De Öcalan a Gülen… ¡La estrategia de Washington en Turquía!
Todos los acontecimientos en Turquía y en la región están directa o indirectamente ligados a la cuestión kurda turca, con repercusiones en Irak, Irán y, más recientemente, en Siria, donde las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas controlan el este del Éufrates bajo protección estadounidense y de la OTAN.
Después de salir de Siria el 9 de octubre de 1998, el líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan, pasó por Chipre, Grecia, Rusia e Italia, hasta refugiarse en la embajada griega en Nairobi, Kenia.
Desde allí, fue secuestrado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos e "Israel", y entregado a Ankara el 14 de febrero de 1999.
En ese momento, el primer ministro, Bülent Ecevit, comentó: "No entiendo por qué los estadounidenses nos entregaron a Öcalan", quien fue condenado a cadena perpetua y sigue encarcelado desde entonces.
Sin embargo, esto no fue suficiente para terminar con el conflicto entre el Estado turco y el PKK, que, pese a su ideología marxista-leninista, se colocó bajo la tutela estadounidense desde su fundación a finales de los años setenta.
Podemos afirmar que casi todos los acontecimientos en Turquía y en la región están directa o indirectamente ligados a la cuestión kurda turca, con repercusiones en Irak, Irán y, más recientemente, en Siria, donde las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas controlan el este del Éufrates bajo protección estadounidense y de la OTAN.
Tan solo cinco semanas después de que EE. UU. entregara a Öcalan a Ankara, el clérigo Fethullah Gülen (descubierto por los servicios de inteligencia estadounidenses en 1962 cuando era predicador en una mezquita en Erzurum, al este de Turquía) partió hacia Estados Unidos el 21 de marzo de 1999, oficialmente por razones médicas, en un plan orquestado por los servicios de inteligencia de EE. UU. y facilitado por Graham Fuller, jefe de la oficina de inteligencia en Ankara, junto con Gina Haspel, quien fue designada por el presidente Trump como directora de la CIA en 2018.
Fuller escribió numerosos artículos y libros sobre el "islamismo político moderado" en Turquía, supervisado por EE. UU. e “Israel”, que, según él, debería reemplazar el extremismo wahabí saudí. Fuller proyectaba que Gülen y su organización jugarían un papel importante en la contención de la revolución jomeinista, no solo desde un enfoque sectario, sino también nacionalista, debido a la histórica rivalidad entre persas y turcos.
Las declaraciones de Fuller se plasmaron en el plano práctico cuando Gülen mostró “comprensión” hacia las políticas de “Israel” y adoptó la idea del diálogo interreligioso, convirtiéndose en un elemento clave, incluso fundamental, en la evolución de la política interna turca.
Gülen, gracias a estas relaciones, obtuvo el apoyo de la mayoría de los políticos que gobernaron el país en las últimas cuatro décadas, excepto el líder islamista y exprimer ministro Necmettin Erbakan, quien siempre desconfiaba de Gülen, su comunidad y su agenda política.
Gülen logró gran respaldo entre los políticos, incluido el actual presidente Erdoğan, el expresidente Abdullah Gül, el exprimer ministro Ahmet Davutoğlu, y buena parte de la dirigencia del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), quienes le ayudaron a situar a numerosos seguidores en puestos clave del estado, como en el ejército, los servicios de seguridad, la inteligencia, la justicia, las universidades e incluso en los medios de comunicación y el sector empresarial.
Esto permitió a Gülen establecer un control considerable en diversos sectores del Estado, tras haber eliminado a gran parte de los generales del ejército secular, quienes fueron encarcelados acusados de planificar un golpe militar contra el gobierno en ese momento.
Sin embargo, los aliados Gülen y Erdoğan se convirtieron repentinamente en enemigos acérrimos cuando el primero trató de acorralar al segundo, haciendo públicos a finales de 2013 varios casos de corrupción que involucraban a Erdoğan, su familia y sus ministros.
Esto fue suficiente para que ambos se prepararan para el enfrentamiento definitivo, el cual se concretó a raíz del fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016, en el que, según se informó, participaron seguidores de Gülen.
Erdoğan aprovechó la tentativa de golpe y ordenó la detención de miles de seguidores de Gülen, expulsando a por lo menos 250 mil de ellos de las fuerzas armadas, los servicios de seguridad, la inteligencia, el poder judicial y otras instituciones estatales.
Las autoridades turcas aún persiguen a quienes quedan en la administración o fuera de ella.
Sin embargo, Erdoğan no ha logrado convencer ni a Trump ni a Biden de extraditar a Gülen a Turquía o de expulsarlo a otro país. Tampoco ha tenido éxito Ankara en sus esfuerzos por presionar a varias capitales europeas, como Berlín, Londres, Estocolmo y Copenhague, para que expulsen a cientos de seguidores de Gülen que huyeron a estos países tras el golpe fallido.
La noticia del fallecimiento de Gülen el lunes 21 de octubre cobró una relevancia adicional, dada la información sobre los esfuerzos de Ankara para reconciliarse con el PKK y su brazo sirio, las YPG, a través de un diálogo directo o indirecto que comenzó la semana pasada (en mi artículo titulado: “Turquía se prepara para la próxima fase… con la carta kurda”).
En esta línea, el martes el líder del Partido del Movimiento Nacionalista, Devlet Bahçeli, instó a Abdullah Öcalan, líder del PKK, a participar en una reunión del bloque parlamentario del Partido Democracia y Paz kurdo, proponiendo la disolución del partido y el cese de las actividades armadas contra Turquía.
A medida que se mantienen las expectativas sobre el futuro de este diálogo y sus implicaciones en el panorama político en Turquía y en la región, especialmente en Siria, ya se especula sobre quién asumirá el liderazgo de la organización de Gülen, que cuenta con una gran fortuna en EE. UU. y en el extranjero.
Mientras tanto, los círculos políticos y mediáticos no pierden de vista la nueva estrategia estadounidense respecto al "islamismo político moderado", que Washington buscaba implementar desde que anunció el proyecto del Gran Oriente Medio en junio de 2004.
A través de este proyecto, EE. UU. invitaba a los partidos y organizaciones islámicas árabes a seguir el ejemplo del AKP, con sus raíces islamistas y nacionalistas, que había llegado al poder tras unas elecciones democráticas a finales de 2002 en un país de mayoría musulmana y con un sistema secular.
Esta propaganda sirvió de pretexto para el llamado “Primavera Árabe”, en la que Turquía, junto con Qatar, jugaron y aún juegan un papel crucial, pese a sus contradicciones en las relaciones con varios estados árabes, en particular Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Jordania.
En última instancia, la apuesta depende de los futuros planes de Washington sobre el islamismo político, tanto moderado como extremista, en todas sus facciones y tendencias. Washington pretende que todas estas corrientes se alineen con el proceso de normalización con el Estado israelí, sin importar su denominación o afiliación étnica o sectaria, siempre que compartan los intereses estratégicos estadounidenses.