Lecciones bolivianas
La triste saga boliviana parece que entra a un nuevo y esperanzador capítulo. Atrás va quedando una de las páginas más bochornosas de la historia actual de América Latina: un vulgar golpe de estado, impulsado por la derecha más rancia y racista de ese país, y aupado por sus fuerzas militares, con el apoyo incondicional de Estados Unidos y del también criminal Luis Almagro.
El domingo, el Movimiento al Socialismo, plataforma organizativa liderada por Evo Morales, ganó las elecciones con Luis Arce como candidato, en medio de las más variadas maniobras para evitar ese triunfo.
La victoria, antecedida por tristes y ensangrentados episodios de una dictadura sin condena, debe dejar a la izquierda latinoamericana algunas lecciones.
Lo sucedido en Bolivia confirma, una vez más, que los gobiernos de Estados Unidos y los grupos de poder de derecha de la región nunca aceptarán poderes alternativos que impliquen igualdad, equidad, soberanía e integración para la región; y para evitarlo están dispuestos a todo, incluso a ir contra las propias reglas de la “democracia” que han diseñado.
La victoria del binomio del MAS, evidencia que el gobierno de Evo Morales, reelecto en el 2019, fue víctima de una clara operación de desestabilización que culminó con un sangrien to golpe.
La OEA y Almagro, así como el gobierno de Estados Unidos y otros de la región como el colombiano, el chileno, el brasileño; resultaron a la postre cómplices de la dictadura y de los crímenes atroces que se cometieron.
Pero esta saga deja también otras lecciones profundas. Quedó demostrado que las transformaciones políticas tienen límites en el modelo capitalista neoliberal, marcado por la dependencia y por la existencia de sectores económicos nativos, enraizados y con fuertes vínculos y compromisos con Estados Unidos.
El cambio en cualquier país latinoamericano debe estar marcado por una permanente movilización y articulación de todas las fuerzas con capacidad y voluntad transformadoras. Las formas unitarias y de construcción de consenso deberán ser creativas y ajustadas a la realidad, pero siempre tendrán que ser sólidas y capaces de enfrentar las acciones desestabilizadoras o subversivas que sin dudas enfrentarán.
El liderazgo y el carisma, la fuerza del ejemplo, seguirán por mucho tiempo siendo esenciales en la construcción de las alternativas en esa zona del planeta; pero es deber de estos liderazgos construir instrumentos unitarios, de consenso, en cuyo interior mediante el trabajo colectivo, la formación política y el compromiso, se garantice la continuidad.
La victoria de Luis Arce, en medio de una tensa y peligrosa situación, muestra que, táctica y estratégicamente, en este minuto del modelo de democracia liberal en transformación, es posible y hasta saludable incentivar liderazgos que garanticen la continuidad, asumiendo entonces los líderes históricos la impostergable tarea de conducir políticamente el proceso, respaldando con su autoridad moral la consolidación de los instrumentos organizativos que, garantizarán la proyección en el tiempo de los procesos de cambio.
El modelo de prensa capitalista hace aguas, pero se sostiene gracias a la ausencia de opciones que mellen el monopolio actual, al poder económico que lo financia, y gracias a las deudas culturales que tienen las sociedades de la región. Una revolución o un proceso de cambio que aspire a una democracia real, no se define ni garantiza su sobrevivencia solo con acciones redistributivas y causes mayores para la participación popular, sino además por la impostergable y profunda revolución cultural que debe desarrollar para derribar la ignorancia, la apatía, la enajenación, la dependencia y la exclusión, pilares que sostienen la dominación.
Los aparatos de seguridad y las instituciones militares latinoamericanas, salvo contadas excepciones, crecieron y se desarrollaron al amparo de las doctrinas estadounidenses y en función de los intereses de Washington.
Chávez lo comprendió tras el vil golpe de estado en el 2002, otros no avanzaron en la reestructuración de sus respectivas instituciones, las cuales continuaron siendo pasto seguro para conspiraciones, chantajes y traiciones. Los golpes de Estado en Honduras y Bolivia, el intento infructuoso en Ecuador, son ejemplos elocuentes. En sentido contrario, la supervivencia de los criminales gobiernos de Chile y de Colombia tras extraordinarias y masivas protestas populares, revelan que los estamentos militares son el brazo armado de la derecha.
Paralelamente, se debe observar las instituciones jurídicas y de justicia, muchas de ellas protagonistas en otros golpes como en Brasil y Paraguay. Es conocida la forma integral de trabajar de las agencias de influencia estadounidenses, las cuales nunca dejan ningún sector fuera de sus reflectores, y es conocido que sus inversiones, expresadas en becas, publicaciones, eventos, proyectos de cooperación, etc., siempre buscan tener réditos a mediano o largo plazo.
Tejer alianzas entre los hilos más sensibles, sanos y resistentes de las sociedades latinoamericanas, entre el movimiento social real y autóctono y los sectores políticos de izquierda, debe constituir la mayor apuesta. Dejar atrás las viejas formas de hacer política tendrá que ser una constate para ganar la lucha ideológica y cultural que dirime la región.
Las fuerzas del cambio bolivianas, en esencia el pueblo, confirmaron que era posible una contraofensiva victoriosa.
Evo Morales no aró en el mar que reclama esa Nación. Ni el terror ni la sangre, ni las bayonetas ni el racismo pudieron contra las mayorías.
La ansiedad ante la traición no opacó la ecuanimidad indígena y la reconquista del gobierno es un hecho. Pero que nadie crea que la derecha, tras el descomunal y cruento esfuerzo realizado para arrancar de las manos del pueblo el destino del país, se quedará cruzada de brazos.
La unidad de las fuerzas de la derecha no fue posible ni siquiera tras las indicaciones de Washington. La soberbia y las ansias de poder y venganza pesaron más a la hora de los pactos, también la subestimación de las fuerzas populares debió incidir en los cálculos de los dos candidatos retardatarios.
Sin embargo, lo sucedido desde el golpe contra Evo Morales hasta hoy evidencia la existencia de un proyecto de derecha regional vivo y articulado, que desde ya prepara la ofensiva, pero que, indiscutiblemente, no es invencible.