Fidel continúa en los susurros del viento
El Capitán está zurcido a la Isla y a su gente; desde aquella primera, el asalto al cuartel Moncada, al desembarco del Granma, hasta sus iniciativas posteriores.
El 25 de noviembre de 2016, Cuba empezó a llorarlo. No al viejecito de las últimas imágenes, de pelo nieve y lentitud al caminar, sino al otro, el Fidel Castro que empujó a creer en su versión del mundo.
Dicen que ese día la muerte vino para llevárselo lejos, allá donde descansan los guerreros y mártires.
Pero muchos aún no se conforman con percibirlo y no verlo andar por las calles de La Habana, anudar pañoletas de los niños e intervenir en conversaciones.
No se conforman, cómo resignarse no pueden, si no está quien subía ágil las pendientes hacia la Comandancia de la Plata, conversaba con los campesinos más olvidados y con ellos compartía sus ideas de proteger a la tierra y sus sembradores, el planeta, la vida, el hombre…
Fidel tenía ese extraño don de los genios para convencer y enamorar, para brillar y brillar, y mostrar los caminos menos duros y más ciertos.
Por eso, está zurcido a la Isla y a su gente; desde aquella primera vez, el asalto al cuartel Moncada, al desembarco del Granma, hasta sus iniciativas posteriores.
Como cuando proclamó que el niño Elián sería rescatado. Como cuando afirmó que recuperaría a los cinco héroes presos injustamente en Estados Unidos.
Más de seiscientas veces el Imperio intentó asesinarlo y no pudo. Más de seis presidentes en Washington intentaron derrocar una revolución arraigadísima a su pueblo.
La madrugada del 25 de noviembre de 2016 fue larga. Y muchos sintieron por las calles de La Habana el humo de las velas de Birán, allá donde creció el gigante.
Dicen que la muerte vino para llevárselo lejos, pero aunque quiso, no pudo tener a quien nació eterno y continúa en los susurros del viento.