La vuelta al aula en otro país bloqueado
El domingo 13 (por suerte no martes), marcó un nuevo giro a la vida de padres y alumnos en Irán. Más de 15 millones de estudiantes persas comenzaron a acudir de manera gradual a sus colegios públicos. Con la vuelta a las aulas hay mucho que no regresó.
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La vuelta al aula en otro país bloqueado. Foto: Ilustrativa
El domingo 13 (por suerte no martes), marcó un nuevo giro a la vida de padres y alumnos en Irán. Con la salida de un fuerte sol que pretende ser otoñal, pero aún no lo consigue, niños y jóvenes se reincorporaron oficialmente a las clases presenciales, aunque desde hace una semana más de 15 millones de estudiantes persas comenzaron a acudir de manera gradual a sus colegios públicos. Más de uno con la sábana «pegada», la mayoría con mariposas en el estómago y una alegría confusa; el mío, luego de ocho meses, dando brincos en una «pata».
Con la vuelta a las aulas hay mucho que no regresó.
Nuestro hijo, que asiste a un colegio italiano cuya cultura es muy cercana a la nuestra en abrazos y afectos, tuvo que contener sus impulsos y usar la risa extendida en sus ojos, detrás de sus espejuelos empañados y por debajo de la mascarilla, durante seis horas.
A la entrada lo esperaba un cartel que casi parecía una linda caricatura suya y nuevas señales de distanciamiento que marcaban el metro obligatorio –un metro es un océano de separación para nosotros, los latinos–, pero ni eso le aguó la «fiesta».
Con la emoción de la jornada escolar inaugural, y provocado el carácter de madre revolucionaria procedente de un país bloqueado, que trabaja en un país bloqueado, no pude contenerme a otra observación: antes de la covid-19, nuestros sistemas educativos sufrían ya crecientes carencias materiales que repercuten directamente en el nivel de enseñanza al que aspiran estos proyectos sociales.
Quienes nos bloquean argumentan con descaro que lo hacen por el bien de nuestros pueblos y a nombre de la libertad.
Su hipocresía y perfidia quedan al desnudo en cada esfuerzo nacional de los agredidos para intentar contrarrestar, con presupuestos extraordinarios, la falta de instrumentos, de acceso a información, a alimentos, a medicamentos, y ahora, especialmente, a recursos para evitar el contagio o desarrollar vacunas. ¿Cómo nos hacen más libres los bloqueos?
Ocho meses atrás escribí una reflexión que describía el inicio del brote en Irán y la forma en que las potencias, con esperado destaque del Gobierno de Estados Unidos, hacían oídos sordos a la más que nunca urgente necesidad de levantar sanciones y favorecer la cooperación. Ocho meses después –y a pesar de que aquellos arrastran tras su desidia los récords mundiales de los enfermos y muertos– todo está peor. Mientras Trump descuida deliberadamente la salud de su pueblo, no descansa en la implementación macabra de nuevas medidas para asfixiar a las naciones que ha declarado como enemigos.
Sin embargo, no ha logrado quitarles a nuestros pueblos la fuerza ni la determinación, mucho menos la alegría. No ha impedido que las escuelas abran de nuevo, ni que los niños vuelvan a soñar, a crecer seguros, –y remarco: seguros– no solo porque impedimos que mueran contagiados, sino porque continúan creciendo y aprendiendo en escuelas libres de esa otra enfermedad que son las armas, esas que allá puede portar cualquier niño y dispararlas en medio de la clase, contra los otros, víctimas de una sociedad de miedo y odio, todavía más criminal que la covid.
Insisto: lo peor no es el coronavirus.