Enseñanzas de la guerra comercial entre China y Estados Unidos
El autor señala que, guerra comercial deja una lección: "estamos asistiendo al fin del mundo que configuró la hegemonía norteamericana".
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Enseñanzas de la guerra comercial entre China y Estados Unidos.
Desde su regreso a la Casa Blanca en enero de este año, la administración de Donald Trump ha impulsado una agresiva política en materia de comercio internacional. Los maratónicos aranceles anunciados por su gobierno en contra de la casi totalidad de los países del planeta han generado importantes tensiones políticas y económicas, incertidumbre en los mercados financieros y tensión en las líneas de suministro globales. Dentro de esta política esencialmente de chantaje, destaca el sostenido crescendo en el enfrentamiento con China.
El 4 de febrero de 2025, entró en vigor un decreto imponiendo un 10 por ciento de aranceles a importaciones de productos chinos. A esto China respondió con sus propios aranceles del 15 por ciento al carbón y gas natural licuado de Estados Unidos y 10 por ciento al petróleo crudo, maquinaria agrícola, automóviles de gran cilindrada y camionetas pickup.
A principios de abril Trump elevó los aranceles a todos los productos chinos hasta un 20 por ciento y China respondió con un 34 por ciento a todos los productos de Estados Unidos. El 8 de abril Trump impuso un gravamen adicional a China del 84 por ciento, con lo cual el total de los aranceles se elevó al 104 por ciento. China elevó en reprimenda los suyos al 84 por ciento y Trump volvió a elevar los de China al 145 por ciento. Finalmente, China elevó sus aranceles a todas las importaciones estadounidenses a un 125 por ciento, cifras que permanecen hasta hoy.
Para nadie es secreto que esta agresiva política de Trump está a tono con su concepción en materia de negocios. Presionar para obtener los tratos más ventajosos para su país, aún cuando sean en franco detrimento de terceros. Y esto es precisamente lo que no pocos países han estado dispuestos a darle, con tal de no perder su acceso al mercado norteamericano. Sin embargo, China ha sido diferente. No solo no ha cedido, sino que ha elevado las apuestas a la par del hegemón, en una clara demostración de fuerza y autoconfianza.
Recientemente, en una sesión de preguntas y respuestas con periodistas en el despacho oval, según CNN Trump declaró: “145 por ciento es muy alto y no será tan alto. No será ni de cerca tan alto. Bajará sustancialmente. Pero no será cero”. Esta respuesta fue en reacción a las declaraciones del secretario del Tesoro, Scott Bessent, afirmando que los altos aranceles entre ambos países han bloqueado completamente el intercambio comercial. Estas declaraciones, sumadas al impacto real de la guerra comercial en las economías de ambos países, hacen suponer a numerosos expertos que es probable que pronto veamos una desescalada en las sanciones.
Sin embargo, más allá de cuál sea el desenlace de esta situación, lo ocurrido hasta ahora nos deja un grupo de enseñanzas útiles para entender un mundo que está cambiando a toda velocidad frente a nuestros ojos.
La primera es que, a pesar de sus bravuconadas, amenazas y poder militar, ya Estados Unidos no tiene el poderío necesario para doblegar a una superpotencia como China. No solo ha sido desplazado en poco más de dos décadas como principal socio comercial de la mayor parte del mundo, sino que su balanza comercial con el gigante asiático es totalmente deficitaria.
En 2024 las exportaciones Chinas a Estados Unidos ascendieron a 440 mil millones de dólares, frente a los 145 mil millones de dólares que el Tío Sam exportó al gigante asiático. El déficit comercial entre ambos países es de unos 295 mil millones de dólares, equivalente a alrededor del uno por ciento de la economía estadounidense.
Y estos números corresponden solamente a productos importados directamente de China. Muchos otros productos de este país entran a la economía norteamericana a través de terceros países, burlando algunas de las restricciones impuestas por los gobiernos norteamericanos en los últimos años. Es el caso, por ejemplo, según refiere la BBC, de los paneles solares. En 2023 el Departamento de Comercio presentó pruebas de que los fabricantes chinos habían traslado su producción a Malasia, Tailandia, Camboya y Vietnam, exportando desde esos países para evadir los aranceles.
China tiene una capacidad productiva real muy superior a la instalada en Estados Unidos, con una fuerza de trabajo con índices de educación y especialización superiores, fábricas y técnicas de producción optimizadas, lo cual le permite ser un productor excepcionalmente competitivo en casi todos los sectores de la economía mundial. La prueba de ello es la dependencia estratégica que tienen muchas empresas norteamericanas de la producción china y la ineficiencia en materia productiva de sus fábricas homólogas en territorio norteamericano en comparación con las que tienen en China.
Incluso en aquellos sectores donde Estados Unidos aún conserva una ventaja relativa, como la producción de semiconductores de alto rendimiento, no es absurdo suponer que en un corto plazo los chinos puedan alcanzar y superar a la producción occidental. Tal y como ya hicieron en el pasado con sectores tan diversos como las comunicaciones, la industria naviera, la aeronáutica, etc.
Lo segundo es cómo China ha desmontado el fetichismo mercantil de muchas grandes marcas occidentales, mediante el proceso de sincerar el lugar donde se producen y sus costos reales. Han quedado al desnudo los especulativos montos pagados por objetos de lujo supuestamente expresión de lo mejor de la producción artesanal e industrial de occidente.
También han demostrado el grado de perfeccionamiento de la producción industrial del país asiático, durante muchas décadas presentado a la conciencia de occidente como una maquila de trabajo barato.
Otra enseñanza valiosa que podemos extraer es el desmontaje de la mitología en torno a los núcleos de poder del capitalismo norteamericano y su capacidad hegemónica. Desde la muerte del sistema creado por los acuerdos de Breton Woods a principio de la década del 70 del siglo pasado, el capital financiero norteamericano ha ido acumulando un extraordinario poderío.
Este radicaba, principalmente, en la confianza en el dólar como moneda de reserva internacional y en los flujos de ahorros en dólares que venían desde todas partes del mundo a invertirse en Wall Street. Sobre esta confianza se inició el proceso de tercerización productiva del neoliberalismo.
Se llevaron las fábricas fuera de los países centrales del capitalismo y se recolocaron en países de la periferia económica, donde se tuviera un mejor acceso a mano de obra y materias primas baratas, así como bajos estándares medioambientales y pobres regulaciones laborales. Fue precisamente este proceso el que determinó la firme posición de Estados Unidos como potencia financiera y el ascenso de China como potencia industrial y luego financiera.
Sin embargo la crisis del 2008 y las acciones norteamericanas desde entonces hasta el presente no solo han debilitado críticamente la confianza en el dólar, sino que han evidenciado la debilidad de una economía como la estadounidense, cuyo sector productivo se ha contraído significativamente y es muchísimo menos competitivo que el de otros países, comenzando por China.
Los intentos de retornar las fábricas al país, desde la anterior administración de Trump, han chocado con unos costes de producción más elevados, carencia de suministradores de productos y piezas claves en el mercado interno y, lo que es aún más grave, insuficiente fuerza de trabajo con la capacitación suficiente. Porque mientras China ha invertido pública y masivamente en la educación, en Estados Unidos esta ha sido tratada como un bien de consumo, estimulando la oferta privada, desinvirtiendo en la pública y llegando incluso el flamante DOGE a cuestionarse la necesidad del Departamento de Educación.
Los aranceles de Trump sirven para incentivar esa desconfianza en el dólar y en la economía norteamericana. Las ingentes cantidades de dinero que se han distribuido gratuitamente a la banca desde 2008 solo tienen sentido si vuelven nuevamente en forma de inversiones que alimenten la burbuja de Wall Street.
Y aunque las bolsas comienzan a recuperarse de su susto inicial, esto es más muestra de su extraordinaria capacidad de especular en todos los escenarios, que de una recuperación y crecimiento de la economía estadounidense por las medidas de Trump.
Y aunque China ha resentido y sin dudas resentirá las consecuencias del proceso en curso, ha reafirmado una última lección fundamental, que no por sabida deja de ser útil: estamos asistiendo al fin del mundo que configuró la hegemonía norteamericana.
La solución no es sustituir un hegemón por otro, sino impulsar, en estos clarooscuros de una época en transición, la necesaria construcción de un mundo postcapitalista, ese mismo que está en la base del Partido Comunista Chino, aunque algunos en el bregar cotidiano, puedan haber perdido de vista ese horizonte.