La paz estadounidense y el desmantelamiento del Estado en Irak
Las intervenciones estadounidenses destinadas a cambiar regímenes políticos en otras naciones llevadas a cabo después del colapso de la Unión Soviética, en 1991, mostraron diferencias fundamentales con respecto a las ejecutadas entre 1959 y 1990.
Las intervenciones estadounidenses destinadas a cambiar regímenes políticos en otras naciones llevadas a cabo después del colapso de la Unión Soviética, en 1991, mostraron diferencias fundamentales con respecto a las ejecutadas entre 1959 y 1990.
Esas anteriores, destinadas a desactivar las políticas de autodeterminación, eran secretas y se llevaban a cabo de manera encubierta. De ello se encargaban la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y las élites locales colaboradoras en los países donde se pretendía cambiar el régimen.
La única excepción notable durante la Guerra Fría ocurrió en dos guerras en estados divididos: Corea y Vietnam, donde las fracturas internacionales fueron quebrantadas por la conducta "correctiva" de fuerzas nacionales rivales que buscaban reunificar sus estados divididos como una sola nación.
En otros lugares, Estados Unidos intentaba interrumpir aquello a lo que se oponía desde fuera del escenario, confiando en actores locales colaborativos para dar forma a los estados según la visión de la Casa Blanca.
Justificación de la intervención estadounidense
Después de la Guerra Fría, la dinámica de la intervención en Oriente Medio se volvió militarmente explícita, ligada a la venta de armas y la globalización depredadora.
Washington buscó legitimar estas intervenciones a través de las Naciones Unidas, y buscó justificaciones bajo el derecho internacional humanitario o la necesidad de combatir la insurgencia y enfrentar supuestas amenazas terroristas.
Entre las excusas planteadas en 2003 para violar las fronteras y la soberanía de Irak, estaban las acusaciones de poseer armas de destrucción masiva no nucleares, y un programa secreto para desarrollar armas nucleares.
La invasión de Afganistán tras el 11 de septiembre la validaron con el título de ser un refugio seguro para el terrorismo internacional; y apelaron a una necesidad "humanitaria" urgente relacionada con la población cercada en Bengasi para irrumpir en Libia.
Cuando Estados Unidos no logró obtener legitimidad internacional para inmiscuirse, como en el caso de la invasión de Irak (y antes en Kosovo, en 1999), intervino abiertamente con sus aliados, sin sentir la necesidad de hacer nada en secreto, como en la Guerra Fría.
Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU rechazó la solicitud de Estados Unidos para autorizar el uso de la fuerza en Irak, George W. Bush sugirió con enojo que al no aprobar los planes de guerra estadounidenses, la organización se volvería irrelevante.
Lamentablemente, Bush tenía razón en cierto sentido, ya que las guerras y las intervenciones estadounidenses avanzaban en la realidad internacional sin obstáculos significativos.
Esta franqueza en la intervención y la invasión militar permitió la continuidad de las ocupaciones extranjeras. En Irak, fue bajo una supuesta necesidad de completar la "liberación" del país de su pasado dictatorial, lo cual requería asegurarse de que el próximo estado fuera un modelo estable y seguro de democracia constitucional.
Lo único oculto en la ejecución de tales planes de "construcción estatal" eran los diversos aspectos de explotación económica, incluido el ingreso forzoso a la economía neoliberal global.
¡Construcción del Estado!
Este tipo de "construcción estatal" por parte de una potencia extranjera ocupante es solo la mitad de una historia perjudicial.
La otra mitad, que no se ha explicado antes, se revela a través de los detalles de la presencia forzosa estadounidense, con sus políticas con un efecto intencional contrario a lo que se describía como "construcción estatal". De hecho, la ocupación destruyó las perspectivas de un Irak estable, eficiente y próspero, por no hablar de un estado que protegiera la seguridad humana y el orden público.
Las políticas y prácticas seguidas de manera sistemática destruyeron los pilares de la estabilidad gubernamental existentes en Irak antes de 2003. La ocupación purgó a las fuerzas armadas y a la burocracia de su personal altamente capacitado de la era anterior, mientras hacía de la vista gorda ante el saqueo de museos y antigüedades (el farhud), lo cual socavó la identidad cultural y la conciencia nacional.
Este enfoque brindó un amplio espacio político para la afirmación de una variedad de agravios, identidades subnacionales y rivalidades amargas entre facciones religiosas y minorías étnicas.
La verdad es que la "construcción del Estado" en Irak fue una destrucción del Estado. Esta sombría evaluación se manifestó en el acelerado conflicto étnico, las políticas sectarias extremas, el aumento de la delincuencia, la corrupción desmesurada, el caos persistente y la pobreza creciente.
Por estas razones, la construcción estatal se puede concebir mejor como un proceso de desmantelamiento del Estado, una afirmación radical que va mucho más allá de las críticas tradicionales que consideraron ese intento como un esfuerzo fallido, especialmente en Afganistán e Irak.
El argumento escalofriante es que este resultado no fue un fracaso de la política de ocupación, sino un éxito deliberado. Este objetivo puede parecer perverso, pero refleja el pensamiento de las "fuerzas profundas" del Estado estadounidense en Oriente Medio, en paralelo con las creencias y prácticas israelíes, las cuales sostienen que la piedra angular de la seguridad regional (para los intereses de “Israel” y Estados Unidos) no es una cuestión de armas, sino de estados débiles y divididos internamente, ocupados en sus propias contradicciones y conflictos.
Hipocresía geopolítica
En el contexto de las aspiraciones de la minoría kurda, hay detalles importantes que explican cómo la ocupación distorsionó a Irak y cómo Estados Unidos e "Israel" fomentaron tales posturas separatistas, debilitando así el sentido de identidad nacional iraquí, una sensación vital para el éxito de los proyectos de construcción estatal.
La hipocresía geopolítica ha caracterizado el papel estadounidense en Irak desde que el presidente Kennedy promoviera el golpe contra el régimen de Qasim en 1963, y se extendió hasta los esfuerzos de los Bush, padre e hijo, por hacer la guerra contra el Estado iraquí, que en un tiempo fue aliado de Estados Unidos.
La administración de Carter convenció a Irak en 1980, bajo el liderazgo de Saddam Hussein, de atacar a Irán en una guerra feroz que duró ocho años, prolongada por la venta de armas y el apoyo político de Estados Unidos al régimen de Saddam, para evitar su derrota.
Una década después, Saddam Hussein recibió señales ambiguas de la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, sobre la posición estadounidense en relación con un ataque a Kuwait, solo para que Irak fuera condenado por el presidente estadounidense, sus vecinos árabes y la ONU, lo cual abrió la puerta para legitimar el ataque de "conmoción y pavor" de 1991.
Doce años después de sanciones que destruyeron a la población y la vida civil en Irak, Estados Unidos lanzó otra agresión contra su antiguo aliado, quien terminó pagando con su vida.
El libro "La paz estadounidense: La guerra eterna de Estados Unidos contra Irak" ofrece una narrativa compleja que pocos comentaristas y expertos iraquíes han logrado articular.
Proporciona evidencia inquietante de que el bienestar del pueblo iraquí ha sido sacrificado constantemente, como un subproducto reprimido de la búsqueda estadounidense de hegemonía política y económica en el Oriente Medio postcolonial.
La historia de Irak es un modelo de las aventuras imperiales estadounidenses en el siglo XXI en todo el mundo.
La región fue especialmente vulnerable a los planes imperiales, lo que evidencia claramente un comportamiento destructivo hacia los estados y un perjuicio hacia los pueblos por parte de la Casa Blanca. Esto refleja varios factores:
- La geopolítica del petróleo como prioridad estratégica suprema.
- La hegemonía regional de "Israel" como prioridad incondicional de Estados Unidos.
- La reacción ante el radicalismo islámico y su creciente influencia en la región después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Estos factores formaron el enfoque de seguridad estadounidense, al menos hasta la guerra en Ucrania.