La campaña violenta de Washington contra Cuba
El ataque con cocteles Molotov contra la Embajada Cubana en París, la noche del 26 de julio, es el corolario de las acciones multidimensionales desarrolladas por Washington y la ultraderecha anticubana para intentar nuevamente el derribo de la Revolución Cubana.
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La campaña violenta de Washington contra Cuba
Como en los viejos tiempos de Posada Carriles y “los chicos de la CIA” se recurre al terrorismo, la violencia y el odio contra la pequeña nación del Caribe, en combinación con una intensa campaña de manipulación comunicacional y propósitos de acorralamiento político internacional.
Los sucesos del pasado 11 de julio en Cuba, con protestas llevadas hasta la brutal violencia en algunos puntos del país, son el resultado principalmente de la combinación in extremis de una guerra económica de asfixia por parte de Washington, los duros efectos económicos de la pandemia de COVID-19 y una intensa campaña mediática destinada a manipular hechos y llamar descaradamente al levantamiento de la población cubana, especialmente desde las redes sociales digitales.
Las decenas de millones de dólares que cada año Estados Unidos destina públicamente para programas subversivos contra Cuba han ido financiando grupos minoritarios en el país en diversos territorios y espacios sociales, que usa como cabeza de turco en situaciones como las que hoy tiene el país.
También han servido para financiar ejércitos de trolls y “cibercombatientes” en las redes sociales destinados a propagar mentiras, fake news y muchas toneladas de odio y venganza, junto a una “Maquinaria de Fango” compuesta por pequeños antros digitales, fundamentalmente en Miami, que se replican unos a otros para intentar darle volumen a sus mensajes insidiosos sobre Cuba.
Una buen parte de esos millones se queda en el sur de la Florida, para sostener una corrupta “industria anticubana”, que ha vivido por décadas del dinero del contribuyente estadounidense. No es por eso extraño que aunque en Cuba se hayan apagado las protestas, estas sigan en Miami o Madrid, como si en esos lugares se decidieran los destinos de Cuba.
Indigna en grado sumo ha sido la actitud de la Casa Blanca: aliento entusiasta a las protestas vandálicas en la Habana, silencio cómplice ante el ataque incendiario en Paris; prioridad máxima ahora para Cuba después de meses de decir que no era una prioridad en su política exterior; medidas punitivas ridículas y ofensivas después de meses de estudiar y estudiar un supuesto cambio de las políticas implementadas por Trump; discurso de “preocupación” por los derechos humanos de los cubanos, mientras se sostienen políticas de asfixia económica y financiera; intento de imponer resoluciones en la OEA contra Cuba, mientras ese organismo y la Casa Blanca han guardado sepulcral silencio sobre los desmanes militares en Colombia.
Lo más perverso que se aproveche el doloroso contexto de la pandemia con su carga de sufrimiento humano, para intentar dar el golpe político contra el adversario. Pero esa ha sido siempre la esencia del imperio.
Lo dejó claro desde hace 61 años el entonces Subsecretario de Estado Asistente para Asuntos Interamericanos Lester D. Mallory en un memorando secreto del Departamento de Estado:
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro…el único modo previsible de restarle apoyo es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales…hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba…una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.