Cuba en el ojo del huracán
Desde la campaña electoral, el empresario devenido presidente, Donald Trump, anunció que desmontaría el puente que se comenzaba a construir entre los gobiernos de EE.UU. y Cuba, y digo entre los gobiernos, porque ese puente ya tenía pilares construidos entre ambos pueblos.

Tras negociaciones intensas, se decidió avanzar en temas de interés para ambas partes y se llegó a restablecer la relación diplomática, significando de hecho y de derecho un reconocimiento al legítimo gobierno cubano, encabezado en ese instante por Raúl Castro.
Parecía que quedaba atrás el capítulo final de la Guerra Fría y con él la hostilidad, el terrorismo de estado, las agresiones y amenazas de EE.UU. contra un pequeño país decidido a construir su propio destino.
Aquel argumento de los halcones norteños de que mientras estuviera un Castro en el poder no habría relaciones, se desmoronó con la primera visita de un presidente estadounidense activo a La Habana.
Aunque enseguida fue evidente que el cambio fue solo de métodos, no de objetivos, los cubanos decidieron afrontar el desafío, conscientes de la fuerza cultural de su nación.
La nueva relación avanzó en diversos campos y aunque no se desmontó el bloqueo económico, hubo flexibilizaciones importantes que impactaron positivamente en la economía isleña, inmersa en un proceso de modernización.
La andanada Trump

El empresario presidente optó por la tensión más que por el negocio, que es su fuerte. Asesorado por sectores que respiran del odio anticubano, comenzó de inmediato a retrotraer todo lo avanzado por su antecesor.
La firma de un decreto en junio de 2017 con el que cancelaba todos los acuerdos adelantados entre los gobiernos de Raúl Castro y Barack Obama y ordenaba arreciar el bloqueo, fue el comienzo de la ofensiva de Trump.
Los supuestos ataques acústicos, farsa que alcanzó los límites de la caricatura, sirvieron para justificar la reducción del personal norteño en su embajada en La Habana y con ello los servicios consulares, todo con el fin de obstaculizar las relaciones de los cubanos de la Isla con sus familiares en EE.UU. Paralelamente, expulsaron a diplomáticos cubanos destacados en Washington.
Al unísono, comenzó una ofensiva para apretar las tuercas del bloqueo económico hasta límites insospechados. La persecución de las transacciones financieras cubanas se recrudeció, afectando a bancos de terceros países; las navieras estadounidenses o vinculadas a empresas de ese país fueron obligadas a no incluir el destino Cuba en sus rutas de cruceros; los vuelos de líneas aéreas se limitaron solo a La Habana, afectando a ciudadanos cubanos y estadounidenses y a empresas de ese país; diversas empresas aéreas fueron presionadas para cerrar contratos con Cuba, afectando la disponibilidad de vuelos al interior y al exterior de la Isla; se cancelaron las licencias que autorizaban a los estadounidenses a viajar a Cuba; se amenazaron a empresas y navieras internacionales ligadas al transporte de combustibles para que cerraran contratos con Cuba; y puso en vigor del título III de la Ley Helms-Burton de 1996 que amenaza de manera directa los intereses de empresas de terceros países radicadas en Cuba o que mantienen relaciones con la Isla, paso que ningún presidente de EE.UU. se atrevió a dar, por su marcado carácter extraterritorial.
Esta situación afectó sin dudas la economía cubana, tanto pública como privada, cuyas expectativas de crecimiento se habían multiplicado.
El carril regional del huracán

Esta ofensiva no es solo bilateral. Los halcones de Trump, especialmente el senador Marco Rubio, se han volcado hacia Suramérica para encontrar apoyos contra Cuba.
Consciente del impacto económico, solidario y moral que tiene la colaboración médica cubana en más de 60 países del mundo, desde la Casa Blanca se ordenó –y así lo evidenció la campaña mediática- a varios gobiernos de Suramérica cerrar los contratos que aseguraban la presencia de médicos cubanos en lugares inhóspitos de sus respectivos países.
Así lo hizo Jair Bolsonaro en Brasil y recientemente, Lenin Moreno, en Ecuador. El primero, acusando falsamente a los médicos cubanos de ser esclavos modernos; el segundo, intentando relacionar la presencia de varios centenares de galenos antillanos con las protestas sociales que sus políticas generaron, haciéndole así, ambos, el favor a EE.UU. de seguir presionando a Cuba en lo económico y político.
En igual sentido andan los pasos del gobierno de Colombia que ha abierto una ofensiva contra Cuba, el país que más ha hecho por la paz colombiana.
Cuba ha sido garante y sede de las conversaciones de paz que por separado mantuvo el gobierno anterior con las guerrillas de FARC y ELN. El gobierno del presidente Iván Duque interrumpió las conversaciones con el ELN tras un deplorable atentado de este grupo contra una escuela de cadetes con saldo de 22 muertos.
Tras este episodio, condenado por todo el mundo, incluyendo a Cuba, el gobierno de Iván Duque ha exigido a La Habana que le entregue a la delegación del ELN que negociaba la paz, por ser “criminales confesos”.
Cuba, como país garante, debe regirse por el Derecho Internacional Humanitario y los Convenios de Ginebra, los cuales tipifican la responsabilidad de los garantes, la ilegalidad de la perfidia, y respaldan jurídicamente los Protocolos firmados para en caso de que se malograran las conversaciones, catalogados como acuerdo especial y por ende de obligatorio cumplimiento por los firmantes, entre ellos el Estado colombiano.
Ante esta avasallante realidad jurídica, ¿por qué entonces el gobierno colombiano hace una exigencia incumplible como esta?
La respuesta llegó justamente el día 7 de noviembre cuando 187 países del mundo condenaron el bloqueo de EE.UU. contra Cuba. El gobierno colombiano, rompiendo una tradición de condena al bloqueo se abstuvo de votar a favor de Cuba.
El Canciller de este país justificó su voto alegando que Cuba ha mantenido “actos hostiles” contra Colombia al “amparar terroristas”, lenguaje que nos regresa a la Guerra Fría y a las injustas y falaces acusaciones de pasados gobiernos de EE.UU. contra la Isla.
Este relato estólido y envejecido que intenta revivir el gobierno colombiano, complementa, casualmente, el recrudecimiento de la hostilidad estadounidense contra el pueblo cubano y las risibles acusaciones de la OEA sobre supuestas acciones de subversión de Cuba, Venezuela y el Foro de Sao Paulo en los países donde se han sucedido fuertes manifestaciones sociales de protestas.
Y como si la orquesta estuviera en pleno concierto, ya se escuchan desde Bolivia acordes parecidos, interpretados por los golpistas que derrocaron al presidente Evo Morales, quienes aseguran que detrás de las protestas contra el golpe está también la mano de La Habana.
Sin dudas, Cuba está nuevamente en el centro del huracán imperial, con coletazos provenientes de gobierno sumisos, mediocres, condenados al fracaso. Olvidan o subestiman la capacidad de resistencia del pueblo cubano y ojalá no descuiden que desde el sur soplan, ya no brisas bolivarianas, a las que les temen, sino vientos de cambios indetenibles en los que la Isla, si tiene alguna culpa, es la que emana de su ejemplo de dignidad y firmeza.