El mundo al borde de una nueva guerra
La historia siempre ha demostrado que EE.UU. inicia las guerras que sabe puede ganar rápidamente, y en el caso de Irán, una guerra directa sería larga y con efectos devastadores para la región y el mundo. Irán cuenta con un consenso interno que no tuvo ni Iraq ni Afganistán.
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Imagen satelital de sitio de impacto de misil iraní en base de EE.UU. en Iraq
Casi una década después del momento de mayor tensión entre EE.UU. e Irán, vuelven a sonar, no ya los tambores de la guerra, sino incluso algunos disparos.
Hace unas horas, Irán atacó bases de EE.UU. en Iraq con docenas de misiles tierra-tierra de corto alcance.
La acción, catalogada como “Mártir Suleimani”, fue la represalia iraní por el asesinato cobarde del general Qasem Suleimani, tras un bombardeo estadounidense a su convoy en las afueras de un aeropuerto en Bagdad.
Las declaraciones de los líderes iraníes, las reacciones de ese pueblo, la indignación de una parte considerable de la población del Medio Oriente y la solidaridad de importantes organizaciones político-militares de esa región con Irán, apuntaban a una casi inevitable reacción de Teherán a la afrenta de EE.UU.
Y así fue. Docenas de misiles Zulficar y Quiam volvieron a salir de territorio persa para hacer blanco, esta vez, en bases estadounidenses. Ya los cielos de la región habían visto volar estas armas, hasta el momento dirigidas solo contra grupos terroristas en Iraq y Siria.
Desde EE.UU. se dio un parte de tranquilidad a la opinión pública de ese país, al informar que no hubo bajas. Otras fuentes desde la región afirman que cerca de 80 soldados del contingente de ocupación estadounidense fueron abatidos en el ataque. En cualquier caso, la acción confirmó que Irán no aceptó la humillación.
Las fichas en el tablero
La decisión de Trump de asesinar a tan importante general iraní, aunque irresponsable en su presentación, debió ser calculada y sin dudas tiene un fin político interno muy claro.
Ante un juicio político en marcha que, aunque no llegue a buen término, afectará su imagen de cara a la reelección, siempre resulta efectivo demostrar una postura “firme” contra un enemigo tan indócil como Irán.
La represalia iraní estuvo en los cálculos y para ello se prepararon los estadounidenses. En los últimos años Irán ha reaccionado así en varios momentos contra el Estado islámico.
Tras horas de tensión después del ataque, Donald Trump confirmó que EE.UU. no responderá directamente, aunque dejó abierta esa posibilidad al reiterar las acusaciones de siempre contra Teherán.
Lejos de invocar una guerra, Trump, más sereno de lo habitual, anunció sanciones económicas y reclamó a la OTAN un mayor involucramiento en el Medio Oriente.
Lo anterior confirma que EE.UU., como en el 2010, evitará una confrontación directa con Irán y para ello, minimizaron al máximo el impacto de los misiles iraníes. No obstante, el conflicto continuará en lo político, económico y mediático; también en lo militar, a través de terceros, especialmente en escenarios como Iraq, Siria, El Líbano o Yemen.
Igualmente, aunque el empresario presidente no escucha mucho y se mofa del sistema de relaciones internacionales, las reacciones de aliados como Reino Unido, Alemania, el resto de la Unión Europea, Japón e (Israel), sin dudas influyeron para frenar la escalada.
Pero existen tres factores que, más allá de la retórica, hace reflexionar al más audaz de los halcones en Washington. La historia siempre ha demostrado que EE.UU. inicia las guerras que sabe puede ganar rápidamente, y en el caso de Irán, una guerra directa sería larga y con efectos devastadores para la región y el mundo. Irán cuenta con un consenso interno que no tuvo ni Iraq ni Afganistán.
Un segundo factor es la capacidad militar iraní. Las instituciones armadas de ese país están equipadas con moderno armamento, en su mayoría de fabricación nacional, y sus principales mandos tienen amplia y cercana experiencia combativa.
Disponen de una elevada capacidad movilizativa, con posibilidades de poner sobre las armas a millones de soldados entre profesionales, milicianos y reservistas. Los avances científicos de Irán le han permitido construir sistemas de misiles con distintos tipos de alcance y efectividad demostrados, lo que representa un poderoso elemento disuasivo.
Y en tercer lugar, el estrecho de Ormuz, puerta de entrada al golfo Pérsico por donde pasan a diario los buques cargados de hidrocarburos, podría convertirse en otra arma para Irán y un elemento de presión sobre los países petroleros de la región y sus mercados que en caso de conflicto verían afectados sus intereses.
Para Irán, como afirmamos, la reacción era inevitable, pero sin dudas igualmente calculada. Las propias declaraciones de importantes líderes de ese país dejan entrever que el objetivo fue responder, no más.
Teherán conoce los estragos de la guerra y sus pasos no conducen a ella. Su interés fue devolver el golpe, para lo cual reafirmarán la tesis de más de 80 bajas estadounidenses tras la andanada de misiles. De esta forma la imagen del gobierno quedará incólume.
Por ahora, la guerra directa ha sido pospuesta. En la zona se juega un ajedrez de altos quilates y de carácter internacional. El repentino viaje de Vladimir Putin a Siria, y su reunión con su homólogo sirio Bashar Al Assad en la sede del comando de las tropas rusas en ese país, así lo confirman. Trump posiblemente haya escuchado consejos.