En los últimos tiempos, la Asociación Estadounidense de Bibliotecas detectó un fenómeno peligroso: solo en 2023 su país prohibió cuatro mil títulos de libros en instituciones escolares y públicas.

La cifra representó un aumento de 65 por ciento respecto al año anterior, cuando dos mil 571 obras resultaron censuradas.

Sin embargo, es probable que la estadística actual sea mayor debido a la presencia de numerosas impugnaciones no reportadas.

Al decir de la organización, los grupos protagonistas de las campañas de veda a menudo juzgaron decenas o cientos de escritos a la vez. 

Históricamente, Texas fue el estado de las sanciones; no obstante, los datos indicaron que Florida, Colorado, Connecticut, Idaho, Illinois, Iowa o Carolina del Norte aumentaron sus sentencias. 

El conjunto de textos señalados abarcó clásicos como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, El hombre invisible, de Ralph Ellison, o Anna Karenina, de León Tolstoi.

También incluyó a la novela The Bluest Eye, de la autora Toni Morrison, ganadora del premio Nobel de Literatura.

Su texto abordó la historia de Pecola, una adolescente afroamericana que vivía en Ohio a inicios de la Segunda Guerra Mundial y sentía que la única solución a todos sus problemas era tener otro color de ojos.

Para algunos críticos ultraconservadores, las nuevas regulaciones pretenden proteger a las nuevas generaciones de la pornografía o del racismo.

A pesar de la condena de esos documentos, las autoridades no prohibieron el uso de celulares, desde donde los niños sí consumen productos dañinos.

Es decir, restringieron cualquier aspecto central y constitutivo de la historia de ese país para no herir la sensibilidad de los jóvenes blancos. 

No obstante, ni este ni ningún otro veto organizado a lo largo de la Historia logró suprimir de forma definitiva la literatura. Si esas empresas hubieran resultado exitosas, hoy no tendríamos ni la más remota idea de autores como Erasmo de Róterdam.