Alfonso Sastre, mordaz crítico del buen pensar
Mientras estaba totalmente dedicado a analizar algunos antecedentes sobre la actual crisis política en la Argentina me enteré del fallecimiento, este 17 de Septiembre y a los 95 años, del enorme dramaturgo y ensayista español Alfonso Sastre.
Un escritor censurado, perseguido y encarcelado bajo el franquismo e ignorado y ninguneado cuando se produjo la tan exaltada como inconclusa “transición democrática” en España. Su pensamiento tanto en la dramaturgia como en sus ensayos filosóficos era demasiado corrosivo para el insulso simulacro de democracia que tolera la sociedad capitalista.
Por eso a Sastre, de lejos uno de los escritores más cultos de su tiempo, se lo silenció, se lo condenó al ostracismo intelectual y político y hasta se lo llegó a acusar de cómplice del terrorismo por sus posturas –y la de su compañera de toda la vida, Eva Forest- en relación a la lucha independentista del pueblo vasco.
Tuve la suerte de conocerlos y mantener con ellos, por largos años, una activa vinculación. Hiru, la casa editorial que ambos fundaron en el País Vasco, en Hondarribia para ser más precisos, publicó un par de libros de mi autoría y su camaradería y exquisita dotes de anfitrión me abrieron un par de veces la puerta de su hogar en ese hermoso pueblito vasco.
No sólo eso: largas charlas con Alfonso influyeron decisivamente en la conformación de mi pensamiento en torno a los problemas de los intelectuales, la cultura del capitalismo y la batalla cultural. Puedo asegurar que su magisterio enriqueció y actualizó las imprescindibles aportaciones de Antonio Gramsci sobre estos temas.
En el enrarecido clima que prevalece en el mundo académico -y en especial en el campo de las ciencias sociales- su pensamiento es por completo desconocido pese a que su contribución para la comprensión de varios asuntos cruciales de nuestro tiempo es de singular importancia.
Los profesores “bienpensantes”, para usar una expresión que acuñara en uno de sus libros, ignoran los aportes de este madrileño universal. Y si lo conocen se cuidan de divulgarlo entre sus estudiantes, temerosos de enfrentar las represalias que los custodios del pensamiento único en la academia descargarían sobre quien tuviera la osadía de incluir algunas de sus obras en la bibliografía de sus cursos.
Sastre era dueño de un pensamiento demasiado crítico y punzante además de una prosa cautivante. Pero su reivindicación de la dialéctica, de la utopía, del comunismo así como su implacable cuestionamiento del capitalismo trascendía los estrechos márgenes de lo tolerable en los claustros del saber establecido. Para tratar de paliar esta situación CLACSO publicó en 2005 uno de sus más brillantes ensayos: La Batalla de los Intelectuales, uno de cuyos pasajes reproduzco a continuación
“Veamos: ciertamente la población bienpensante antes era ‘de
Derechas’ (o la gente de derechas era la bienpensante); y hoy la
“gente de izquierdas” es bienpensante (o la gente bienpensante
resulta ser –o así se presenta– de izquierdas, que de ambas formas
puede decirse). Por mi parte, yo reivindico para mí una posición no
bienpensante y así lo propongo para una izquierda deseable y seriamente
radical, aunque ello resulte paradójico. Mi modo de ‘pensar
bien’ es ‘pensar mal’; lo que creo que me sitúa –ay– en el refranero
castellano, en el que se certifica que ‘pensar mal’ es una vía segura
para el acierto. Pero la idea que ha prosperado socialmente es que
‘pensar bien’ es lo propio de los intelectuales, aunque ese pensar
bien los sitúe en el en otro tiempo desdeñado mundo de la gente
bienpensante.” (La Batalla de los Intelectuales, p. 91.)
Concluyo invitándoles a asomarse a la obra de este gran intelectual crítico y comentándoles que mi empeño por combatir las mentiras y falacias de Mario Vargas Llosa -y en general de toda la derecha así como del “progresismo bienpensante” rendido a los pies del capitalismo y ciego ante los horrores del imperialismo- encuentra en aquellas conversaciones con don Alfonso -en Hondarribia pero también en La Habana y Caracas- la fuente principal de inspiración.
Por eso este emocionado adiós al Maestro, así con mayúscula y una ferviente invitación a que lean su obra, que fortalezcan su formación teórica apoderándose del legado que nos dejara en sus escritos.