Colombia: ¿Realismo mágico o política exterior?
Colombia vio nacer a uno de los grandes exponentes de la literatura latinoamericana, Gabriel García Márquez, quien, con un peculiar estilo narrativo, nombrado realismo mágico, nos mostró zonas de la realidad material y subjetiva de todo un continente.
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Colombia: ¿Realismo mágico o política exterior?
Hoy Colombia, en cuyos círculos de poder a veces se olvida al gran escritor, está haciendo gala de una extraordinaria forma de encaminar su política exterior, como si el actual gobierno intentara emular con el premio Nobel de Literatura para dejar lista la materia prima de una futura novela donde la magia sea la única fuente para explicar la realidad.
En apenas un año de gobierno, el presidente Iván Duque y su equipo han dado muestras de un talento singular. Pongamos tres ejemplos de los esfuerzos narrativos del mandatario para alcanzar estándares básicos de verosimilitud en su noveleta* gubernamental.
Tras decidir que Colombia lideraría la lucha por la libertad en la región, el presidente se inventó una invasión de alimentos a Venezuela amenizada por un concierto. Con nostalgia de guerra fría, comparó el momento con la caída del muro de Berlín. Pero nada se cayó esta vez.
Antes, recibió a un político venezolano autodenominado presidente, nombrado Juan Guaidó, de rostro desencajado y pobre oratoria, que llegó a suelo colombiano con la ayuda de reconocidos asesinos, narcotraficantes y paramilitares.
Tras evidenciarse con imágenes el vínculo de Guaidó con criminales, enseguida Duque lanzó otras palabras presidenciales para la posteridad: “Guaidó es un titán, es un héroe”.
Nunca se supo si lo dijo porque Guaidó facilitó el arresto de los paramilitares aludidos, o porque sobrevivió entre ellos.
Tras semejante capítulo, comenzó a narrarse otro más increíble. Tras años de ayuda de Cuba a conseguir la paz en Colombia, siendo, por solicitud de las partes, país garante y sede de diálogos entre el gobierno y las guerrillas de FARC y ELN, el presidente Duque, en un arrebato de extremo nacionalismo y con la mirada puesta en las encuestas, decidió exigirle a La Habana la devolución inmediata de los delegados del ELN para enjuiciarlos por el atentado que esta organización se atribuyó y que causó 22 víctimas en una escuela de cadetes.
La estatura moral del gobierno colombiano impidió, dijeron, aceptar los Protocolos de Fin de Negociación que se pactan en cualquier mesa de diálogo de paz, y que en este caso suscribieron el anterior gobierno y el ELN junto a los garantes.
Duque y sus voceros reiteraron que ese Protocolo había sido firmado por el gobierno anterior de Juan Manuel Santos, por lo que no era de obligatorio cumplimiento. Sin embargo, le exigen a Cuba que viole su condición de garante y el derecho internacional y que cumpla con un acuerdo de extradición firmado entre los gobiernos de ambos países en 1932.
Como si no bastara esta trama de incongruencias, llegó el capítulo que podría coronar esta historia, aunque al presidente Duque le quedan más de dos años para hacer de las suyas.
Una senadora colombiana fue apresada y condenada por corrupción. Tan notorio fue el crimen que fue imposible no apresarla. Pero tanta información y amigos tiene la condenada que logró escapar por una ventana de una consulta odontológica y salir, como en las películas del oeste, sobre una motocicleta distribuidora de comida rápida.
Cuando la senadora y su televisada fuga ya no fueron noticia en Colombia, ya que no era necesario remover la herida abierta al decoro institucional, se conoció por fuentes institucionales venezolanas que la fugitiva había sido capturada en Venezuela. Lo que no pudo hacer la experimentada institucionalidad militar y de justicia colombiana, lo hizo el atacado gobierno de Maduro.
Como el gobierno de Duque reconoce a Guaidó como presidente y desconoce al obrero presidente Nicolás Maduro, la solicitud de extradición se acaba de formular al despacho etéreo, mágico, del autoproclamado Guaidó. Así lo confirmó la mismísima canciller, Claudia Blum desde Bogotá.
Esta hilarante postura desprestigia totalmente la diplomacia colombiana, incluso la deja mucho más nauseabunda de la del agravio a Cuba. Ni siquiera el prurito de mantenerse firme en una decisión estólida - desconocer a Maduro- argumenta tal decisión.
Lo que sí explica tamaña estulticia diplomática es que a más de un político colombiano le conviene que la senadora fugitiva Aida Merlano esté bien lejos de Bogotá.
Hoy, en la tierra que vio nacer a Gabriel García Márquez, muchos se preguntan si el Palacio de San Carlos es una Cancillería o un centro promotor del realismo mágico.
* es una narración de menor extensión que la de una novela y menos desarrollo de la trama y personajes,