La fuerza de un país llamado Cuba
La fuerza de un país no es un prado, no es una abstracción ni una personificación inmóvil, no es un manual, ni una orden del gobierno, ni un informe que se puede presillar.
Ser testigo y no árbol. Crecer desde la sinestesia de los acontecimientos, desde el impacto de los golpes. Pensar en los juramentos que esta tierra aprendió a enraizar. Hacer más que decir. Andar más que sentarse al borde del camino a criticar la caminata de otros. Permanecer. La ruta que eligió Buena Fe no es la de los arrepentimientos. Los persiguen allá, detrás de las dunas y de los ministerios ultravioletas; los atacan por no haberse convertido en fango y en polietileno.
¿Cómo se rebana una epopeya hoy? ¿A quién le toca? Aquel enero supuso muchos retos. En aquel enero se pensó un país mejor. Pero han pasado mil eneros y hasta mil países. Los riegos se han renovado, también para ellos que corren en el trillo y que se atreven a exigirse un arte revolucionario que no peque de olvidar. Amar en la paradoja perdida de estos tiempos quizás sea la prueba más contundente cuando escriban sus veredictos. Ellos. Fueron ellos, ahora que no busquen otros culpables. Fueron ellos con su canción Valientes, quienes comenzaron a tejer la esperanza desde abril –o los abriles- para reencarnar desde el pentagrama de los agradecidos en una nueva canción, o quizás en una nueva vida.
No solo veo en Buena Fe a los artistas que intentaron llevar a versos la lucha contra la pandemia en Cuba, sino también los hombres humildes que buscan en el interior del país ese talento ajeno a las pantallas, ajeno a los Lucas, ese que ha sido esquivado y que necesita comenzar a ser incluido. Es por eso que la canción La fuerza de un país no hubiese sido posible sin el tono bayamés de Ronald González y Explosión Rumbera, sin los coros del Changüí Guantánamo y sin los metales de los jóvenes que componen la Banda de Boyeros. Se unió el pop con nuestro guaguancó y nuestro changüí, para que no falte el sabor de la música tradicional cubana.
No es casual que cuando se escucha la canción y se ve el videoclip, recuerdas a aquellos que creyeron en la locura, piensas otra vez en las consecuencias de ser libres y en la decisión de crear maravillas en esta isla donde el subdesarrollo existe, pero el desamparo no. “Imagínate un momento a mi gente sin bloqueo”.
La fuerza de un país no es la fuerza de unos pocos; la estrategia, el anhelo, el estudio de años, la insistencia, el insomnio, el sudor, la entrega y el compromiso por el otro la formaron. Y esa fuerza y ese sacrificio por el otro no salieron de la nada, ni explotaron de un chispazo; sino que son el resultado más acabado de los sembrados rebeldes, de creer en la ciencia y ponerla al servicio de las mayorías para crear vacunas eficaces que hoy son de todos y todas.
La alternativa existe. La sostenemos. No debemos caminar por una vereda impuesta cuando el trillo es un camino posible; cuando el socialismo, ese socialismo que se pretende destruir y guardar en una caja de cartón, ese socialismo vivo que algunos pintan de fracaso, ese creer en el amor por el otro tanto como por uno mismo, abrió sus portones y salió a curar por todo el suelo que nos cubre.
Gritan las bestias. Avisan al “gigante de siete leguas”. Buscan aislarnos de una vez y por todas. Pero saben que aquí estamos, aquí andamos los pequeños aldeanos –vanidosos algunos– sin temor al atrevimiento, al cambio, a la libertad que hay más allá de los nichos mercantiles. Y los gigantes saben de la fuerza quijotesca que brota cuando vamos juntos, dándonos las manos y apretando fuerte, como si en la vida del otro fuera nuestra propia vida, porque la Revolución significa hoy vivir en más de un cuerpo y morir creyendo lo mismo que creyeron otros, y volver a nacer en las ideas de los que caminarán mañana.
¿Quién puede gravitar, consciente del desdén a los suyos, y pisar seguro? ¿Quién osa pedir una intervención militar en su aldea, en su tierra, en su patria? ¿Por qué la patria tiene que volver a ser la ratonera, el escondite, la obnubilada síntesis de las apariencias, el títere, la sombra, la muerte, el hueco, la perra que ladra cuando el amo ordena? ¿En dónde pararíamos, si los que prometen “paraísos” hoy, mañana caerían ante el miedo, la imposición, el fango, la desigualdad, la pobreza multidimensional, la dependencia, el ultraje, el caos? ¿En dónde quedarían estos más de 60 años en que hombres y mujeres, contra viento y marea, edificaron la fuerza de un país?
La fuerza de un país no es un prado, no es una abstracción ni una personificación inmóvil, no es un manual, ni una orden del gobierno, ni un informe que se puede presillar. Buena Fe canta de una fuerza mayor. Donde se enseñó a leer, donde se entregó la tierra, donde se defendieron los sueños, donde se dijo y se hizo, donde se forjó una cultura nuestra, descolonizada; donde se criticó, se transformó, se rectificó y se le plantó cara al dogma; donde se practicó un deporte, donde se colgó una medalla, donde se enseñó ciencia y se aprendió a salvar vidas sin que mediaran razas, géneros, creencias o alcances económicos, nació y creció la fuerza de un país, y ahora es esa fuerza la que nos sostiene para seguir siendo libres. Libres, cual solamente podemos ser libres.
Hay un mitin de los sacrificados, hay dos muchachos que desde que salieron de Guantánamo no han dejado de decir lo que sienten, porque saben que solo así se podrá andar con la frente en alto. El resultado musical responde a meses de trabajo, pero también a una inspiración que solo ellos sabrían describir. El empeño que se puso para hacer esta canción y su videoclip tenía que estar a la altura del esfuerzo que han puesto los científicos, los médicos, los enfermeros, los asistentes, los transportistas y todo el personal sanitario que se ha colocado entre nosotros y el virus para protegernos.
Hoy Cuba cuenta con una población casi inmunizada completamente. Los casos confirmados de COVID-19 cada vez son menos y se le ha ganado la batalla a la muerte.
Como cronistas del tiempo que les tocó vivir, como herederos de una tradición musical que llevó la canción a su más alto escaño y como voz crítica de una generación que los acompaña, Buena Fe toma la palabra y se revela en pie: llenos, altivos, como si todo el linchamiento mediático al que se han visto sometidos lo hayan podido reducir con un guiño cubano y el poder del pueblo que los abraza.
Ellos no buscan likes ni vistas en YouTube. Tampoco premios formales, ni formalismos que premian. No es eso lo que los gratifica. Hay agradecimientos muchos más profundos en nuestras calles y en la pobreza de nuestra gente, donde el respeto arde. Israel Rojas y Yoel Martínez saben que ya no son aquellos jóvenes aventuraros que salieron de Guantánamo hace más de 20 años, aunque sé bien que siguen teniendo el mismo fuego en los ojos.
Va lo mismo en la guataca, en la tiza, en el estetoscopio, en el fusil, en la carretilla y en la canción. Hay un niño con pañoleta azul y con pelo suave que sonríe sano, dibuja un triángulo con su crayola roja y me lo confirma. De nuevo volamos y creemos que es posible sanar después de la catarsis. Confiar también ha sido nuestra forma de rebeldía. Confiar. Pelear. Hacer. Andar.
La fuerza de un país es omnipresente como lo es la patria. Va lo mismo en este frasco que en aquel julio del 53̓. Va en el día a día y en la resistencia, en el trillo que tomamos y no vamos a dejar. Va en un pueblo herido que se levanta para vacunar al mundo contra el virus del egoísmo. Va en la sangre del mambí y en el hijo que nacerá mañana. Va en el tejido de los pañuelos rojos. Va en el recuerdo de ese abuelo que murió confiándonos su verdad para poder sostenerla, eternamente, con nuestras vidas.