Venezuela-EE.UU: Petróleo y política
El conflicto militar inducido ruso-ucraniano y la guerra económica desatada por Estados Unidos y sus aliados contra Rusia, combinados con los efectos económicos generados por la pandemia de la COVID-19 han creado una crisis global con resultados imprevisibles por el momento.
Washington se ha empeñado en evitar por todos los medios la creación de un bloque económico euroasiático que hubiera significado la “desconexión” de Europa de Estados Unidos, la obsolescencia de la OTAN y el fin de la hegemonía estadounidense. Consciente de este peligro, la Casa Blanca desplegó una estrategia con el fin de sujetar a Europa y debilitar eventualmente a Rusia.
Tras lograr el objetivo de que las armas entraran en escena, Washington intenta no perder tiempo en la consolidación del cerco económico contra Moscú.
En América Latina, región donde la influencia de Washington se debilita, mientras China y Rusia están cada vez más presentes, la administración Biden ha iniciado movidas no tan inesperadas si miramos la historia, aunque las actuales son menos sutiles, más prosaicas.
El arribo a Caracas de una delegación estadounidense compuesta por el colombiano Juan González, encargado de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional, una de las voces más activas en la estrategia de aislamiento diplomático contra Venezuela y de respaldo al autoproclamado Juan Guaidó, tiene como fin evaluar en qué puntos pueden cruzarse y coincidir los vectores de intereses de Estados Unidos y Venezuela en el contexto global actual.
Para Washington es importante golpear a Rusia en el flanco energético y a la vez compensar el efecto negativo de estos ataques en los mercados global y doméstico.
Llegó González a Caracas con la soberbia propia de los herederos del Destino Manifiesto, sin sonrojos ni escrúpulos. Estados Unidos está dispuesto a levantar parcialmente el bloqueo a las exportaciones petroleras venezolanas a cambio de algunos compromisos como la liberación de seis ex directivos de CITGO, cinco de ellos estadounidenses, y el reinicio de las conversaciones entre el gobierno de Maduro y la oposición.
La liberación de los yaquis detenidos, hasta ahora preterida; y las conversaciones, en su momento saboteadas por los propios estadounidenses, son la cobertura política de cara a los sectores políticos internos y la hojarasca mediática con luces de neón.
El asunto es energético y político. El aumento del precio del galón de gasolina en Estados Unidos tiene más influencia en el voto de los estadounidenses que 10 cuartillas de programa político. Los demócratas, además de golpear a Rusia, no quieren un descalabro en las elecciones de medio término.
De forma paralela, mostrar un supuesto distanciamiento entre Caracas y Moscú, a partir de un compromiso negociado entre Venezuela y Washington en torno a las exportaciones petroleras venezolanas alimenta la narrativa antirrusa de Occidente, lo cual para la Casa Blanca es música en el oído.
Sin embargo, Venezuela no aceptará migajas y con diplomacia de altura se lo explicaron a Juan. Caracas exige el levantamiento del bloqueo económico, el fin de las agresiones y el reconocimiento al legítimo gobierno de Maduro, y no se descarta que el tema Alex Saab llegue a esas conversaciones. Sobre esa base, Venezuela negociará.
Nicolás Maduro fue enfático en sus recientes declaraciones públicas al país. Rechazó la escalada antirrusa, ratificó su compromiso con la paz y recalcó lo que todos los analistas observan desde hace meses: Venezuela, puede,“con pulmón propio”, aumentar la explotación y la exportación petrolera hasta dos millones de barriles diarios y hasta tres con inversiones extranjeras, para lo cual invitó a inversionistas sin exclusiones.
Por otro lado, es conocida la voluntad y el compromiso de Venezuela con la estabilidad de los mercados energéticos. Su activismo en la OPEP es histórico. Lo primero no ha cambiado en Caracas, y lo segundo no debe ser ajemo a Washington. Y en la negociación que eventualmente pueda establecerse entre ambos estará presente esta realidad.
Que fuera Estados Unidos, más allá de su oportunismo y soberbia, quien haya tocado la puerta de Venezuela ratifica la victoria que significa la resistencia de la Revolución Bolivariana frente al imperialismo estadounidense. Maduro ratificó la voluntad de su país de conversar y establecer una agenda de negociación en un ambiente de respeto mutuo.
Sin embargo, las presiones y los chantajes continuarán. Es la naturaleza del imperialismo. Días antes del viaje de los enviados de Biden, este extendió el decreto que cataloga a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad” de Estados Unidos.
Posterior a la visita, un juez federal de la potencia norteña aprobó la venta de una refinería propiedad del Estado venezolano, administrada por los fantoches de Guaidó, decisión que solo se puede materializar con la aprobación de la gubernamental Oficina de Control de Activos Extranjeros.
Por su parte, los ultraderechistas en el Congreso, capitaneados por el senador Marco Rubio han criticado los “acercamientos” de la Casa Blanca con la “dictadura” de Maduro. No hay tregua, solo intereses y en la patria de Bolívar las cosas están claras.