En Vietnam tenía 19 años…en Afganistán, también
El bochornoso fiasco de Estados Unidos en Afganistán revela mucho más sobre los EE.UU. que sobre el país centroasiático, como engañosamente pretende la propaganda occidental en un esfuerzo orquestado para minimizar semejante desastre. Aunque el tema está desapareciendo rápidamente de los medios después de que publicaran una avalancha de despachos noticiosos desde el aeropuerto de Kabul, la pura verdad es que EE.UU. y sus aliados occidentales no se recuperarán pronto de semejante revés.
Para empezar, la alianza transatlántica levantada en torno a la OTAN después de la Segunda Guerra Mundial está en ruinas y no se vislumbra su recuperación. Incluso antes de que se haya hecho el reparto de las respectivas responsabilidades en la debacle afgana, EE.UU. ha dejado claro que no contará con sus socios europeos para enfrentar a su ya archienemigo China, con la excepción, por supuesto, del Reino Unido. Solo eso puede explicar el pacto Aukus firmado por Australia, Reino Unido y EE.UU. para enfrentar a China a partir de ahora. El pacto es mucho más que una simple declaración de intenciones, de lo contrario Francia no habría llamado a consultas a sus embajadores en Canberra y Washington para mostrar así su malestar por la exclusión. EE.UU. ha elegido nuevos aliados tan rápido como se ha deshecho de los antiguos.
En un Medio Oriente que nuevamente es solo eso y no el pretendido “Gran Oriente Medio” con el que Washington alguna vez soñó, las cosas también se mueven con rapidez. Después de permitir durante casi dos años el estrangulamiento de la economía libanesa en un movimiento desesperado para lograr tener algo de influencia en Siria y el resto de la región, EE.UU. no ha tenido otra alternativa que respaldar el acuerdo para compartir gas y electricidad suscrito por Egipto, Jordania, Siria y Líbano. Semejante demostración de autodeterminación energética se produjo al mismo tiempo que Hizbullah también rompía el bloqueo petrolero sobre el Líbano a través del puerto sirio de Banyas. Sin duda, esas dos audaces iniciativas, más la reanudación de los vuelos regulares entre Jordania y Siria, beneficiarán a la economía de Bilad al Sham. También aliviarán el sufrimiento humano provocado por las sanciones unilaterales contempladas en la “Ley César” de EE.UU. y la “Decisión del Consejo de la UE contra Siria”, ambas diseñadas para castigar al pueblo sirio por su firmeza y resistencia frente a la prolongada agresión a la nación siria.
El discurso suave -si no lisa y llanamente flojo- de Joe Biden en la Asamblea General de la ONU es otro signo de este nuevo EE.UU. inseguro, un país cuyo ser más profundo está sufriendo después de la espantada de Afganistán. El trauma podría durar más incluso que el experimentado después de la igualmente vergonzante retirada de Vietnam hace medio siglo. La pregunta entonces es si EE.UU. será capaz de sanar esa herida psicológica con algo más de madurez de la que demostró después de salir huyendo de Saigón.
Cientos de libros, películas, canciones y otras obras introspectivas para intentar comprender el fracaso de Vietnam no han sido suficientes para ayudar al país a aceptar sus verdaderas tendencias históricas, moldeadas por la geografía y sobre todo por la voluntad de su pueblo. Con demasiada frecuencia, ese mandato popular ha sido ignorado por los representantes de una democracia habitualmente sobrevalorada en discursos grandilocuentes.
El pueblo estadounidense siempre ha sido aislacionista. La mera idea de Estados Unidos es aislacionista, tal y como subraya el profesor Charles A. Kupchan en su libro Isolationism: A History of America's Efforts to Shield Itself from the World. La semilla del aislacionismo fue sembrada por los primeros peregrinos/colonos que llegaron a lo que ellos mismos bautizaron como Nueva Inglaterra y Nueva Amsterdam. Su influencia aún persiste en la psique profunda del pueblo estadounidense. El aislacionismo también fue un valor positivo para los padres fundadores de la nueva república nacida después de la Independencia. Ellos establecieron la regla de que mantenerse al margen de los problemas de ultramar era la mejor manera de construir el nuevo estado y garantizar su libertad.
Hasta la primera y la segunda guerras mundiales, EE.UU. se mantuvo apegado a ese principio. Es cierto que con una segunda interpretación no tan bien intencionada de la Doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos”), desde 1898 en adelante EE.UU. ejerció una gran influencia en las Américas. Sin embargo, el dominio estadounidense del Hemisferio Occidental siempre ha estado lejos del imperialismo canónico y lo que ello significa.
Promover golpes de estado, favorecer la elección de presidentes de su gusto, presionar económicamente, dominar la OEA y otras instituciones o usar de manera totalitaria el nombre de América para designar lo que en realidad es solo un país más del continente, no es exactamente imperialismo. Por supuesto, todas aquellas pueden ser consideradas acciones ilegales, inmorales, groseras, descaradas o contraproducentes pero aún están lejos del gobierno directo por parte de la metrópoli o de sus virreyes, siempre apoyados por ejércitos de ocupación permanente, como hicieron los imperios europeos o el turco. A través de su comportamiento actual, algunos de los estados modernos que sucedieron a esos imperios demuestran su incapacidad para superar su pasado imperial.
Estados Unidos participó a regañadientes pero con éxito en ambas guerras mundiales. No tuvo otra opción ya que fue provocado o directamente atacado, como en Pearl Harbor en 1941. De la Primera Guerra Mundial emergió como una gran potencia, mientras que al término de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una de las dos superpotencias mundiales. Después de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, EE.UU. disfrutó durante dos largas décadas de la condición de potencia hegemónica global única. Sin embargo, eso empezó a cambiar cuando Rusia recuperó su estatus tradicional y China dejó claro que es mucho más que la fábrica del mundo. Demasiados cambios en un plazo excesivamente breve en las relaciones de EE.UU. con el resto del mundo.
Tal cambio de estatus ha sido difícil de digerir para un estado-nación que apenas tiene 245 años. Una pesada carga y una responsabilidad insoportable para un pueblo que desde su nacimiento quiere mantenerse alejado de los problemas del resto del mundo. Todo eso mientras Europa subcontrataba su propia seguridad a los EE.UU. y atribuía descaradamente toda la responsabilidad de sus operaciones en interés mutuo en el resto del mundo a su patrón de conveniencia, en realidad, su sirviente estadounidense. Sin duda, semejante desequilibrio en una relación transatlántica tan cínica como desleal explican parte del desorden mundial, aunque no todo.
La desconexión entre los profundos deseos del pueblo estadounidense y los intereses del complejo militar-industrial y de sus políticos a sueldo también explica Vietnam, Panamá, Somalia, Iraq, Afganistán y otros hitos de la larga lista de fracasos estadounidenses. Esas operaciones han dejado cientos de miles de víctimas, inestabilidad regional y una herida abierta en el alma profunda de los EE.UU.
Hay una canción de Paul Hardcastle sobre el trauma de Vietnam cuyo estribillo dice: “en la Segunda Guerra Mundial la edad promedio del soldado estadounidense era de veintiséis años, en Vietnam, de diecinueve”. No solo el combatiente era más joven y, por lo tanto, más inmaduro. La sociedad estadounidense en su conjunto y sus instituciones no estaban preparadas para librar una guerra por elección que la arraigada mentalidad aislacionista de EE.UU. simplemente era incapaz de comprender. Casi cinco décadas después, a la hora de lidiar con Afganistán, EE.UU. demuestra que sigue siendo un adolescente confundido e inmaduro.
Quizás ha llegado el momento de ayudar al pueblo estadounidense a liberarse de las desastrosas aventuras a las que lo han arrastrado sus políticos narcisistas. Ahora bien, si obstinadamente quieren seguir adelante con su proyecto mesiánico de “transformación de naciones y reconstrucción de estados”, que el resto del mundo ha estado presenciado y padecido, tienen territorio más que suficiente para hacerlo. Como dice la canción patriótica-folclórica estadounidense “Esta es tu tierra”, ese territorio se extiende “De California a la isla de Nueva York. Desde los bosques de secuoyas en el Norte hasta las corrientes de agua del Golfo de Florida”. Pero hasta ahí nomás. Punto.