Putin en Ucrania… un nuevo mundo se erige sobre los escombros de la filosofía de Fukuyama
El “Fin de la historia” de Fukuyama y el “Choque de civilizaciones” de Huntington formaron el marco intelectual del proyecto de los neoconservadores después del año 2001.
Los efectos del reciente discurso del presidente ruso, Vladimir Putin, en el que reconoce la independencia de Donetsk y Lugansk del Estado ucraniano, no puede limitarse al mecanismo del ingreso de estos países a la esfera de las relaciones internacionales, ni catalogarse como una de las respuestas al comportamiento del estado ucraniano en sus relaciones con su vecino ruso; el presidente ruso está seguro de que este reconocimiento no ofrecerá a estos dos países ninguna ventaja en sus relaciones exteriores, además de que el proceso de secesión no fue un hecho reciente, para que lo asociemos con el debilitamiento de la postura ucraniana.
En consecuencia, el análisis de los elementos sobre los que se basa este discurso confirma que está dirigido a la conciencia colectiva en Rusia y su vecindario, además del mundo occidental y del mundo entero, en el marco de establecer una nueva fase de las relaciones internacionales regidas por un cierto equilibrio entre oriente y occidente.
Remontándonos a finales de la década de los ochenta y principios de la década de los noventa del siglo pasado, se puede decir que el colapso de la Unión Soviética no fue un evento normal ni esperado, ya que los líderes en Estados Unidos quedaron estupefactos por la velocidad del desarrollo de los acontecimientos que condujeron al colapso de la estructura de un mundo bipolar a través de la desaparición de la Unión Soviética del mapa del mundo.
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Y si los hechos que precedieron al derrumbe llevaron al presidente soviético Mijaíl Gorbachov a afirmar que lo sucedido se enmarca en la categoría de una conspiración liderada por Boris Yeltsin y algunos exlíderes de la perestroika; pero no hubo indicios de que la elite rusa intentara de explicar lo ocurrido, al menos en lo teórico.
En contraste con este silencio, que podría calificarse como un acto de rendición, los centros de investigación y estudios estadounidenses y europeos han colmado la conciencia humana con no pocas teorías e hipótesis que afirman, que no hay posibilidad de producir una teoría paralela viable, a la luz de la hegemonía del liberalismo sobre el sistema internacional.
El “Fin de la historia” de Fukuyama y el “Choque de civilizaciones” de Huntington, formaron el marco intelectual del proyecto de los neoconservadores después del año 2001, y aunque Estados Unidos ha tenido un numero de presidentes no pertenecientes a la corriente neoconservadora, como Barack Obama, Donald Trump o el actual presidente Joseph (Joe) Biden, pero la filosofía que rige la política interior y exterior de Estados Unidos no se aparta del marco fijado por algunos centros de investigación, como el “American Enterprise”, el “Hudson Institute” o la “Heritage Foundation”.
Esta doctrina percibía que Estados Unidos, con su fuerza y estatura intelectual y filosófica, es capaz de hacer frente a los países que representan una amenaza para el supuesto proyecto de hegemonía, de una manera basada en la amenaza y la posibilidad de derrocar sus regímenes, una conducta que se tradujo en la generalización de la política de embargo e imposición de sanciones, hasta la posibilidad de invasión militar, sin consideración alguna por el sistema de seguridad colectiva internacional representado por las Naciones Unidas.
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Durante más de 20 años, Estados Unidos ha logrado preservar su legado y ha podido fortalecer su proyecto de hegemonía global, al combinar un marco ideológico atractivo y un conjunto de herramientas de poder efectivas, como lo son, la Organización del Tratado del Atlántico Norte y las bases militares estadounidenses desplegadas en el este de Europa y el centro de Asia, además de explotar a la Unión Europea al integrarla al sistema de defensa estadounidense y no permitirle, debido a las distinguidas relaciones entre esta y los países de Europa del Este, lograr su independencia en el ámbito de la seguridad.
En momentos en el que la Unión Europea ha reconocido que no es posible crear una especie de independencia, excepto bajo el techo del consentimiento estadounidense; el estado ruso, que se extiende al este de Europa con un área que casi duplica el tamaño de la Unión, todavía está aferrado a las raíces de su pasado zarista y al legado de la Unión Soviética, el estado ruso moderno trazó desde el año 2008 un marco para sus relaciones internacionales, basado en la necesidad de deshacerse de los efectos del período de decadencia encarnado por Boris Yeltsin que duro más de 8 años desde 1991, y sustentado en una visión “putinista” asentada en el nacionalismo, el rescate del sitial de la Iglesia Ortodoxa, y el restablecimiento de un espacio vital adecuado para lo que el pueblo ruso considera sea compatible con sus fuerzas y capacidades.
Basado en ello, el contexto que ha regido las políticas rusas en su vecindario más cercano fue la negativa a someterse a los dictados impuestos por Estados Unidos a través de la ampliación de la OTAN, y los pactos que pretendía imponer al Estado ruso a cambio de la normalización de sus relaciones con la Unión Europea, ya que la reacción de Rusia a los intentos de Georgia, y luego de Ucrania, de participar en el proyecto de la OTAN que busca tener presencia en las fronteras de Rusia, no fue diferente a la visión que tiene en relación con el Nord Stream Line y la necesidad de liberarse de la extorsión practicada por Ucrania y respaldada por la parte estadounidense.
Si es acertado decir que la respuesta rusa a las provocaciones ucranianas fue similar a la posición rusa sobre Georgia en 2008, la diferencia entre ambas se pudo observar en el último discurso del presidente ruso, la referencia aquí es al discurso que precedió a la operación militar en el este de Ucrania, en el que agregó a estas constantes los fundamentos que se supone se fijan en la mente colectiva rusa, una ideología necesaria para el nuevo proyecto de Rusia; el presidente ruso había anunciado en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007, que el unilateralismo estadounidense ya no era posible y que los mecanismos que occidente intenta imponer, en contradicción con el mecanismo de acción de la ONU, amenazarán la paz y la seguridad mundial, además advirtió de los peligros de la expansión de la OTAN hacia el este.
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En cuanto a las características de este proyecto, se puede observar fácilmente la inclinación del presidente ruso por el nacionalismo ruso que precedió al globalismo adoptado por la Unión Soviética, pues considera que la etapa actual sólo puede gestionarse a través de una unidad nacional que considera necesaria y vital para enfrentar el liberalismo del orden mundial actual, además de su retorno a los orígenes religiosos de la Iglesia Ortodoxa que forma parte de la estructura nacionalista de la sociedad rusa tradicional.
En cuanto al vecindario, el principal objetivo de Putin gira en torno a la edificación de una Eurasia y de un espacio euroasiático que se adapte a las peculiaridades de la ubicación rusa en la intersección de los continentes, el asiático y el europeo, y que sea capaz de garantizar que Rusia sea la contraparte del unilateralismo estadounidense.
Además de los países vecinos de Rusia, este discurso ha sido un mensaje para los aliados de Rusia en China, la República Islámica y el resto de los países, de que ha llegado el momento de pasar a la etapa de la confrontación directa con la civilización occidental, que ha arrojado su peso sobre las relaciones internacionales desde el colapso de la Unión Soviética.
En cuanto a Estados Unidos y las potencias europeas, las recientes acciones de Putin han demostrado la inutilidad de este sistema frente a los desafíos que se le imponen a su unilateralismo decadente; la única respuesta occidental al ataque ruso a Ucrania no fue más allá los límites de las sanciones económicas contra algunas entidades y personalidades rusas, sin mostrar ninguna voluntad de participar con Ucrania para enfrentar el ataque ruso.
De esta manera, y valorando los datos disponibles sobre la acción rusa, y la reacción occidental con sus vertientes la estadounidense y la europea y su herramienta atlántica, se puede decir que el modelo occidental que ha controlado en solitario las relaciones internacionales desde 1990, y que ha sido capaz de implantar en la conciencia colectiva global el concepto del fin de la historia, proponiendo que es imposible el surgimiento de un nuevo sistema de valores capaz de confrontar el sistema de las ideas democráticas liberales, que, según Estados Unidos y los países de Europa occidental, constituye la etapa final del desarrollo ideológico; esto ha sido rechazado de manera insistente por el presidente ruso, Vladimir Putin, al refutar el ilusorio consenso en torno al mismo, afirmando que es posible encontrar una alternativa teórica válida que sea capaz de lograr mejores resultados en el plano de la multipolaridad y la seguridad colectiva.