La falacia de los ricos para impedir una catástrofe climática
Los países más ricos se comprometieron en 2009 a invertir cien mil millones de dólares anuales hasta 2020 para ayudar a los países más pobres a combatir el impacto del cambio climático e iniciar la transición hacia el uso de energías renovables y no contaminantes.
La Conferencia sobre Cambio Climático (COP26) en Glasgow, Escocia, que concluirá el próximo viernes, abrió una ventana a la hipocresía e irracionalidad que impregnan esas discusiones en un escenario mundial dominado por una estructura de poder tóxica, multiplicadora de desigualdad económica y social y potencia los conflictos sociales y geopolíticos, opina el sitio argentino elcohetealaluna.com.
Antes de ese evento, un organismo de la ONU advirtió que son insuficientes las medidas comprometidas para impedir una catástrofe climática provocada por el calentamiento global y la mayoría de ellas siguen sin concretarse.
El cambio climático provocado por el uso de combustibles fósiles se ha intensificado y queda poco tiempo para evitar que la Tierra registre un aumento de 1.5 grados Celsius del nivel que tenía en la era preindustrial.
Y aún más, el planeta se encamina a registrar un aumento promedio de 2,7 grados de la temperatura global hacia fines de este siglo.
En paralelo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) alertó que no basta con cumplir las promesas de los últimos años que hacia 2050 solo reducirá 40 por ciento de las emisiones tóxicas acumuladas, lo cual volverá irreversible una catástrofe climática.
Para impedir esto, la AIE insta a actuar de inmediato y recortar durante esta década 50 puntos porcentuales de las emisiones tóxicas.
Tal acción implica un gran esfuerzo, porque solo 12 por ciento de las energías que hoy se utilizan son renovables y 80 de origen fósil.
Esas advertencias arañan la superficie de un problema más profundo.
Hoy sabemos que los países más desarrollados, nucleados en el G20, son responsables de 78 por ciento del calentamiento global, mientras los en vías de desarrollo, con un rol secundario en la explosión de la crisis, carecen de recursos para combatirlo y necesitan energía barata para que sus economías crezcan y su población se alimente.
Algunas corporaciones y entidades financieras aprovecharon ese contexto asimétrico en términos de distribución de poder, de responsabilidades y de acceso a los recursos, para obtener ganancias y rentas extraordinarias por las oportunidades que brinda la lucha contra el cambio climático.
Hoy se estima que se necesitan de 1,6 a 3,8 billones (millones de millones) de dólares de inversión anual en las próximas décadas para impedir que el calentamiento global se vuelva irreversible.
Los países más ricos se comprometieron en 2009 a invertir cien mil millones de dólares anuales hasta 2020 para ayudar a los países más pobres a combatir el impacto del cambio climático e iniciar la transición hacia el uso de energías renovables y no contaminantes.
Pero esa cantidad no alcanza ni a la mitad de lo comprometido y la falta de transparencia respecto a los orígenes de los fondos a utilizar (su carácter público o privado) y la forma que debiera asumir la ayuda financiera (préstamos o donaciones) dio lugar a una “contabilidad creativa”, basada en la sustitución de donaciones por préstamos y en el ocultamiento de actividades y políticas que reproducen la contaminación bajo “un disfraz verde”, supuestamente compatible con la lucha contra el calentamiento global.
Así, no sólo la ayuda no llegó en la cantidad prometida, sino que en gran medida asumió la forma de préstamos otorgados por bancos, fondos financieros y organizaciones internacionales que, con el aparente objetivo de luchar contra la contaminación, obtienen ganancias financieras y empujan a los países de menores ingresos a un mayor endeudamiento.
En ese contexto, las operaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) adquirieron una iridiscencia especial: a nivel retórico, reconoció “el peso desigual” de la lucha contra el cambio climático y la cruel ironía de una situación en la que los países más pobres, siendo menos responsables por el calentamiento global, tienen que hacer el mayor esfuerzo para revertir esta situación.
En la práctica, el FMI preside sobre un creciente endeudamiento de los países más pobres que se agrava para mitigar el cambio climático.
Inmersos en el ciclo del endeudamiento ilimitado, esos países terminan gastando para enfrentar su endeudamiento global cinco veces más de lo que gastan para combatir el cambio climático.
Asimismo, los préstamos que reciben son mucho más caros que los que se otorgan a los países más ricos.