Estuvimos en el futuro, ¿te imaginas qué podría pasar en los próximos años?
El investigador Alfons Pérez reflexiona sobre algunas de las ideas que ha dejado la Escuela de Som Energia, que este año se centró en el decrecimiento para la transformación energética.
El debate sobre la situación energética y sus posibles soluciones a corto y largo plazo está más vivo que nunca. Entre las salidas posibles hay quien esgrime que es necesario un decrecimiento o, mejor dicho, el decrecimiento, es decir, un descenso drástico del consumo energético y material para situarlos dentro de los límites planetarios y, a la vez, un cambio radical de prioridades que ponga en el centro de la vida, la suficiencia, la frugalidad, la redistribución, los cuidados, la comunidad, la cooperación y la solidaridad.
Siguiendo este flujo de discusión, la Escuela de Som Energia –la cooperativa de energía verde con más de 80 mil personas socias– de este año se dedicó al ‘Decrecimiento para la transformación energética’. Tirar del hilo de su programa nos permite asentar este texto en un fin de semana lleno de charlas y experiencias, y alimentar un debate que, sin duda, está aumentando de volumen.
Crisis energética, políticas de contención y endeudamiento público. ¿Por qué nos dicen que padecemos una crisis energética ahora? Esta pregunta abría la escuela. Para contestarla es importante discernir los motivos de fondo –los combustibles fósiles se agotan- de las causas coyunturales –la recuperación del consumo después de la pandemia y la guerra de Ucrania–.
Medir la gravedad de la situación es una tarea compleja, pero si contabilizamos las políticas exprés de contención que se han puesto en juego nos podemos hacer una idea: a nivel global se han inyectado 240 millones de barriles de petróleo en los mercados internacionales de las reservas estratégicas de los países –el 50 por ciento de Estados Unidos. A nivel europeo, ha habido un acuerdo político en la UE para reducir un 15 por ciento la demanda de gas este invierno. Se discute una tasa mínima del 33 por ciento sobre los beneficios extraordinarios de la industria fósil. También se debate un plan para introducir ahorros en el consumo eléctrico durante las horas pico de mínimo el 5 por ciento y diferentes Estados miembros han subvencionado los derivados del petróleo. A nivel nacional, se ha reducido el IVA de la factura eléctrica al 5 por ciento; impuesto especial a la electricidad ha bajado al 0,5 por ciento; el IVA de gas, al 5 por ciento, igual que el de pellets, briquetas y leña; se han reactivado las subastas de interrumpibilidad; se ha puesto en juego la excepción ibérica; y los abonos y títulos multiviaje de tren son gratuitos o tienen grandes descuentos.
La lista, sin ser exhaustiva, muestra una fuerte intervención pública donde la capacidad recaudatoria está muy por debajo del gasto público. Y lo que sube no es solamente la factura de la luz. La deuda pública nacional y europea aumenta, pero la obsesión ahora mismo es superar este invierno y garantizar la energía a la ciudadanía europea que pueda pagarla.
Entonces, ¿es el momento del decrecimiento?
De la misma manera que en la crisis financiera de 2008 surgió con fuerza la idea del decrecimiento, ahora vuelve a ganar posiciones en el debate público. Pero el decrecimiento no deja a nadie indiferente. Solo hay que ver las respuestas encendidas en Twitter a Gustavo Petro, presidente de Colombia, o a las menciones que hizo Yayo Herrero en un programa de Salvados. Más allá del fuego de las redes, incluso en un público sensibilizado como el de la Escuela de Som Energia surgían dudas bien fundamentadas. ¿Quién tiene que decrecer? ¿Cómo hacerlo con justicia? ¿Cuál es el primer paso? ¿Qué papel tendrán las instituciones y los movimientos? ¿Cuál es el modelo energético del decrecimiento?
Semejante batería de preguntas no se pueden responder en un artículo o en un fin de semana, pero sí se pueden dibujar dos caminos por los que podemos aprender a transitar juntas: el de las incertidumbres y el de nuestros deseos. El primero nos llevaría a reconocer que cada vez más las situaciones excepcionales estarán presentes en nuestras vidas como ya lo están, cabe decir, en la vida de las personas que habitan el sur global. Nos referimos a que las crisis –económicas, financieras, ambientales, climáticas, energéticas, sanitarias, de cuidados– se sobreponen y se amplifican, y sus ciclos son cada vez más cortos.
Quizás entonces, como explica el ecólogo Richard Heinberg, debemos rechazar el “optimismo mortal” que nos ha llevado hasta aquí con un “todo irá bien” por un “pesimismo útil” –o llamadlo como queráis- que se haga responsable de la situación y que aprenda a lidiar con las incertidumbres del momento histórico que nos ha tocado vivir por duras o negativas que parezcan.
Y aquí es donde empieza el segundo camino, el de la construcción de esperanza. La escritora estadounidense Rebecca Solnit nos sugiere construir “esperanza en la oscuridad” aprehendiendo la diagnosis del contexto actual, por doloroso que resulte, y desbrozando el camino de la esperanza. Para llegar a ello, tenemos que realizar un ejercicio complejo: conectar con nuestros deseos. Por mucho que nuestras sociedades estén construidas desde la individualidad, el ejercicio es colectivo y necesitamos herramientas que nos ayuden a hacerlo juntas. En la Escuela de Som Energia experimentamos con los escenarios futuros, una metodología que se viene utilizando en diferentes espacios y sectores –planes estratégicos de organizaciones, grupos feministas y ecologistas, economía social y solidaria, comunidades intencionales, etc.– para proyectar escenarios en un futuro a medio plazo a través de dos ejes que conforman cuatro escenarios.
Pongamos un ejemplo: en la Escuela queríamos saber cómo podría ser el año 2040. Los dos ejes que marcaron los cuatro escenarios posibles eran “continuidad institucional” y “mercados e intereses” y los nombramos de la siguiente manera:
En el debate del escenario del decrecimiento –discontinuidad institucional y primacía lógica, bien común e intereses populares–, lo más destacable no fue tanto la proyección del 2040. Ésta fue más o menos coincidente: justicia social, reparto justo del trabajo, salud mental y emocional, y un modelo energético descentralizado, democrático y verdaderamente renovable. El principal reto colectivo, por momentos bloqueante, vino en cómo plantear un camino que nos llevara a ese escenario. Hay que tomar en cuenta que estábamos sumergidos en un ejercicio de creatividad. ¿De verdad no podemos permitirnos ese tipo de sueños?, ¿no podemos imaginar que es posible construir un futuro del decrecimiento? Si, como dice el ecofeminismo, tenemos que hacer que nuestras propuestas generen deseo, deberemos de ser capaces de imaginar que estamos preparadas para generar futuros deseables.
Dicho esto, seguramente no hay que confundir estrategias. Es decir, el ejercicio de creatividad para imaginar futuros deseables no descarta que, a corto plazo, necesitemos una mayor concreción y una estrategia política clara que conecte los momentos de movilización que se darán en un contexto de excepcionalidades con un futuro deseado y emancipador. En Alemania y Austria, la gente se manifiesta por las subidas de la luz con la extrema derecha operando por detrás. En Francia y Reino Unido, las manifestaciones han estado impregnadas por la justicia social. Que la cosa caiga de un lado u otro dependerá de la capacidad de reacción y propuesta en un diferencial de tiempo pequeño. Nadie dice que sea fácil, ni en el terreno energético ni en ningún otro, pero si algo hemos aprendido en la Escuela de Som Energia es que no lo podemos convertir en imposible antes de empezar la tarea. Quizás imaginar el futuro deseado sea un primer paso.