La terrible banalización de la política
Lamentablemente, el bajo nivel de los debates electorales que se ha vivido y la forma en que se ha desarrollado la campaña electoral en Estados Unidos, hacen presumir que ni los miles de millones de dólares gastados en ella podrán “comprar” mejores políticos para ese país.
La política se ha preciado de ser un arte y es también una ciencia. Desde los lejanos tiempos de Sócrates, Platón y Aristóteles hasta nuestros días, el ser humano ha sido un ser político. Su inteligencia, la virtud de la palabra y su necesidad de convivencia le han llevado a organizar y gobernar la vida, la familia, el Estado, la sociedad. Grandes políticos y estadistas ha tenido en su historia la humanidad, de uno y otro lado del espectro ideológico.
Pero el creciente imperio de la violencia sobre la negociación, del dinero sobre las virtudes, de la imagen sobre el pensamiento, ha ido banalizando cada vez más la política y convirtiéndola en ejercicio de mediocres practicantes.
El poder avasallador del capital y la putrefacción social que conlleva, la sublimación del mercado en todas las esferas de la vida, conducen con fuerza a la mercantilización de la política. El poder económico ya no quiere actuar como poder tras bambalinas, quiere mostrarse con fruición como el poder real que siempre ha sido.
Magnates locales o transnacionales han tomado por asalto la política y los Gobiernos, prostituyendo a grados mayores su ejercicio. Los puestos presidenciales se han convertido, en unas cuantas naciones de este mundo, en meros espacios para intentar manejar países como empresas.
Macri en Argentina, Piñera en Chile, Martinelli en Panamá, Poroshenko en Ucrania, Trump en Estados Unidos, son ejemplos claros de esta tendencia peligrosa del ejercicio de la política. Y no son los únicos.
La ética se ha ido a bolina; la prudencia es casi un sacrilegio; el entendimiento un modo en desuso; el interés común, una herejía.
Crecen los chovinismos, los odios, la intolerancia, los fanatismos, en la misma medida en que la política se ejerce en beneficio de unos pocos.
La hipérbole de la procacidad política la hemos vivido en los cuatro años de mandato de Donald Trump. El magnate neoyorquino se ha burlado de la política, de sus convenciones y de los políticos. Lo terrible es que lo ha hecho desde la egolatría y la ignorancia supina.
Para Trump, por más que no conozca al escritor y periodista francés Louis Dumur, “la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”. La Casa Blanca, en este tiempo, ha sido una prolongación perfecta de sus negocios.
Sólo la mediocridad política y su desconexión con las mayorías pueden explicar el estado de negación de Trump ante la pandemia de la COVID-19. También, la ausencia de una concertación mundial verdadera ante el enorme desafío sanitario.
Sólo la obcecación y la falta de visión estratégica pueden conducir a negar el Cambio Climático y su impacto en nuestro mundo o a llamar a votar contra su oponente electoral porque “escuchará a los científicos”.
Lamentablemente, el bajo nivel de los debates electorales que se ha vivido y la forma en que se ha desarrollado la campaña electoral en Estados Unidos, hacen presumir que ni los miles de millones de dólares gastados en ella podrán “comprar” mejores políticos para ese país. Esperemos que, al menos, después de este 3 de noviembre, mejore la decencia.