Latinoamérica: ¿Sentina o crisol?
El autor reflexiona sobre la importancia que para el futuro de América Latina tiene la integración y analiza las dificultades que enfrenta ese anhelo.
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Latinoamérica: ¿Sentina o crisol?
El mundo está en medio de una grave crisis multidimensional. Mucho se ha escrito sobre ello. La progresiva reconfiguración de la correlación de fuerzas globales y regionales, sujetas a intereses geopolíticos y económicos, junto a la puja entre las alternativas y los que defienden el orden actual vigente, acentúan las incertidumbres alrededor del fin de la unipolaridad.
El nacimiento del nuevo momento, como cualquier parto, viene acompañado de dolores. Las guerras de Ucrania y Gaza, las convulsiones en África, el deterioro progresivo de la Amazonía o el deshielo antártico, son solo algunos ejemplos de esas contracciones que ratifican la insostenibilidad del mundo dibujado tras la Segunda Guerra Mundial, retocado por los vencedores de la Guerra Fría.
Las condiciones objetivas imprescindibles para los cambios hacia una mayor justicia y la impostergable preservación de la vida en el planeta son evidentes, pero aún rema contra la corriente el grado de conciencia necesario en los sujetos del cambio.
El espacio simbólico e ideológico sigue en una recia disputa impactada por el poder que conservan las empresas mediáticas que, junto a los “pilares educativos” del sistema, garantizan la reproducción de las ideas dominantes y la asfixia cultural. Nuestra América no está ajena a esa realidad.
La transformación política iniciada por la Venezuela chavista a finales del siglo XX, gracias a la resistencia política –y cultural- de la Revolución cubana, abrió una época de cambios con éxitos palpables, pero preñada de obstáculos.
Su impacto dejó un vector positivo hasta hoy, policromático, pero con esencias comunes, que hay que preservar y proyectar, pues en Latinoamérica podría estar el fiel de la balanza que ayude a equilibrar el mundo.
En esta disputa hemisférica con repercusiones globales (China, Rusia, Europa e India son también jugadores en la región) no ha faltado la reacción, la contraofensiva ni el zarpazo retardatario con factura estadounidense, aderezado por la subordinación de una parte considerable de la oligarquía regional y las divisiones al interior de las fuerzas alternativas, cuyos quiebres y distancias siguen siendo elocuentes lecciones desoídas.
El fascismo late y avanza en Europa contra Rusia. Desde Asia, China se consolida, construye una cohabitación táctica con la India, y amplía sus rutas y franjas. África se resiente e intenta sacudirse del neocolonialismo; mientras que Estados Unidos está decidido a impedir, por todos los medios, que la multipolaridad en ciernes emerja. Luego, ¿qué hará Latinoamérica?
El andamiaje institucional, económico, financiero, militar y cultural construido por Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX para garantizar su dominio sobre el hemisferio, sigue vivo, aunque tiene límites y comienza a corroerse. Recordemos la derrota del proyecto imperialista del ALCA, o la creación de la Celac, de Unasur y el ALBA, avances que en su momento expresaron una voluntad por construir un consenso regional.
En aquel entonces, fueron determinantes los liderazgos de Hugo Chávez, Fidel Castro, Néstor Kirchner, Lula da Silva, y Evo Morales quienes rescataron en el discurso y en los hechos el viejo anhelo, aunque no garantizaron la irreversibilidad del proceso.
La contraofensiva derechista en la segunda década del siglo XXI derrotó experiencias, contrajo el vector integracionista y volcó todo su andamiaje contra Venezuela con el fin de destruir el pilar fundamental que sostenía entonces la bandera latinoamericanista.
Paralelamente, se produjo una progresiva diversificación, sin correlato político y de manera individual, de los vínculos comerciales de importantes países de la zona con actores emergentes extra regionales, sin que eso tuviera impacto directo en la integración, aunque a la postre permitió una singular interacción que colisiona inevitablemente con los intereses estadounidenses.
Frente a todo lo anterior, resulta impostergable construir un esquema integracionista que, en medio de la diversidad ideológica de la región, garantice una mínima articulación política y económica que permita lidiar con los desafíos que imponen los efectos de la crisis multidimensional y el advenimiento de la multipolaridad.
Realidades y liderazgos
La pandemia de la covid y la respuesta de la región a sus estragos sociales y efectos económicos, fue una prueba de fuego que evidenció lo mucho que falta por hacer. Las distintas respuestas y las diversas maneras de cooperar, donde hubo, reflejaron cómo las orientaciones ideológicas y los intereses nacionales, inciden aún en las formas de encarar la integración.
Otro tanto pasa con temas como la emigración, la seguridad, el narcotráfico y el enfrentamiento al cambio climático, áreas en los que hay avances, pero no marcan una tendencia sostenida.
Un factor determinante ha sido el posicionamiento de varios gobiernos de derechas que, como puntas de lanzas, se parapetan en una retórica de guerra fría para justificar sus posturas, siempre en consonancia con la agenda desestabilizadora estadounidense, dirigida, además, a preservar el enjambre de mecanismos de dominación que le han permitido mantener su declinante hegemonía.
Sin embargo, como dijimos antes, el vector integracionista sigue en positivo y existen nuevos liderazgos –otros de regreso como Lula- que, al margen de sus propias limitaciones nacionales, constituyen una oportunidad para la región.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), Gustavo Petro y nuevamente Lula da Silva, tienen sobre sus hombros la posibilidad de impulsar una mínima integración que facilite el diálogo intrarregional y en consecuencia un consenso de cara a los desafíos globales.
La tarea es inmensa. Lula y Petro le han visto el rostro al fascismo criollo. La cárcel para uno; y para el otro la amenaza constante en medio de una guerra que intenta cerrar, muestran con claridad las complejidades que enfrentan en sus respectivos países.
Para el colombiano, la paz, la defensa de la vida en el planeta y la transformación de la matriz energética actual hacen parte sustancial de su programa de gobierno y de sus proyecciones internacionales. Sobre la integración, ha dicho que es hora de los hechos y no de las palabras.
El brasileño, por su parte, ayudaría si pone el peso global de Brasil en función de derribar los obstáculos que retrasan la integración. Una mirada al Mercosur podría desalentar a cualquiera, por lo que se requiere, además de voluntad, sagacidad para lograr pasos firmes en distintos ámbitos. El desarrollo de las energías limpias y la defensa de la Amazonía son dos puntos de partida.
En el caso de México, su interconexión económica con Estados Unidos ha mantenido distante al país de sus vecinos del sur. A pesar de ello, AMLO considera ese hecho como una fortaleza a la hora de dialogar. Su mandato concluye en el 2024 y estaría por ver hasta donde su probable sucesora mantiene y consolida el influjo integracionista y bolivariano que le imprimió el líder de izquierda a su política exterior.
En el caso de Venezuela, la Revolución chavista generó en la región una dinámica integradora sin precedentes. Proyectos sociales, colaboración energética y articulación política en diversos niveles alimentaron con hechos el ideal de unidad latinoamericana y caribeña.
El avance integracionista que lideró Chávez constituyó un serio peligro estratégico para Washington. Los sucesivos gobiernos estadounidenses desplegaron contra ese proyecto toda su batería de acciones desestabilizadoras que impactaron negativamente en el escenario interno del país y en su proyección internacional, al punto que la narrativa impuesta contra el actual gobierno venezolano se ha convertido en el recurso predilecto de los subordinados de Washington y de alguna que otra “izquierda” despistada para justificar posturas.
También Nicaragua y Cuba han sido objeto de una ofensiva injerencista, que pretende aislar a ambos países. AMLO y Lula son del criterio de que la región no puede regresar a las exclusiones artificiales e injustas que esconden agendas contrarias al interés supremo de una región que se juega, hoy más que nunca, un lugar de respeto en el escenario global.
Pero el desafío trasciende los liderazgos y los gobiernos, cuyas acciones serían insuficientes si de una vez y por todas las fuerzas del progreso, los partidos de izquierdas y las organizaciones sociales no toman conciencia de la impostergable necesidad de construir la integración y hacerla irreversible.
Nos han construido los odios de hoy, como antes nos construyeron las fronteras. Nos han disfrazado también los peligros. Por dos siglos nos han puesto a luchar entre hermanos. “Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, dijo José Martí, es separarlo de los demás pueblos”.
Con una estela de heridas y deudas expresadas en la vergonzante cifra de más de 200 millones de latinoamericanos hambrientos, y frente a la crisis multidimensional global, no cabe el estrecho interés. Sentina fuimos, afirmó en el siglo XIX José Martí refiriéndose a lo que él llamó Nuestra América, y ya es hora de ser crisol.