayer y de hoy), supera todo lo imaginable.
"Se trata de negocios, simplemente negocios", diría Donald Trump. O de "el accionar de los infiltrados y los Mapuche", según los dichos impunes del propio presidente, gobernadores, diputados y otro cúmulo de funcionarios venales, que mientras la Patagonia (y otras partes del país arden intermitentemente), no se le mueve un pelo a la hora de tomar medidas urgentes para solucionar la grave situación. El ejemplo de tanta desfachatez criminal es la foto del secretario de Ambiente, Daniel Scioli, jugando alegremente un partido de paddle "para matar el stress"-
"Este fuego nos lo veíamos venir, se lo advertimos a las autoridades y todos miraron a un costado", dice ahora uno de los vecinos que junto a su familia se deja la vida, día y noche combatiendo las llamas. Es que tanto de un lado y del otro de la Cordillera andina, los métodos son similares: no, no se trata de desaprensivos turistas que en una parate de sus caminatas por los bosques o en los alrededores de los lagos, quieren hacer "un fueguito" para ahuyentar el frío, sino de no tan anónimos "atacantes" que generan focos de fuego en determinados y estratégicos sitios.
Una vez prendidas las primeras malezas, los vientos se encargan del resto, convirtiendo zonas de gran extensión en auténticos infiernos. Pero si esto no bastara, aprovechándose de que muchos pobladores deben abandonar sus viviendas urgidos por el avance de las llamas, otros sujetos que fisonómicamente no coinciden con los de ningún habitante de pueblo originario, sino portadores de total blanquitud, violentaron las puertas de cabañas y galpones, y con la impunidad de saberse protegidos, las rociaron con gasolina para luego convertirlas en grandes hogueras.
Esta es una parte de lo que habitualmente ocurre, pero en la Argentina gobernada por el ultraderechista Javier Milei y en el Chile del falso progresista Gabriel Boric, la situación suma agravantes que muestran hasta qué punto las administraciones de ambos países tienen mucho que ver con la pesadilla que viven los respectivos pobladores. En un lado y en otro, funcionarias de alto nivel gubernamental se han encargado de alimentar teorías conspirativas racistas, íntimamente ligadas a la ofensiva fascista que se percibe en el mundo. Una vez instalado ese escenario, se dedican a cargar las responsabilidades de los incendios precisamente a quienes defienden y aman la tierra, a esos pueblos preexistentes que reivindican los valores ancestrales y endiosan a la Naturaleza, porque saben que significa vida.
Cuando la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, y su colega chilena del ministerio del Interior, Carolina Toha, dicen a voz en cuello: "son los Mapuche los incendiarios", tratan de avanzar en operaciones de exterminio étnico -al estilo del que practican Trump y su amigo Netanyahu sobre el pueblo palestino- para favorecer los intereses empresarios que quieren convertir el territorio ahora arrasado por el fuego, en millonarios megaproyectos inmobiliarios. O seguir "regalando" a precios de saldo, tierras a inversores europeos y últimamente a futuros colonos soldados israelíes, los mismos que han colaborado estrechamente con el genocidio en Gaza.
No es casualidad que apenas llegado al gobierno Javier Milei, se realizara un traspaso del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, que estaba en la órbita de la Subsecretaría Ambiente, al Ministerio de Seguridad, donde habita la ultra represora Bullrich. Coincidentemente, también se produjo una casi total reducción de las transferencias de fondos desde el gobierno a las provincias del extremo sur con la excusa del ajuste del gasto público. Más aún, fue el propio Milei quien derogó la ley votada en el Parlamento que impedía por un período de 60 años modificaciones en el uso de las tierras y bosques que se prendieran fuego.
Con este conjunto de medidas, se dejó totalmente abandonados a los pueblos patagónicos frente a la amenaza de incendios que todos sabían que se iban a repetir como en otras oportunidades en la temporada de verano, pero no con la magnitud de este año.
Resulta evidente que, al igual que hizo Bolsonaro con el Amazonas brasileño, la órden de "quemen todo" salió de las entrañas de quienes alimentan un capitalismo cada vez más voraz y destructor del medio ambiente y de los seres que lo habitan.
Mientras amplias zonas de la Patagonia siguen ardiendo, la respuesta gubernamental argentina es aplicar la represión justamente contra quienes voluntariamente han formado brigadas para combatir el fuego.
Es tal la intencionalidad de impedir que el incendio retroceda, que se ataca a quienes lo combaten, se criminaliza al Pueblo Mapuche, allanando sus viviendas, los centros de reunión, radios comunitarias, y todo lo que pueda servir para acallar voces de denuncia contra quienes realmente son los culpables de esta pesadilla. El sistema sabe muy bien como amedrentar y disciplinar rebeldías, pero como también ocurre en Palestina, estos nuevos cruzados del macartismo, ligados a intereses inversores extranjeros, no van a poder aniquilar a un pueblo que ha resistido embates parecidos durante más de 500 años.
Ni Milei ni Boric, y sus respectivos aliados locales y externos, podrán entender jamás, dentro de la impudicia con la que habitualmente se mueven, que la ancestralidad de un pueblo no se elimina por decreto. Que el resistir para vivir en paz y armonía es parte fundamental de su cosmogonía. Algo que también deberá comprender, en estas difíciles circunstancias que atraviesa el territorio patagónico, el resto de la población, para no caer en el juego de los nuevos conquistadores, y acentuar la solidaridad pueblo a pueblo.