Tiempo de cambios en Perú
Ya nadie duda que el humilde maestro rural Pedro Castillo, líder sindical de izquierda socialista, nacido en la región andina de Cajamarca, será el próximo presidente de la República de Perú, a partir del próximo 28 de julio. A menos que lo asesinen.
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Tiempo de cambios en Perú
No sería extraño que la feroz oposición derechista neoliberal, derrotada en un limpio proceso electoral, decida matarlo o sacarlo del juego mediante otro trasnochado golpe militar, como hicieron en 2019 en Bolivia con Evo Morales, para arrebatarle una clara victoria en las urnas.
O como hizo en 1973 el general Augusto Pinochet, en Chile, con la complicidad de Estados Unidos, contra el presidente socialista Salvador Allende, a fin de implantar el modelo neoliberal que se extendió entonces por América Latina y que hoy se bate en retroceso frente a combativas revueltas de jóvenes, mujeres y trabajadores asfixiados por el endeudamiento, la pobreza y la falta de oportunidades.
Es innegable la influencia que han tenido las exitosas políticas económicas y sociales aplicadas por el Movimiento al Socialismo en Bolivia, así como el triunfo popular en Chile contra la represión policial amparada en las todavía vigente Constitución de la dictadura militar de Augusto Pinochet en el sorprendente ascenso del partido Perú Libre de Castillo, el líder sindical de los educadores que esgrimió un lápiz como símbolo de su campaña a favor de cambios profundos en el sistema económico peruano.
También en Perú cobra cuerpo el reclamo de una nueva constitución que reemplace a la del ex dictador Alberto Fujimori, quien cumple 25 años de prisión por violaciones de derechos humanos durante su mandato entre 1990 y 2000.
A pesar de esos antecedentes, la oposición de derecha peruana no tuvo escrúpulos en juntarse detrás de la candidatura de Keiko Fujimori, hija del exdictador, quien también se encuentra procesada por acciones fraudulentas.
Cualquiera menos Castillo, se plantearon los políticos y partidos tradicionales de la oligarquía acostumbrada a gobernar, con diferentes matices, pero siempre a favor de sus intereses.
Los resultados de la primera vuelta electoral del 11 de abril dejaron boquiabiertos y sin respiración a todo el mundo en Perú.
El campesino de los Andes, que asumió las demandas históricas de la inmensa masa mestiza e indígena desposeída, obtuvo la primera votación. La mayoría silenciada y discriminada durante dos siglos de República por las élites de Lima, obtuvo 2 724 752 de sufragios, 18.92 % del total.
Detrás, en segundo lugar quedó Keiko Fujimori, la defensora de “la mano dura”, el apenas encubierto neofacismo empresarial quedó bastante atrás con 1 930 762 de votos, el 13,41 por ciento del total. Ni ella, ni sus seguidores podían imaginar ese resultado.
La mayor sorpresa vino en la segunda vuelta, cuando él hasta meses atrás desconocido Pedro Castillo arrasó en 16 de 24 distritos electorales, mayormente en la zona central andina, que dieron 8 836 293 votos, el 50.12 % del total.
Desde entonces la derrotada derecha formada una decena de partidos olvidó todas sus diferencias y matices, en un oportunismo vergonzoso detrás de la candidata del pasado. Keiko Fujimori, perdedora de otras dos elecciones anteriores, desató una rabiosa campaña que dura hasta hoy para frustrar el limpio triunfo del profesor Castillo con acusaciones de fraude condenadas al fracaso. Hasta el gobierno de Estados Unidos reconoce como “un proceso ejemplar” la contundente victoria del maestro rural que se cubre con un sombrero de paja y recorre su comunidad a caballo, como buen hombre de campo.
Castillo ha tenido que ripostar a quienes lo acusan de querer implantar el comunismo, “calcar el modelo cubano” o convertir a Perú en “otra Venezuela”, que no es comunista, ni chavista, pero quiere hacer una real transformación democrática del país.
Si algo hizo conciencia en los peruanos que lo siguen, es la necesidad de eliminar el “modelo” Neo Liberal que privilegió a la empresa privada y desmanteló al Estado, que se mostró inútil, incapaz de atender la urgencia sanitaria de la población víctima de la Pandemia de la Covid-19. Perú registra más de 190 000 muertes, el mayor por ciento de América Latina.
El “modelo” quebró la estructura productiva del país -hoy el 80% de la Población Económicamente Activa, es informal- y generó el colapso del sistema sanitario y el educativo. Solo en Lima, hay alrededor de tres millones de personas que viven en los desérticos cerros de la periferia, sin agua, luz, desagüe y otros servicios básicos. Pero la situación es mucho más grave en el interior del país.
Las estadísticas globales presentan un país rico en oro, plata y otros metales, quinto mayor exportador de minerales del mundo, con un PIB per cápita de más de 7 000 dólares, pero ese es el espejismo de las cifras globales, que solo benefician a una minoría privilegiada y a las grandes empresas extranjeras que se quedan con la mayor parte de la riqueza.
Un cambio de ese modelo en el corazón de Sudamérica, como el que plantea el nuevo presidente de Perú, precisamente en la víspera de los 200 años de su independencia, el 28 de julio, cuando debe tomar posesión del cargo, representa el despertar del legendario pueblo creador de una de las mayores civilizaciones del mundo, contemporánea de China, Egipto y Mesopotamia.