Una guerra por delegación
Washington regentea a Ucrania y la expone a una contienda desigual con una superpotencia militar.
La contienda entre Rusia y Ucrania tiene un extraño fundamento que se expresa en diversos planos.
En el propiamente bélico ha aparecido lo que parece ser una nueva versión o modalidad de la guerra convencional. Los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN –a la que la gran potencia del norte lleva de remolque, como ha dicho recientemente Noam Chomsky– han recurrido a un interpósito Estado que no integra la antedicha organización, para llevarla a cabo. Es decir, han habilitado a un tercero para que se haga cargo de guerrear contra Rusia, nada menos: Ucrania. Claro que Washington y la OTAN han quedado a sus espaldas para abastecerla y alentarla. Obviamente este modo de operar ha sido elegido por Estados Unidos para evitar una confrontación directa con Rusia, que podría escalar hacia un pandemónium nuclear y, por ende, a un aterrador apocalipsis.
Esta opción, en rigor, no es enteramente nueva. Se aplicó a una escala mucho menos peligrosa que la actual contra Cuba, cuando Estados Unidos financió un ejército de cubanos exiliados con el propósito de derrocar al gobierno que encabezaba Fidel Castro. El intento fracasó rotundamente en su propósito de invadir la isla y tomar el poder, en abril de 1961. Los anticastristas fueron derrotados en combates que se libraron en la Playa Girón de la Bahía de Cochinos, por las fuerzas revolucionarias cubanas. Lo claramente distinto de este caso es que el interpósito agente que participaba en la contienda no era un Estado, como ocurre hoy con Ucrania, sino una fuerza militar mayormente cubana reclutada y entrenada por Estados Unidos.
Un rasgo también novedoso –e incluso sobresaliente– de esta versión delegativa de la guerra es que la gran potencia del norte y diversos países integrantes de la OTAN han reabastecido sistemáticamente a Ucrania de material bélico. De no haber ocurrido, probablemente la guerra ya hubiera terminado. Kiev se habría quedado sin suficientes capacidades bélicas y se habría visto obligada a aceptar un armisticio o sencillamente una rendición.
Este reabastecimiento fue inicialmente aportado por Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Italia, Alemania y Polonia, entre otros países. Durante el primer cuatrimestre del año en curso Washington le asignó a Kiev 3.400 millones de dólares para ayuda militar. Y más recientemente la Cámara de Representantes de la gran potencia del norte ha aprobado la adjudicación de 40.000 millones a Ucrania, para apoyar su economía, las actividades humanitarias y la recuperación de armamento. A este último rubro se le ha asignado específicamente 6.000 millones, básicamente para reponer unidades blindadas y defensa aérea.
Esta iniciativa ha sido aceptada también por el Senado; la votación allí mostró 81 votos a favor y 11 en contra. Estos últimos fueron todos trumpistas. Su líder, obviamente Donald Trump, resumió con sencillez su posición. Dijo: “Los Demócratas están enviando 40.000 millones de dólares pero los pobres estadounidenses están luchando para alimentar a sus hijos”. Y desde luego añadió su ya clásico “America first”.
A su vez, el Grupo de los 7 (Estados Unidos, Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) ha aprobado recientemente la asignación de 520 millones de dólares también para ayudar a Ucrania en el renglón estrictamente militar.
Este continuo flujo sostiene la capacidad de combate material de las fuerzas ucranianas. Pero, desde luego, este apoyo tendrá con el tiempo algún límite. O flaquearán las fuerzas militares o mermará el esfuerzo de financiamiento de Estados Unidos y sus socios. O ambas cosas, más o menos a la vez.
Sanciones y otras yerbas
Esta guerra por delegación maneja complementariamente también un abanico de sanciones contra Rusia, que se suman a la presión bélica. En este rubro pesa el hecho de que con el desarrollo de la globalización y del fundamentalismo de mercado se generó una interdependencia entre Estados y empresas a escala internacional, así como un ovillo de interrelaciones en los planos económico, financiero y comercial, que hoy en día se aprovechan como medios de presión y/o castigo. Es decir, como un complemento de esta “interpósita” guerra convencional regenteada por Washington.
Entre otras iniciativas, se han bloqueado las reservas internacionales del Banco Central de Rusia; se ha suspendido la participación rusa en el sistema bancario/financiero Swift; se ha boicoteado la compra de su gas y petróleo e incluso Alemania evitó la certificación del ya concluido gasoducto Nord Stream II, que debía abastecer a ese país y a otros de Europa; se ha sancionado y/o congelado activos a alrededor de mil empresarios y políticos rusos, y a una centena de bancos y de agencias financieras de Rusia. En fin, la lista es larga aunque el resultado buscado no parece haber sido del todo suficiente. Una muestra de ello es que algunos países europeos han terminado por aceptar la compra de gas y petróleo ruso con rublos.
Suecia y Finlandia se han empeñado recientemente y a toda máquina en incorporarse a la OTAN. Desde luego, esta decisión tiene básicamente que ver con la búsqueda de abrigo de ambos Estados frente al horizonte bélico que se cierne ante ellos: prefieren estar acompañados antes que solos.
Por su parte, a Estados Unidos y a sus socios les interesa añadir a esos dos países a aquella organización pues en alguna medida agregarán presión y capacidades en la región norteña del Mar Báltico. Al cierre de esta nota no estaba claro aún si Turquía avalaría esos ingresos. Su negativa implicaría la no incorporación de esos países ya que la normativa de la OTAN requiere unanimidad en estos casos.
Si se aprobaran sus respectivas entradas, ambos Estados ocuparían prácticamente toda la banda norte del antedicho mar. La sur, por su parte, está compuesta por Alemania, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania. Es decir, se instalaría allí un numeroso círculo ribereño otánico. Repárese, asimismo, en que algo parecido ocurre en el Mar Negro. Y en que Rusia es tributaria de ambos mares.
No debe perderse de vista, sin embargo, que el éxito militar depende mayormente de la capacidad de combate de los contendientes directos, que en este caso son solamente dos, y de sus respectivas posibilidades de mantenerlas. No de quienes sostienen financieramente al actor delegado –Ucrania– ni de la hinchada mediática.
Merece consignarse, por último, que la guerra en curso ha disparado un alocado comportamiento en el plano informativo. Hay una tan febril como ultra sesgada interpretación y divulgación de noticias, que se esmeran no en dar cuenta de cómo va la guerra sino en ensalzar a Ucrania y denostar a Rusia.
Final
Ucrania es un contendiente menor respecto de Rusia, razón por la cual sus posibilidades de éxito son escasísimas, no obstante el abundante apoyo externo que recibe. Su condición de Estado beligerante delegado es un raro engendro que lo expone a una guerra desigual con una superpotencia militar.
Ciertamente, el actual desempeño bélico ruso no ha emulado la veloz campaña del germánico general Heinz Guderian, cuyas divisiones de tanques Panzer colaboraron activamente en la rendición y toma de Polonia en un santiamén –36 días– en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Pero su aparato militar ha avanzado lo suficiente como para afirmar su presencia, ampliar su control sobre la región del Donbás y establecer un corredor terrestre sobre la costa del Mar Negro, que ha abierto una comunicación con la península de Crimea (retomada por Rusia en 2014), antes inexistente. No es poco a pesar de lo que dice “Occidente”. Sin olvidar que, muy probablemente, el objetivo principal ruso en esta guerra ha sido el de hacer frente a la provocación y a la prepotencia básicamente estadounidenses.
Hay quienes creen que la intención norteamericana de darle de largas a la guerra tiene el propósito de debilitar a Rusia. No parece ser lo más plausible. Cualquiera que haya leído Guerra y paz, esa maravillosa obra de León Tolstoi, o haya apenas escarbado la historia militar rusa de la Segunda Guerra Mundial, comprenderá que, en el campo de Marte, los rusos tienen una voluntad, una capacidad de sacrificio y una paciencia infinitas.