El patriarca sin retoño
El Patriarca jamás dejó de ser el que siempre fue: un banquero. El oficio del banquero tiene como bendición (o maldición) convertir toda sustancia en dinero. No en economía, dinero simple; es su aire, su agua y su cielo.
El día que ganó esas elecciones debió ser el mayor alegrón de su existencia. El Patriarca de esta letanía en clave de insensato pesimismo. La duda ética del resultado obtenido en la primera vuelta está intacta y será una sombra que a la distancia de los tiempos persistirá si no crecerá. Aquellos, mujeres y hombres, que teníamos el presentimiento del error electoral mayoritario nos tragamos gruesa la bronca. Así es la ruleta electoral, no siempre ganan los mejores propósitos o quizás no encuentras el idioma propicio del corazón para explicar el acierto de las ideas. O no se entiende la ideología del ejercicio próximo del poder. Ocurrió que ganó quien no debía ganar porque representaba con exactitud lo opuesto a lo que el Ecuador necesitaba. Aún necesita como el aire por la necesidad y la premura del corpus republicano. El lunes 12 de abril del 2021, la festividad mediática abrumaba y el palabrerío insulso motivaba la producción de bronca, pero había que aplazarla para los próximos meses. “Al país lo habían ahogado en marullo”. René Pérez dixit. ¿Quiénes cometieron ese asesinato de la cognición política? Los inventores del agua tibia con otra marca: el anticorreismo. Algo que debió ser la rabia entripada de la derecha ultra se convirtió en la medida de todas posibilidades de la actividad pública. (Y el catalizador de discordias familiares). El Patriarca ganaba por el recocido desdoro de no elegir por los méritos personales de los candidatos sino por motivos contradictorios y absurdos. ¿Un ejercicio de sabiduría popular? Ahí queda para esnifarla.
Sin más vueltas, si hay ese ‘juicio de la historia’ o mejor, funciona a cabalidad la memoria histórica serán favorables a Rafael Correa Delgado. Sin olvidar equivocaciones injustificadas y su lengua de fuete no siempre de uso afortunado. Así es él, qué se le va hacer, por eso su alta credibilidad política. Y sus enemigos empedernidos. No hay una doctrina correista, pero sí un adoctrinamiento anticorreista. Es esa cosa tóxica del folclor político diseñado por la clase política ecuatoriana, a izquierda y derecha, por favor. La unión aciaga de los contrarios. El costo de desterrar el correísmo (esa vaina extraña, indefinible, elástica, omnisciente porque sirve para explicar hasta lo insólito) ha sido trágico, regresivo en lo social y facilitó el crecimiento de la violencia social. Fallaron en el propósito porque el diseño de la derecha ultra fue de una cojudez increíble. Desterraron a Rafael Correa, pero enraizaron sus significantes y significados. Descerebramiento semiótico de la derecha ultra del Ecuador, no caben dudas. No hay una doctrina correista, nadie la conoce, sin embargo materializar el destino político de un país en una persona es convertirla en inevitable polisemia cultural. Su liderazgo se vuelve una idea incombustible de cuerpo presente o ausente. Y quizás la ausencia engrandece el concepto hasta la mitología. O sea esa narrativa perpetuadora y engrandecedora de la personalidad admirada, elogiada y combatida: el mito. Que no la fábula.
La derrota electoral del correísmo de aquel febrero, de malos recuerdos, se metabolizó, por estos días de otro febrero, como el triunfo del sentido común de la política en el Ecuador. Hay que creer que sí, aunque el costo altísimo del aprendizaje valga su duración infinita. Una dolorosa lección de antropología cultural que el progresismo americano debería estudiar por sus orígenes y consecuencias. ¿El progresismo (vale decir el lulismo, correísmo, chavismo, el petrismo) será el último fantasma de las Américas? El mérito político de la derecha ecuatoriana patriarcal no es poca cosa: convenció a sectores de la izquierda que su fosilización tenía un culpable: el correísmo. Y lo más ideológico que ha existido en los últimos siglos fue “escupir para arriba con ganas de apagar alguna estrella”[2]. Y dijeron de todo, esquivando coincidencias idiomáticas dizque para excluir parecidos políticos, el engaño sin arte ni ciencia tiene sus alcances sancionatorios para la ciudadanía de barrio adentro. No es un palíndromo pero funcionó de izquierda a derecha y al revés: “el nulo ideológico”. Así fue, ganó la nulidad del Patriarca y su bancarrota ideológica. “…pues siempre había otra verdad detrás de la verdad”[3]. Toda nulidad, por sus carencias de ideas, acarrea desastres. El Ecuador, cuasi republicano de estos últimos años, es complicado desastre.
Después de dos intentos marchitos al tercero retoñó el Patriarca. Salió de su paraíso bancario al realismo republicano del Ecuador, al mandato presidencial de un país que es más contante y sonante que su nombre de fantasía. Ganó por el anti y no por pro. Mal asunto para la próxima gobernanza triunfar desde la intoxicación propagandista del electorado. O de otras chucherías como zapatos rojos, quechuchismo, descalificar como nerd al candidato del progresismo, facilismos impensables en ninguna república que se respete, mentiras infames y poco creíbles. Se cartografió, ojos a vistas, el despelote del Ecuador. Por eso ahora mismo es una calamidad convertida en pesadilla. Es el Ecuador, nuestro país, república bananera cuesta abajo, porque la sabiduría del pueblo no alcanzó a distinguir la cáscara del fruto. No hay que esperar los años por venir, porque esta historia es actual. Los clanes de laboratorios sociales, confundieron recetas y pócimas, se dividieron en dos grupos clásicos: unos que creían que el Patriarca bancocrático (escasamente democrático, sin ninguna duda) sabía muy poco de aquello que ejecutaba y otros neceaban lo contrario. Dos años esforzados de elaborar análisis para explicar los noes y los síes en cuanto medio de información, independiente o de alquiler, fue necesario para arribar a esta salida emergente (disolución de la Asamblea nacional) que, salvo la familia patriarcal y dos o tres más por ahí, ya era un griterío amplio por los cuatros costados del país. El Patriarca jamás dejó de ser el que siempre fue: un banquero. El oficio del banquero tiene como bendición (o maldición) convertir toda sustancia en dinero. No en economía, dinero simple; es su aire, su agua y su cielo. Así es el Patriarca y así fue rotulado como presidente de la Republica un mal día: 11 de abril de 2021. Podría ser un privilegio de ciertas mentes monetizar hasta las maravillas vespertinas de Esmeraldas, la desolación gratificante del Chimborazo o la sinfonía perturbadora de los pájaros en un bosque de Pastaza. Correcto, aquello no tiene precio. Pero para un banquero de estirpe, pasión y religión sí que lo tiene. Está en su recién adquirido ADN y así termina por apreciar hasta la vida de las personas. “¿Ciudadanía? ¿Y eso cuánto cuesta?” Es su sentir, es su pensar y quizás jamás acertar.
Este Gobierno del Patriarca fue un viaje al pasado. Rápido y trágico a la ida y lento con tropezones será el retorno. Sus huellas dañinas quedarán ahí por algún tiempo, los cientos de medios-medias convencidos o contratados harán esfuerzos para perpetuarlas, aunque no lograrán ni un minuto de nostalgia en la gente que padece este calvario, quizás ocurra en los barrios troyanos. Este desbarajuste ecuatoriano estaba previsto en los textos de nigrománticos sociológicos y politólogos (no sé si vagos), no necesitaban consumir toneladas de sapiencia universitaria, para nada, con unos gramos de sentido común bastaban. El primer indicio del próximo infortunio fue aquel presidente con nombre de ortografía equivocada, el despelote institucional causado por aquel señor (el Estado soy yo) que ruqueaba mientras planificaban la descorreización del Ecuador; se inició el crecimiento lento y sostenido del desempleo, deterioro sin pausas del sistema de salud y fue cuando la pandemia aceleró aquello que tenía su modo y ritmo. La ruta de la devastación quedó abierta para el Patriarca de bancolandia. Y él ganó y cumplió con la tribu. Entonces, sí sabía lo que hacía y por qué lo hacía.
¿Sería que después del periodo del progresismo ecuatoriano una parte del electorado no se conformaba con menos? ¿Sería que la alegría en casa de pobre dura poco? ¿Sería que la sorprendente combinación troles partidistas atarrayó el triunfo antes o más allá de las urnas? Preguntar es el fin de la duda y el comienzo de la ruta de la verdad. O como dice el hermano Laurence Fishburne[4]: “no existen preguntas sin respuestas, apenas mal formuladas”. Y las anteriores corresponden a la primera parte de la frase. El dilema quedará para la historiografía de los próximos lustros. Deberá, es obligatorio. “La formulación de un problema, es más importante que su solución”, frase de Albert Einstein para la física, pero igual, esclarece mejor tribulaciones e incertidumbre en el triunfo del Patriarca. Voy en el bus urbano, dos señoras ejercen su derecho a analizar la política ecuatoriana, no bajan el tono ni les importa; lo último que escucho de una de ellas, antes de bajarme, es esta elocuencia esotérica: ”Lasso es mala suerte, Jesús!” Precisamente, eso son los patriarcas políticos.
[1] El otoño del patriarca, Gabriel García Márquez, Le Libros, p. 30, en pdf. http://LeLibros.org/
[2] Pero, en otro sentido,/ es como quien escupe para arriba/ con ganas de apagar alguna estrella,/ y se le viene el firmamento encima,… Los cuatro generales y el poeta, poema de Antonio Preciado, tomado del libro De sol a sol, colección Antares, Editorial LIBRESA, Quito, 1998, p. 229.
[3] Óp. Cit.
[4] Laurence John Fishburne III, actor afroamericano.