La tierra de los olivos rebeldes
Desde el Dakbe hasta el aroma a café en Gaza, la identidad del Medio Oriente es milenaria y renace en su cultura.
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La identidad se teje entre los olivos del Mediterráneo
No debería empezar por el olivo. Pero acaso, su tronco partido en la colina de Nablus, con las raíces aún húmedas, se me antoja como una imagen esperanzadora.
El olivo bajo las bombas, el corazón del olivo respirando mientras le disparan, las raíces impecablemente vivas, resistiendo.
No debería empezar por el olivo y, sin embargo, acabo de hacerlo. La cultura del Mediterráneo Oriental se prepara para nacer en forma de crónicas: ¿cómo contar los pasos del Dakbe palestino, el sonido del oud en las bodas, el olor del café con cardamomo al ser servido?
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Danza del Dabke de Palestina. Foto: Redes sociales.
Cuando mi abuelo me contaba historias de niña, recuerdo que, frecuentemente, hablaba de los sirios que llegaron a La Habana: sembraban jazmines en sus patios, hablaban árabe en casa y mantenían la tradición de tomar té de zhourat.
La tierra viaja con su gente de mil maneras: cuando alguien teje bordados, cuando come maamoul durante el Eid, cuando aprende caligrafía islámica, mientras admira una cúpula contemporánea con raíces árabes, mientras camina por las calles antiguas de El Cairo o Damasco, mientras escucha el maqams, resiste bajo los escombros como el tronco del olivo, y sigue viviendo. Las culturas, como los olivos, siguen naciendo entre los dolores de la tierra y se alzan de la sangre de las heridas.
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Calle Al-Muizz. Foto: Wikimedia Commons.
No debería empezar por el olivo, pero ya lo hice. Ahora leeré en voz alta los versos de Mahmoud Darwish y las canciones de Fairuz. Y luego contaré las historias de la pintora Heba Ghazi Ibrahim Zagout, del novelista Omar Faris Abu Shaweesh, de la fotógrafa Fatma Hassona, de la dramaturga Inas al Saqa. Daré testimonio de las voces que sonaron más alto que el tambor de las bombas, de los que estuvieron y ahora no volverán.
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Heba Ghazi Ibrahim Zagout y su pequeño murieron en medio de bombardeo en la Franja de Gaza. Foto: Redes sociales.
No faltarán sus risas, sus lágrimas, su desesperación, ni sus sueños, porque ya lo chato, lo simple, lo vago, está en cada minuto y en cada rincón. Pero hay algo más —algo que ellos supieron—, y que no se encuentra así como así. A estas voces hay que escucharlas desde el corazón, donde suenan más alto.
Sus historias no reposan, porque los hijos que están en camino deben, desde las barrigas de sus madres, reconocer el canto del pueblo. Es extraño, lo sé. Pero a partir de este miércoles, sembramos olivos para que los que aún no han nacido nunca, nunca, olviden de dónde vienen.