Litio: Chile merece políticas públicas del siglo 21
La polémica desatada por el llamado a licitación del litio por parte del gobierno chileno saliente, presidido por Sebastián Piñera ha generado, a pesar de lo negativo de tal llamado, un subproducto positivo: dejar en claro en claro -grosso modo- dos visiones contrapuestas sobre nuestros bienes naturales estratégicos.
En primer lugar, una visión que ve esos bienes naturales como una riqueza que debe ser explotada y vendida en la mayor cantidad y lo más rápidamente posible, sin importar su grado de elaboración, para así obtener divisas de inmediato. La historia es conocida: nos recuerda el caso del salitre explotado en la segunda mitad del siglo XIX y en las dos primeras décadas del siglo XX. Los productos forestales y acuícolas y el concentrado de cobre, vendidos como materia prima.
En segundo lugar una visión distinta, que considera estos bienes naturales como un privilegio para el país, y cuyo valor no esta sólo en la cantidad bruta, sino también en la calidad y complejidad que tienen ellos y en los beneficios sociales que conlleva. Dicho de otro modo, no sólo es importante la cantidad de material, esto es, los átomos contenidos, sino por sobre todo es importante como se organiza ese material. Es decir, qué nivel de complejidad tiene lo que producimos. Eso es lo que genera valor y deja además un know how (saber hacer) en las personas, las instituciones y las sociedades. El motor de un automóvil no vale por los átomos de hierro, carbono y manganeso que contiene, sino que por cómo ellos se organizan (lo que conocemos como aleación) para obtener un acero de calidad, y luego, cómo ese acero se organiza (como se moldea) para producir el motor.
Esta es la discusión relevante y el desafío para una política científica-técnica moderna: cómo articular la creación de los conocimientos y saberes que se generan en las universidades, los institutos de investigación y los centros de trabajo, con los bienes naturales y las necesidades sociales que tiene la ciudadanía. Esta articulación tiene que permitir -sustentablemente y con respeto a las comunidades- producir bienes y servicios complejos, que incorporen la inteligencia de la gente.
La controversia de la actual licitación del litio releva precisamente eso. Es una mala licitación para Chile no sólo por el carácter improvisado del llamado o por el escaso tiempo dejado para los oferentes -menos de tres meses para presentar un proyecto por 30 años, entre otras deficiencias.
Sostenemos que es una mala licitación, principalmente, porque se han otorgado permisos para extraer y vender 180.000 mil toneladas de litio metálico como materia prima, en vez de utilizar nuestras reservas de litio para introducirnos en cadenas de valor, aguas arriba y aguas abajo. Por ejemplo, una licitación debería exigir el desarrollo y empleo de nuevos métodos de extracción de este mineral, menos invasivos que los usados actualmente en el Salar de Atacama. Del mismo modo, el litio extraído debería ser usado como un elemento para lograr alianzas estratégicas con empresas tecnológicas de punta como Sony, Tesla, General Motors, BMW, quienes están interesadas en la electromovilidad y requieren proveedores de litio seguros y de largo plazo para sus baterías. En esas condiciones, estas empresas podrían establecerse en nuestra región, abiertas al ecosistema científico- tecnológico nacional. Eso potenciaría a científico/as, ingeniero/as, emprendedores, Pymes, abriendo paso a un desarrollo soberano.
Urge pensar en grande y dejar a un lado la pequeñez, confiando en nuestras propias fuerzas, en nuestras destrezas y en las capacidades que el país tiene. Es imprescindible pensar estratégicamente y con visión de Estado el futuro de Chile. Nuestro país y su gente merece más: no un contrato propio del siglo XIX como el que significa esta licitación, sino una política pública para el siglo XXI, que aumente la complejidad de nuestros productos, con pleno respeto al medio ambiente y las comunidades. En definitiva, merecemos un Estado emprendedor, con iniciativa, que nos conduzca en la senda de un buen vivir.