Pensamiento Crítico. África mía
Como si los gobiernos derrocados fueran respetuosos de la democracia, los golpes de estado en países africanos han sido condenadas por la comunidad internacional a sabiendas de que se trataba del derrocamiento de gobiernos cleptócratas y violadores de los derechos humanos, que tenían como mérito ser funcionales a los intereses económicos de las ex metrópolis europeas que colonizaron ese continente.
El golpe de Estado en Gabón representa un hito más en la tendencia reciente de rechazo al poder de intromisión de las potencias occidentales, en particular de Francia, que avalan a gobernantes corruptos en ciertos países de África a cambio del otorgamiento de concesiones para la explotación desmesurada de sus recursos naturales por parte de empresas de sus países de origen.
En efecto, en los últimos tres años ha habido ocho golpes de Estado en países de África, la mayoría de ellos en países que son ex colonias francesas: en Mali, agosto 2020 y mayo de 2021; en Chad, abril de 2021; en Guinea y Sudán, octubre de 2021; en Burkina Faso, enero de 2022; Níger, julio de 2023 y Gabón, agosto de 2023.
El cóctel de la corrupción y la pobreza es el resorte que está impulsando a los militares a poner la casa en orden, acabar con castas de gobernantes que tienen el poder por lustros y capturar y distribuir mejor la renta de los recursos naturales. Sin embargo, como si los gobiernos derrocados fueran respetuosos de la democracia, estas acciones han sido condenadas por la comunidad internacional a sabiendas de que se trataba del derrocamiento de gobiernos cleptócratas y violadores de los derechos humanos, que tenían como mérito ser funcionales a los intereses económicos de las ex metrópolis europeas que colonizaron ese continente.
Verdaderas castas
En Gabón, un pequeño país de tres millones de habitantes, importante productor de petróleo y manganeso, el Presidente Alí Bongo, su familia y médicos han sido recluidos bajo vigilancia acusados de alta traición, malversación financiera internacional masiva, contrabando de estupefacientes, entre otros delitos. Fiel aliado de Francia durante los 14 años que gobernó el país, había sido electo por tercera vez el domingo pasado en un proceso electoral sin observadores locales ni internacionales, en el que se suspendieron los medios de comunicación internacionales, incluidos los franceses, y se interrumpió el servicio de internet.
Sin sangre en la cara, la comunidad internacional miró al costado y fue cómplice de un simulacro de elección que fue denunciado días después por la junta militar que tomó el poder, presidida por el general Olighi Engema, que lidera un proceso de transición.
El derrocado Presidente –que envía videos pidiendo a la comunidad internacional que hagan ruido por su captura– es hijo de Omar Bongo, quien fuera miembro de la aviación francesa y Presidente del país desde 1967 hasta que falleció en 2009. Este dejó una fortuna inconmensurable en un país donde un alto porcentaje de la población vive debajo de la línea de la pobreza. Con el apoyo de Francia, Bongo estableció un régimen de partido único, proceso similar al que ocurría en varias de las ex colonias francesas. Gabón logró su independencia formal recién en 1960.
El secretario general de la ONU, que no cuestiona a aquellas verdaderas castas gobernantes, dijo estar muy preocupado por la situación y ha hecho un llamado a todos los involucrados al diálogo inclusivo y al respeto de los derechos humanos, mientras que el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, ha dicho que su gobierno está consternado, que son amantes de la democracia y defensores de los ciudadanos y de su gobernabilidad.
El alto representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, ha condenado el golpe, aunque ha señalado que hubo irregularidades en el proceso que llevó a Alí Bongo a su tercera victoria electoral consecutiva. En un acto de lucidez, señaló también que era evidente que la situación en el África subsahariana no está precisamente mejorando y que toda el área, empezando por República Centroafricana, luego Malí, Burkina Faso, ahora Níger y quizás Gabón están en una situación muy difícil.
Cabe señalar que el golpe de Estado en Gabón ocurrió mientras tenía lugar la reunión de ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores de los 27 miembros de la Unión Europea en Toledo, España. Precisamente, Borrell ha iniciado negociaciones para imponer sanciones a la junta militar que perpetró el golpe de Estado en Níger el 26 de julio. Aunque Níger –importante productor y proveedor de uranio y oro para Francia– no ha suspendido sus exportaciones, la tiene más difícil, pues ha expulsado a los embajadores de Francia, Alemania y Estados Unidos de un solo plumazo. Las reivindicaciones son similares a las de Gabón.
Ayuda rusa, inversiones chinas
Las revueltas militares en África en tiempos recientes son sobre todo un golpe a Europa, en particular a Francia. Ensimismado en sus problemas internos y con un proceso electoral en ciernes, para Estados Unidos el tema África deben resolverlo los europeos. No pueden abrir tantos frentes y deberán centrarse en China, hacia donde se dirigirán los misiles de la propaganda electoral.
Europa está devastada. Su incapacidad para desligarse de su conexión cultural y política con Estados Unidos ha llevado al viejo continente a una crisis deflacionaria en un gran número de países. El viejo continente vive las consecuencias directas de la guerra de Estados Unidos y la OTAN con Rusia en el territorio ucraniano. Las sanciones, los embargos y los intentos por aislar a Rusia en el ámbito diplomático han fracasado.
Recordemos la II Cumbre Rusia-África realizada en San Petesburgo el 27 y 28 de julio, donde 49 delegaciones de alto nivel de países africanos, que incluían a 17 Presidentes, concretaron importantes acuerdos. Este segundo encuentro –el primero tuvo lugar cuatro años atrás– se produjo pocos días después de que Rusia se retirara de la Iniciativa de granos del Mar Negro, que permitía la exportación de granos desde Ucrania. La campaña mediática culpó a los rusos del incremento de los precios que tendrían los cereales –como si estos no fueran fijados por las grandes agroexportadoras– así como de la hambruna que pasarían los países pobres al abandonar el acuerdo.
Dos hechos motivaron ese retiro. En primer lugar, que, según la ONU, a través de esa Iniciativa, durante el último año –contabilizado a julio– el 81 por ciento de los granos exportados se dirigieron a países de ingresos medio altos y altos (China, España, Turquía, Italia y Países Bajos), mientras que solo el tres por ciento se canalizó a los países de ingresos bajos.
Tampoco se cumplió con los seis puntos establecidos en dicho acuerdo: 1) el retorno del Banco Rosseljozbank, una de las más importantes entidades bancarias agrícolas, al sistema internacional de pagos interbancarios swift; 2) la eliminación de las restricciones de envío y venta de maquinaria agrícola a Rusia; 3) la abolición de las medidas que impiden a empresas de seguros internacionales cubrir transporte en buques cargueros rusos; 4) el permiso a esos mismos cargueros de anclar en puertos extranjeros; 5) el permiso para que el amoniaco ruso pase a través del ducto que atraviesa Ucrania, ya que es un insumo importante para fabricar fertilizantes; y 6) la eliminación del congelamiento de fondos de empresas rusas que fabrican fertilizantes. Ninguno de ellos ha sido cumplido.
Para intentar salvar el acuerdo, el Presidente Vladimir Putin recibirá mañana a su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan, quien intenta reactivar un pacto que permitía exportar granos ucranianos a través del mar Negro.
En estas circunstancias, en aquella II Cumbre de San Petesburgo los rusos se comprometieron a enviar directamente a África hasta 50 mil toneladas de granos gratuitamente, condonaron la deuda de algunas naciones de ese continente, firmaron acuerdos técnicos-militares, sanitarios, educativos y de otra índole. Cuando una puerta se cierra, otras se abren y Rusia no solo no tuvo colonias en África, sino que la Unión Soviética apoyó la independencia de gran parte de las naciones de ese continente.
Así lo expresó el Presidente interino de Burkina Faso, Ibrahim Traore, gobernante de su país desde el golpe de Estado del 30 de septiembre de 2022, quien señaló también que Rusia es parte de la familia para África. Dijo que era necesario hablar sobre el futuro de nuestros países y se preguntó: «¿Qué pasará mañana en ese nuevo mundo libre por el que luchamos, un mundo sin injerencia en nuestros asuntos internos? Tenemos las mismas perspectivas. Espero que esta cumbre nos brinde la oportunidad de fortalecer los lazos entre nuestras naciones».
Y añadió: “No puedo entender por qué África, con sus enormes recursos minerales, agua y sol, es el continente más pobre y donde abunda el hambre, y por qué tenemos que pedir ayuda. Hacemos estas preguntas, pero no obtenemos ninguna respuesta. Tenemos una oportunidad de construir un nuevo tipo de relaciones… Nosotros, los jefes de los Estados africanos, debemos dejar de comportarnos como marionetas listas para actuar cada vez que los imperialistas mueven los hilos”.
En cuanto a la presencia china en África, el país asiático se ha convertido en el principal socio comercial del continente y las inversiones directas se incrementan con rapidez, especialmente en el sector de recursos naturales e infraestructura, en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Es probable que esa nueva presencia empodere a los gobiernos del continente africano a romper con un modelo de desarrollo neocolonial donde prevalece el doble rasero para medir la democracia y los derechos humanos. Son las ventajas que trae el surgimiento de un mundo multipolar y la experiencia de enfrentar a gobiernos extranjeros que protegen a gobiernos locales corruptos para beneficiarse económicamente.
En cualquier caso, estos golpes de Estado en África demuestran que la democracia al estilo occidental en el Sahel, aquellas áreas africanas a orillas del desierto del Sáhara, no funciona. Una gobernanza global más representativa, como se propone en los BRICS+, podría presentar salidas que permitan a los africanos construir las condiciones para una vida más digna.