Estados Unidos se precipita hacia una guerra con China
La realidad es que Washington no se está dejando llevar pasivamente hacia la guerra, sino que se está lanzando a ella a toda velocidad, impulsado por una combinación de ambición militar y estrategia geopolítica.
La narrativa de que Estados Unidos está avanzando hacia una guerra con China es un mito peligrosamente engañoso.
Lejos de un tropiezo sonámbulo, Washington está siendo deliberadamente conducido por las élites militares y de seguridad nacional a un conflicto con la nación asiática, mientras el Congreso se esfuerza por superarse mutuamente en ventas.
¿La motivación? Una mezcla tóxica de contribuciones de la industria de defensa y una equivocada sensación de dominio geopolítico.
Desde que asumió la presidencia, las declaraciones de Joe Biden han revertido radicalmente la política estadounidense de “ambigüedad estratégica” con respecto a Taiwán, que históricamente ha servido para tener a China en la incertidumbre sobre las intenciones estadounidenses, manteniendo así un equilibrio precario y disuadiendo acciones precipitadas de cualquiera de las partes.
Sin embargo, las declaraciones de Biden han inaugurado una era de “claridad estratégica”, al afirmar inequívocamente que Estados Unidos intervendría militarmente si China invadiera Taiwán.
Esta postura es un cambio profundo, especialmente si se tiene en cuenta que Estados Unidos no tiene ninguna obligación en virtud de un tratado de defender a Taiwán y que el Congreso no ha otorgado al presidente la autoridad para intervenir militarmente en un conflicto de ese tipo, al menos no todavía.
Además, la presencia de personal militar estadounidense en Taiwán y en las islas Kinmen, estas últimas a apenas unos kilómetros de China continental, subraya esta postura agresiva. Este despliegue no es una medida defensiva sino un acto de provocación, que prácticamente pide a gritos una confrontación. Es una señal para China de que Estados Unidos se está preparando activamente para posibles hostilidades.
La escalada de las ventas de armas a Taiwán exacerba aún más la situación. Pekín percibe el aumento de la ayuda militar y el armamento sofisticado de Washington a Taipei como una amenaza inequívoca que empuja a la región al borde de la guerra.
Estas acciones se complementan con la estrategia más amplia de guerra económica de Washington contra China, que incluye aranceles, sanciones y esfuerzos para desvincular las dos economías. Esta agresión económica, diseñada para debilitar la posición global de China, sólo sirve para aumentar las tensiones y avivar el fuego del conflicto.
La beligerancia de Washington se extiende más allá de Taiwán: Estados Unidos ha prometido intervenir en diversas disputas territoriales entre China y sus vecinos. El mar de China Meridional es un foco de este tipo de conflictos, y las reivindicaciones de Filipinas sobre ciertos bancos de arena han provocado enfrentamientos en los últimos meses.
El respaldo de Estados Unidos a estas reivindicaciones, independientemente de su mérito, es una clara señal de su intención de desafiar agresivamente la influencia regional de China.
A esta mezcla volátil se suma el hecho de que Kurt Campbell, el arquitecto de la política de Obama de “pivote hacia el este de Asia”, declaró recientemente que la era de la interacción positiva con China había terminado.
Este “pivote” siempre fue una medida transparente para empezar a contener a China, pero las recientes declaraciones de Campbell marcan un giro hacia una confrontación abierta.
Tanto el exjefe como el actual jefe del Comando Indopacífico de Estados Unidos también han declarado sin rodeos el año pasado que se están preparando para una guerra inmediata con China, lo que ilustra aún más la naturaleza calculada y deliberada de las acciones de Washington.
Esta marcha orquestada hacia el conflicto no está impulsada por un miedo irracional o una necesidad defensiva de proteger los intereses estadounidenses, sino por una decisión estratégica de los dirigentes estadounidenses para afirmar su dominio en la región de Asia y el Pacífico.
Tal enfoque no tiene en cuenta el potencial catastrófico de un conflicto de esa magnitud, que fácilmente podría derivar en un desastre global, o incluso en la aniquilación total.
Es fundamental entender que no se trata de una cuestión unilateral en la que China es el único agresor. A diferencia de Estados Unidos, China no está realizando ejercicios militares en el Golfo de México ni desplegando tropas cerca de las fronteras estadounidenses.
En cambio, son los Estados Unidos los que están incursionando agresivamente en el mar de China Meridional y posicionándose como una fuerza hegemónica en una región alejada de sus costas.
La descripción que los medios de comunicación hacen de la situación como un camino sonámbulo hacia la guerra no sólo es inexacta, sino peligrosa. Oculta las acciones calculadas y provocadoras de Estados Unidos, y lleva al público a creer que el conflicto es un resultado involuntario y no una estrategia deliberada.
La realidad es que Washington no se está dejando llevar pasivamente hacia la guerra, sino que se está lanzando a ella a toda velocidad, impulsado por una combinación de ambición militar y estrategia geopolítica.
En conclusión, la responsabilidad de la escalada de tensiones y la amenaza inminente de un conflicto con China recae directamente sobre Washington. Estados Unidos está eligiendo activamente un camino de confrontación que amenaza no sólo la estabilidad regional sino también la paz global.
En una reciente visita, Xi Jinping se lo dijo a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El mandatario chino afirmó que sentía que Washington estaba tratando de “incitar” a China a iniciar una guerra por Taiwán; siendo una seria línea roja para Pekín, eso podría ser precisamente lo que suceda.
La postura agresiva de Washington es una apuesta temeraria y potencialmente destructora del mundo que favorece los intereses de unos pocos a expensas de muchos. Sólo reconociendo esto podremos tener la esperanza de alejarnos del borde del desastre y buscar un enfoque más pacífico y sostenible de las relaciones internacionales.