Biden, una política exterior que acerca la guerra
La política exterior de Estados Unidos durante el primer año de gobierno del presidente Joe Biden dejó mucho que desear pese a sus promesas de volver a los caminos de la diplomacia y, lejos lograr acuerdos, puso al mundo al borde de la guerra.
“Estados Unidos está de vuelta, listo para liderar al mundo y no para retirarse de él, una vez más sentado en la cabecera de la mesa, listo para confrontar a nuestros adversarios, no para rechazar a nuestros aliados, listo para defender nuestros valores”, dijo al asumir la presidencia, algo que dista mucho de la realidad.
Desde que tomó el timón de la nave estadounidense el 20 de enero de 2021 solo alcanzó “éxitos” al revertir de un plumazo algunas polémicas medidas tomadas por su antecesor Donald Trump, como el retorno al Acuerdo Climático de París.
Más allá de eso, y pese al despliegue de su armada en Glasgow, Escocia, no se puede decir que su aporte a la lucha contra la amenaza del cambio climático fuera sustantivo. Mucha retórica y pocas acciones prácticas para enfrentar el problema.
Otros intentos, como su llamada Cumbre para la Democracia, solo evidenciaron un interés creciente en dividir al mundo. Los resultados de esa cita, un hasta luego y nos vemos en 2022, marcó su tónica pese al amplio despliegue propagandístico contra aquellos países que según la Casa Blanca no son democráticos, estimación que comparten muchos analistas.
Lo que pudo ser un logro para su política exterior, la retirada de Afganistán, al final resultó en un fracaso tras la catastrófica y desordenada salida de las tropas. Sin embargo, hay que reconocer que tuvo el valor de poner fin a una agresión, un paso que esquivaron sus antecesores.
Un recorrido por la geografía mundial evidencia que la política exterior estadounidense no varió mucho en años y sigue primando el enfoque del Blob, como se denomina a la clase dirigente de la política exterior, hoy representado por Antony Blinken y otros que acompañaron a Biden desde su época de Senador y al frente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
Medio Oriente
En esta región la Casa Blanca no logró disminuir las tensiones con Irán, y pese a que está en marcha una nueva ronda de conversaciones en Viena sobre la posible reactivación del acuerdo nuclear de 2015 con “un documento mutuamente aceptable”, según fuentes iraníes, es poco lo que se puede decir en beneficio de Washington que insistió en la política de sanciones y en imponer condiciones inaceptables para Teherán. Un acuerdo para iniciar 2022 sería un respiro para el mundo y para la región.
En general el Medio Oriente fue un foco prioritario de atención, especialmente las tradicionales “zonas calientes” de Afganistán, Iraq, Irán, Siria y Yemen, donde Washington, al parecer estuvo en el lado equivocado de la historia.
"Israel" y sus acciones provocativas contra naciones de la llamada línea de la resistencia también tuvieron un apoyo abierto y encubierto de la Casa Blanca, que difícilmente retroceda la presencia de su embajada en Jerusalén.
Si algo pudiera verse como un resultado de la política estadounidense en el Levante seria el acercamiento logrado por Tel-Aviv con algunas naciones árabes gobernadas por personajes afines a su política divisionista.
Europa
Pese a que lanzó un enfoque hacia Europa de mayor acercamiento y afinidad, contrario a Donald Trump, la retirada de Afganistán sin consultar a sus aliados resultó un duro golpe para los planes de volver a ser visto con confianza en materia de seguridad y defensa, dar pasos para sanar las heridas que abrió Trump en las relaciones con aliados de la Unión Europea y la OTAN.
En esta región fue eje central su política contra Rusia y el erróneo enfoque de avanzar actividades en el espacio postsoviético y contra la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2, sin lugar a dudas algo a lo que aspiran sus aliados europeos por lo que representa para sus economías en términos de energías más baratas, calentaron el escenario.
Debe reconocerse al 46 presidente de Estados Unidos que logró una extensión del nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, un ancla estratégica entre Estados Unidos y Rusia, algo que se espera sirva como base para nuevos acuerdos de control de armas nucleares aunque las acciones impulsadas en Ucrania y Georgia, por ejemplo, son un presagio de conflictos.
Según Doug Bandow, investigador principal del Instituto Cato, un tanque pensante de la política estadounidense, “habiendo abandonado una pequeña guerra (Afganistán), el presidente y sus ayudantes parecen dispuestos a iniciar tres grandes. A la vez.
Con Rusia, Irán y China, algo que altos mandos militares y expertos consideran un error cuando el Pentágono no tiene la capacidad de llevar tropas y medios bélicos a tan variados escenarios, algo que trata de obviar el arrogante establishment de la política exterior de Washington.
Cabe recordar el viaje al llamado Viejo Continente del Secretario de Defensa, Lloyd Austin, donde abogó por la inclusión de Georgia y Ucrania en la OTAN. Esos son errores que calentaron el ambiente con Rusia y pusieron al mundo a un paso de un gran conflicto, el cual algunos expertos le dan una connotación mundial.
Ambos son líneas rojas para Rusia -imaginen la reacción de Washington si la Unión Soviética se hubiera entrometido en las elecciones de México y Canadá y luego hubiera invitado a esos gobiernos a unirse al Pacto de Varsovia, señaló Bandow.
El experto considera que si ocurriera lo peor y estallara la guerra con Moscú, la mayoría de los aliados de Estados Unidos en la OTAN correrían en dirección contraria, dejando la lucha en manos de Washington. No sería nada fácil: Rusia tendría más en juego, concentraría una preponderancia de fuerzas en el punto crítico y desplegaría armas nucleares para disuadir a los estadounidenses de aprovechar su plena superioridad. Imagínese que Estados Unidos se encontrara en guerra con Irán y Rusia simultáneamente, y como la mayoría de los europeos enviarían por correo sus mejores deseos.
Ahora Biden esta apremiado por un ultimátum de Moscú para evitar que la situación vaya a más pero, no son pocos los que en Washington mantiene la apuesta por la política de presión y las sanciones. Tal vez 2022 traiga nuevos aires.
Asia-Pacífico
Frente a China, Biden mantuvo su política de presiones, sanciones y también provocaciones en el Mar de China y sobre su alianza con Taiwan. En este escenario destaco AUKUS, el nombre que recibe la alianza militar firmada entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia. Este ambicioso pacto de seguridad está enfocado contra los avances de China en la región de Indo-Pacífico.
Sin embargo, el avance trajo sus consecuencias y tenso las relaciones con Francia que tenía un acuerdo multimillonario desde 2016, que incluía un pedido de una serie de submarinos clase Attack, pero ahora quedo cancelado y sustituido por un acuerdo entre los miembros del trio que permitirá a los australianos ensamblar submarinos de propulsión nuclear.
Está por verse si resulta el anuncio de que la Casa Blanca prepara un marco económico "integral" para el Indo-Pacífico que se lanzará en 2022. Aunque los detalles sobre el marco son escasos, no parece que sea muy completo. El Secretario de Estado Anthony Blinken añadió recientemente que el marco incluirá temas como la tecnología, las cadenas de suministro, las infraestructuras, el cambio climático y otros.
Latinoamérica
Las tensiones y aprestos agresivos contra Rusia, China e Irán, dejaron en un segundo plano a la región, aunque no faltó en “la nueva política” de la Casa Blanca la preparación de acciones del libreto de los “golpes blandos” contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, países contra los que se desplegaron recursos y se recurrió a campañas de desinformación a través de las redes sociales.
Contrario a sus promesas electorales, en el caso de Cuba, Biden mantuvo la agresividad de su antecesor, Trump, y arreció el cerco contra la isla pese al creciente reclamo internacional para su terminación.
Contra Venezuela la política estuvo enfocada en recrudecer las sanciones económicas a líderes e integrantes del gobierno del presidente Nicolás Maduro, y a favorecer el robo de los activos venezolanos en el exterior, entre ellos el oro depositado por Caracas en bancos británicos, algo que aún está en un dilatado e ilegal litigio.
La visita del Secretario de Estado, Blinken, a Colombia ratificó que esa nación suramericana es el mayor aliado de Estados Unidos en Latinoamérica, y punta de lanza contra Venezuela, algo puesto de manifiesto por las continuas visitas de funcionarios del Comando Sur a ese país.
Biden no dejó para más tarde su compromiso con Colombia, algo que recuerda su etapa como senador cuando fue uno de los arquitectos del Plan Colombia, parte de la estrategia de los estadounidenses para enfrentar los movimientos populares de la región.
En esa época Washington aportó más de 10 mil millones de dólares para reforzar la seguridad, la expansión hacia la rica Amazonia y la lucha contra los movimientos guerrilleros y el narcotráfico en el sur de esa nación.
Por otra parte, la diplomacia del Departamento de Estados trató de frenar la creciente influencia china en lo que los estadounidenses consideran “su patio trasero” pero sin logros relevantes.
Asimismo, las dos grandes organizaciones regionales, la Organización de los Estados Americanos que preside Luis Almagro y el Banco Interamericano de Desarrollo, cuya directiva bajo Mauricio Claver-Carone, impuso Washington, no alcanzaron grandes resultados, más en el caso de la OEA de la que muchos países cuestionan su existencia y piden su desaparición.
En termino generales, si la política exterior de Estados Unidos tenía grandes retos para 2021, en esencia los tiene aún mayores para 2022, pues la administración Biden no hizo mucho sobre lo que blasonar. Salvo Afganistán, Washington encendió más los conflictos y obvio solucionar asuntos que hubieran marcado un nuevo enfoque en sus relaciones con el mundo.
El sendero que busca recorrer la política exterior, retomando la agenda de Obama con su “giro hacia el Pacífico” para seguir pugnando con China por la hegemonía comercial, a la vez que tratará de impulsar las relaciones con los aliados tradicionales en Europa y la OTAN, se mantiene sin grandes cambios.
Recuperar la hegemonía multilateral y volver a valorar los foros internacionales para resolver mediante el diálogo y el acuerdo los problemas internacionales, que era un punto central de los planes de Biden en el exterior aun hoy es una asignatura pendiente.