África y las guerras del futuro
No es frecuente encontrar en las noticias de cada día muchas informaciones sobre África, uno de los continentes mayores del globo y de los más ricos.

De ahí que la emboscada donde murieron cuatro soldados estadounidenses en Níger – y cinco soldados nigerianos de los cuales, como era de esperarse, se habla mucho menos – haya hecho regresar el continente negro a las noticias y de paso, haya sorprendido a quienes no conocen las dimensiones de la presencia militar actual de Estados Unidos en África.
La sorpresa puede ser mayor si conocemos otro dato también poco informado: según Nick Turse, uno de los editores principales del sitio Tomdispatch, quien ha seguido el tema durante varios años, la cifra de militares estadounidenses en África oscilaría hoy entre 5 000 y 8 000 soldados, en dependencia de las misiones de cada momento. Y en alrededor de 50 países africanos.
Turse, quien ha escrito numerosos artículos y libros sobre el tema, añade que la expansión de la presencia militar en África, según el Comando para África de los Estados Unidos – conocido como Africom – se aprecia en la realización de unos 3 500 ejercicios y programas por año, es decir, dice, cerca de diez misiones diarias en el continente, frente a unas 172 cuando Africom inició sus actividades: un 2 000 por ciento de incremento.
Por otra parte, la presencia del personal militar, en bases o estaciones, mayores y menores, es también poco conocida. La única base reconocida como tal por el mando militar es la de Camp Lemonnier, en Djibouti (por su ubicación geográfica en el Cuerno Africano este pequeño país arrienda su territorio a bases militares de varios países) donde están estacionados más de dos mil soldados.
Pero sumada a otras, la presencia militar, según un dato no actualizado, alcanza las 46 locaciones desde las cuales las fuerzas estadounidenses operan, en conjunto con tropas locales - o no -, por medios convencionales o guiando drones, desde los más variados puntos del continente.
La sorpresa puede ser mayor si conocemos otro dato también poco informado: según Nick Turse, uno de los editores principales del sitio Tomdispatch, quien ha seguido el tema durante varios años, la cifra de militares estadounidenses en África oscilaría hoy entre 5 000 y 8 000 soldados, en dependencia de las misiones de cada momento. Y en alrededor de 50 países africanos.
Turse, quien ha escrito numerosos artículos y libros sobre el tema, añade que la expansión de la presencia militar en África, según el Comando para África de los Estados Unidos – conocido como Africom – se aprecia en la realización de unos 3 500 ejercicios y programas por año, es decir, dice, cerca de diez misiones diarias en el continente, frente a unas 172 cuando Africom inició sus actividades: un 2 000 por ciento de incremento.
Por otra parte, la presencia del personal militar, en bases o estaciones, mayores y menores, es también poco conocida. La única base reconocida como tal por el mando militar es la de Camp Lemonnier, en Djibouti (por su ubicación geográfica en el Cuerno Africano este pequeño país arrienda su territorio a bases militares de varios países) donde están estacionados más de dos mil soldados.
Pero sumada a otras, la presencia militar, según un dato no actualizado, alcanza las 46 locaciones desde las cuales las fuerzas estadounidenses operan, en conjunto con tropas locales - o no -, por medios convencionales o guiando drones, desde los más variados puntos del continente.
¿Con qué fines?

Un antiguo diplomático estadounidense explica la presencia militar en Niger – el ejemplo más reciente – con la conocida candidez con que Estados Unidos ha justificado las más siniestras intervenciones.
David Litt, quien fue segundo jefe de la embajada de Estados Unidos en Niamey y consejero político por el Departamento de Estado ante el Comando de Operaciones Especiales, dice textualmente:
“Su tarea ha sido principalmente mantener la capacidad de las fuerzas de seguridad de las naciones aliadas, a fin de promover la estabilidad y las normas generalmente aceptadas de las sociedades democráticas. La presencia de operaciones especiales en Níger solo tiene unos pocos años y está vinculada a los esfuerzos de Estados Unidos para derrotar a extremistas violentos operando con impunidad, especialmente en el norte, en Mali, y en el sur, en Nigeria”.
Y en efecto, la lucha contra las agrupaciones terroristas que se multiplican en el continente, mucho más después de cada evidencia de participación norteamericana, es la gran explicación que hoy se da para la presencia de los militares en tantos países del continente.
No es una mala explicación. Sobre todo cuando Litt añade que la presencia en Níger es resultado de la diplomacia de Estados Unidos y sus “estrategias para construir la estabilidad, la legitimidad y la capacidad en naciones frágiles”, aun cuando no existan “amenazas directas e inmediatas a Estados Unidos en el presente”.
Pero pudiera haber una explicación más completa para esta doble política, militar y diplomática.
El propio Donald Trump nos lo confiesa.
En una reciente reunión con dirigentes africanos, dijo textualmente:
“África tiene un tremendo potencial para los negocios. Tengo tantos amigos yendo a sus países, tratando de obtener riquezas. Los felicito. Ellos están gastando una gran cantidad de dinero”.
O sea, que dicho en el singular lenguaje de Trump, el expansionismo económico es, como fue siempre para las principales potencias colonialistas occidentales, uno de los grandes objetivos de esta política.
David Litt, quien fue segundo jefe de la embajada de Estados Unidos en Niamey y consejero político por el Departamento de Estado ante el Comando de Operaciones Especiales, dice textualmente:
“Su tarea ha sido principalmente mantener la capacidad de las fuerzas de seguridad de las naciones aliadas, a fin de promover la estabilidad y las normas generalmente aceptadas de las sociedades democráticas. La presencia de operaciones especiales en Níger solo tiene unos pocos años y está vinculada a los esfuerzos de Estados Unidos para derrotar a extremistas violentos operando con impunidad, especialmente en el norte, en Mali, y en el sur, en Nigeria”.
Y en efecto, la lucha contra las agrupaciones terroristas que se multiplican en el continente, mucho más después de cada evidencia de participación norteamericana, es la gran explicación que hoy se da para la presencia de los militares en tantos países del continente.
No es una mala explicación. Sobre todo cuando Litt añade que la presencia en Níger es resultado de la diplomacia de Estados Unidos y sus “estrategias para construir la estabilidad, la legitimidad y la capacidad en naciones frágiles”, aun cuando no existan “amenazas directas e inmediatas a Estados Unidos en el presente”.
Pero pudiera haber una explicación más completa para esta doble política, militar y diplomática.
El propio Donald Trump nos lo confiesa.
En una reciente reunión con dirigentes africanos, dijo textualmente:
“África tiene un tremendo potencial para los negocios. Tengo tantos amigos yendo a sus países, tratando de obtener riquezas. Los felicito. Ellos están gastando una gran cantidad de dinero”.
O sea, que dicho en el singular lenguaje de Trump, el expansionismo económico es, como fue siempre para las principales potencias colonialistas occidentales, uno de los grandes objetivos de esta política.
La gran tragedia africana

La gran tragedia africana ha sido su extraordinaria riqueza.
Un continente enormemente rico, pero con sus riquezas ocultas bajo tierra. Petróleo, diamantes, uranio, han nutrido las arcas de muchos y han provocado el hambre, el caos político, la desesperación, para la inmensa mayoría de los pueblos de este continente.
Las naciones africanas proporcionaron la fuerza de trabajo para el desarrollo de las colonias europeas en América, en el orden de decenas de millones de esclavos, que fueron transportados al entonces nuevo continente y explotados a sangre y fuego.
El proceso de descolonización que se produjo casi masivamente en los años 60 del pasado siglo – con excepción de las colonias portuguesas, que llegarían a la independencia en los 70 – abrió un camino de esperanzas. Insatisfechas en su mayoría. El retardo heredado en todos los órdenes era inconmensurable.
El recuento de guerras internas, de intentos imperialistas, y también de victorias como la derrota del apartheid en Sudáfrica, llenan las páginas de la historia posterior.
Hoy, en un mundo sediento de recursos, África es quizás el más codiciado de los continentes. Sobre él se vuelcan los países desarrollados o en pleno desarrollo, en busca de las materias primas de que carecen.
El ritmo de la relación económica que aceleradamente va estableciendo China es impresionante.
En solo unas pocas décadas, China, que abrió caminos en ese continente ayudando a movimientos de liberación, ha pasado a ocupar un lugar central en el comercio africano.
Los datos varían poco según las fuentes consultadas. Pero son útiles para la argumentación e ilustran la intensa ruta recorrida por el comercio sino africano:
El promedio de las importaciones africanas desde China, entre 1993 y 2004, eran de 4 205 millones de dólares, y las compras chinas fueron de 4 916 millones. Las importaciones africanas se concentraban en bienes de consumo, mientras que las chinas eran, como se suponía, materias primas y minerales.
Ya al finalizar ese período, China era el tercer socio comercial africano, después de Estados Unidos y Francia.
Pero en el 2010, el intercambio chino con África era superior al estadounidense: 127 000 millones de dólares anuales. Y en el 2014, solo cuatro años después, fue de 222 000 millones.
Entre tanto, las cifras estadounidenses han declinado.
No es necesario aburrir con estadísticas. Las expuestas ayudan a evidenciar que, también en el continente africano, el reto es creciente para el poder global de Estados Unidos.
Y basta también para comprender que, además de la intención de detener la acción de grupos capaces de realizar acciones terroristas contra Estados Unidos, la presencia de esta red de establecimientos y de relaciones militares con alrededor de cincuenta países en el continente, tiene explicaciones a más largo plazo.
En África, ¿se estará librando ya una guerra del futuro? Por lo pronto, Estados Unidos ha comenzado a tomar posiciones.
Un continente enormemente rico, pero con sus riquezas ocultas bajo tierra. Petróleo, diamantes, uranio, han nutrido las arcas de muchos y han provocado el hambre, el caos político, la desesperación, para la inmensa mayoría de los pueblos de este continente.
Las naciones africanas proporcionaron la fuerza de trabajo para el desarrollo de las colonias europeas en América, en el orden de decenas de millones de esclavos, que fueron transportados al entonces nuevo continente y explotados a sangre y fuego.
El proceso de descolonización que se produjo casi masivamente en los años 60 del pasado siglo – con excepción de las colonias portuguesas, que llegarían a la independencia en los 70 – abrió un camino de esperanzas. Insatisfechas en su mayoría. El retardo heredado en todos los órdenes era inconmensurable.
El recuento de guerras internas, de intentos imperialistas, y también de victorias como la derrota del apartheid en Sudáfrica, llenan las páginas de la historia posterior.
Hoy, en un mundo sediento de recursos, África es quizás el más codiciado de los continentes. Sobre él se vuelcan los países desarrollados o en pleno desarrollo, en busca de las materias primas de que carecen.
El ritmo de la relación económica que aceleradamente va estableciendo China es impresionante.
En solo unas pocas décadas, China, que abrió caminos en ese continente ayudando a movimientos de liberación, ha pasado a ocupar un lugar central en el comercio africano.
Los datos varían poco según las fuentes consultadas. Pero son útiles para la argumentación e ilustran la intensa ruta recorrida por el comercio sino africano:
El promedio de las importaciones africanas desde China, entre 1993 y 2004, eran de 4 205 millones de dólares, y las compras chinas fueron de 4 916 millones. Las importaciones africanas se concentraban en bienes de consumo, mientras que las chinas eran, como se suponía, materias primas y minerales.
Ya al finalizar ese período, China era el tercer socio comercial africano, después de Estados Unidos y Francia.
Pero en el 2010, el intercambio chino con África era superior al estadounidense: 127 000 millones de dólares anuales. Y en el 2014, solo cuatro años después, fue de 222 000 millones.
Entre tanto, las cifras estadounidenses han declinado.
No es necesario aburrir con estadísticas. Las expuestas ayudan a evidenciar que, también en el continente africano, el reto es creciente para el poder global de Estados Unidos.
Y basta también para comprender que, además de la intención de detener la acción de grupos capaces de realizar acciones terroristas contra Estados Unidos, la presencia de esta red de establecimientos y de relaciones militares con alrededor de cincuenta países en el continente, tiene explicaciones a más largo plazo.
En África, ¿se estará librando ya una guerra del futuro? Por lo pronto, Estados Unidos ha comenzado a tomar posiciones.