Entender a Estados Unidos e "Israel" como una misma entidad en Asia occidental
Sin embargo, la lucha no debería leerse de esta manera, ya que el verdadero poder no reside en “Tel Aviv”, sino en Washington.
La estrategia de Estados Unidos y la entidad sionista es claramente de “victoria total”, como lo ha subrayado en repetidas ocasiones el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. La operación Diluvio de Al-Aqsa dirigida por Hamas destruyó la imagen del dominio estadounidense-israelí en Asia occidental y, para revivir su aparente supremacía están obsesionados con una campaña acelerada de terror regional.
Esta agenda no sería posible sin Estados Unidos y no podría ser ideada por los israelíes solos. Ya sea en Siria, Líbano, Palestina, Irak, Yemen o Irán, los estadounidenses son la columna vertebral de la conspiración. Comprender esto debe ser la base para interpretar las acciones de ambos.
Si bien en el pasado los intereses de Washington y de la entidad sionista pueden haber sido ligeramente diferentes, el 7 de octubre de 2023 los puso en una senda de alineación total. Hay dos factores principales que hay que tener en cuenta al considerar este análisis y por qué tiene sentido: el papel del poder financiero sionista en el sistema político estadounidense y los objetivos estratégicos del liderazgo estadounidense.
La agenda estadounidense-israelí
Como existen diversos análisis de la alianza entre Estados Unidos e "Israel", el punto de partida aquí debería ser un ejemplo en dónde han chocado los intereses de los dos. Irán es un ejemplo clave de cómo tal desacuerdo ha demostrado que la Casa Blanca coloca sus propias ambiciones regionales por encima de las consideraciones de los donantes cuando llega el momento decisivo.
Está claro que el AIPAC, el grupo de presión pro israelí más poderoso de Estados Unidos, busca un cambio de régimen en la República Islámica de Irán, que es también un objetivo compartido por la mayoría de los responsables de las políticas en Washington. Sin embargo, ha habido diferencias considerables en el enfoque estratégico para alcanzar ese objetivo.
El hecho de que la administración Obama aprobara en 2015 el acuerdo nuclear con Irán demostró que las exigencias del lobby del AIPAC y la influencia directa del primer ministro, Benjamin Netanyahu, a veces fracasarán. Bajo la dirección de Trump, la estrategia hacia Irán cambió, pero aun así no se tradujo en un ataque directo.
Incluso en 2023, durante el período previo al principal objetivo de política exterior de la administración Biden (sellar un acuerdo de normalización entre Arabia Saudita y el régimen sionista), vimos que se hicieron intentos de otorgarle a Irán ciertas concesiones con el objetivo de desnuclearizar las relaciones. Ese mismo año, se programó la liberación de alrededor de 20 mil millones de dólares en activos iraníes congelados, como parte de un acuerdo de intercambio de prisioneros entre las dos partes. No es ningún secreto que la Casa Blanca de Biden sabía que lograr una reactivación del acuerdo nuclear estaba fuera de su alcance (en gran parte debido a la interferencia del lobby sionista), pero trató de evitar cualquier tipo de escalada antes de sellar su preciado acuerdo entre Arabia Saudita e "Israel".
El gobierno estadounidense había adoptado una política más estratégica para tratar con Irán, que se oponía a los deseos del lobby pro israelí que había defendido la postura belicista. Si bien el objetivo final puede haber sido el mismo, en ocasiones Estados Unidos se ponía firme y aplicaba lo que consideraba la más inteligente.
A estas alturas, los regímenes estadounidense y sionista todavía podrían ser etiquetados como dos entidades separadas, a pesar de que muchos de los think tanks de Washington fueron financiados por sionistas y la mayor parte de los legisladores fueron pagados por lobbistas pro israelíes (en cuestiones relacionadas con la política exterior), además de muchos miembros del gobierno que profesan su fe en el sionismo.
El fin de "Israel"
El 7 de octubre de 2023 todo cambió en este sentido. Apenas unas semanas antes de la operación liderada por Hamas contra el régimen sionista, la administración Biden había anunciado su visión del corredor económico India-Medio Oriente-Europa, y esto se produjo en un contexto en el que Riad y "Tel Aviv" habían dado señales de que un acuerdo de normalización entre estaba casi listo.
Se había producido un grave error de cálculo, que es la suposición de que la causa palestina estaba efectivamente muerta y que no era posible hacer nada lo suficientemente significativo como para cambiar la dirección que estaba tomando la región. A pesar del aumento de la resistencia armada dentro de Cisjordania por primera vez desde la Segunda Intifada, junto con la importante señal de advertencia de la guerra de 11 días en Gaza en 2021, la alianza entre Estados Unidos e "Israel" no vio lo que estaba por venir.
Lo que hizo Hamas fue destruir por completo la ilusión de seguridad y disuasión israelíes y, por extensión, la proyección estadounidense de poder regional. La guerra destruyó las esperanzas de lograr la ruta comercial deseada por Estados Unidos, que habría pasado por los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Jordania y luego por la Palestina ocupada. También planteó la pregunta: si esto es lo que Hamas, por sí solo, puede hacer, ¿cuán poderoso es el Eje de la Resistencia liderado por Irán?
De repente, de la noche a la mañana, parecía que el papel de Estados Unidos como potencia dominante en Asia occidental se estaba desmoronando ante nuestros propios ojos, que el régimen sionista estaba en decadencia y que Irán era la fuerza dominante en la región. Estados Unidos no podía aceptar ese resultado y decidió trabajar con los israelíes para deshacer por completo lo ocurrido ese día.
Si se intenta analizar el curso de la guerra durante los últimos 13 meses desde una perspectiva puramente israelí, lo que han hecho no tiene sentido. La decisión de continuar con el genocidio más allá de los primeros meses ha paralizado de hecho al régimen. Casi un millón de colonos se han ido, se les ha robado su sensación de seguridad, la sociedad ya dividida se ha fracturado aún más, su sistema político está en desorden, su economía se está desmoronando y su "legitimidad internacional" ha desaparecido; sólo la sostienen sus aliados occidentales más cercanos.
Sin embargo, la lucha no debería interpretarse de esa manera. El verdadero poder no reside en “Tel Aviv”, sino en Washington.
Sin el apoyo económico, diplomático y militar de Estados Unidos, ya no habría “Israel”. De hecho, la antigua entidad sionista ya no existe. Hoy, la idea de la victoria completa está dirigida por Estados Unidos, y el vehículo a través del cual se lleva a cabo este concepto es Benjamin Netanyahu.
Si lees muchos análisis de autoproclamados expertos, presentan una narrativa de que el primer ministro israelí es un actor irracional que dirige una coalición extremista pero que está siendo controlado por Estados Unidos. Este es el tipo de presentación ficticia de los acontecimientos que se presenta en el reciente best-seller de Bob Woodward, “War”. Intenta echar la culpa a las supuestas acciones independientes de los israelíes, mientras que la administración estadounidense de Biden ha estado allí para tratar de calmar la situación trabajando incansablemente por el paso de la ayuda a la Franja de Gaza y la diplomacia destinada a salvar a toda la región de una guerra catastrófica.
Si así fuera, el régimen estadounidense no habría continuado la “Operación Guardián de la Prosperidad” en el Mar Rojo para combatir el bloqueo de Ansar Shallah. No habría permitido los ataques terroristas con buscapersonas en Líbano ni los ataques de decapitación ordenados contra los altos mandos de Hizbullah en Beirut. También habría obligado a los israelíes a permitir la entrada de ayuda en Gaza, e impuesto su “línea roja” sobre la invasión de Rafah y trabajado para impedir directamente el camino hacia la “anexión” de Cisjordania.
Si el gobierno estadounidense hubiera querido actuar en beneficio de la entidad sionista, habría impuesto un alto al fuego a principios de 2024, o incluso en mayo, tras la invasión israelí de Rafah. Sin embargo, sólo permitió una mayor escalada y trató de mantener el genocidio, al tiempo que urdía complots para asestar golpes contra todos y cada uno de los miembros del Eje de la Resistencia.
Nada de esto favorece a un régimen israelí gravemente debilitado, como demuestra su incapacidad para destruir a Hizbullah, a pesar de los enormes golpes que recibió contra el Partido Libanés en septiembre. Si se observa la estrategia militar israelí sobre el terreno, tanto en la Franja de Gaza como en el sur de Líbano, en realidad no tiene ningún objetivo claro más allá de la destrucción por el mero hecho de destruir.
A la cabeza de esta campaña de terror regional se encuentra Benjamin Netanyahu: un hombre dominado por sus propios intereses y su supervivencia política, por encima de cualquier tipo de compromiso ideológico con la supervivencia del régimen sionista. Detrás de él, respaldando sus acciones a ultranza, hay una combinación de figuras militares y de inteligencia israelíes que no poseen el tipo de influencia política que él tiene en Washington y que están trabajando con Estados Unidos para ejecutar una estrategia ofensiva regional, mientras que los aduladores leales a Netanyahu y los nacionalistas religiosos fanáticos tratan de lograr el llamado “Gran 'Israel'”.
Los israelíes no tienen el poder de movilizar a los takfiris en Siria por sí solos ni de gestionar la batalla contra Hizbullah ni de negociar ataques aéreos con Irán. Se trata de un esfuerzo conjunto que organiza Estados Unidos. ¿Por qué? Porque esta guerra tiene como objetivo reafirmar el dominio estadounidense, infundir miedo en los regímenes árabes tradicionalmente pro-estadounidenses para disuadirlos de virar hacia el Este. Es algo más que una cuestión política en Asia occidental: tiene que ver con Rusia, China y la nueva alianza económica del Sur Global.
El régimen estadounidense es una fuerza imperialista, obsesionada con el dominio global y desde hace mucho tiempo ha considerado a Asia occidental como su propio patio trasero, de modo que si permite que Irán resulte vencedor a nivel regional o que caiga la percepción del poder estadounidense, perderá lo que considera uno de sus bastiones estratégicos.
Estados Unidos debe lidiar con una miríada de relaciones complejas en toda la región, y la capacidad de sus aliados israelíes para emerger como una fuerza dominante de cualquier conflicto se refleja directamente en Washington. Lo que también debe tenerse en cuenta aquí es la influencia del complejo militar-industrial estadounidense, que busca demostrar su capacidad para producir las herramientas militares superiores que las naciones del mundo desean. La carnicería que los israelíes infligen con estas armas las comercializará, mientras que los resultados de los conflictos también influyen en la percepción de esta industria.
No es correcto separar a los Estados Unidos de los israelíes cuando se trata de la actual guerra regional. Washington ha asumido por completo la toma de decisiones de la entidad sionista, es su dueño, mientras que los grupos de presión pro israelíes invierten su dinero en asegurar la adhesión política total a la misión. Esto significa que los megadonantes sionistas a instituciones políticas, académicas y financieras están trabajando ahora para aplastar la descendencia, mientras que “Israel” es utilizado como punta de lanza para infligir el daño necesario que proyectará el poder estadounidense.
La estrategia se está llevando a cabo a expensas de la existencia a largo plazo de la entidad sionista, que se está desmoronando en todos los niveles y no sobreviviría mucho más tiempo sin el apoyo de Estados Unidos.
Por lo tanto, Estados Unidos e “Israel” son una misma cosa: uno depende del dinero sionista para ayudarlo y el otro del apoyo de Washington para mantenerse. No hay razonamiento con esta entidad conjunta, ya que solo las derrotas o los reveses militares la obligarán a poner fin a cualquier agresión.