Palestina: el regreso, o cuando la alegría vence a la muerte
Marchan, a pesar de todo, y lo comentan entre ellos para darse fuerza, con la alegría de “volver a casa”, aunque esa definición sea solo una expresión de deseo.
Son lo más parecido a una correntada humana que se desplaza nuevamente del sur y centro hacia el norte de Gaza, van por la carretera Al Rachid, pero esta vez es distinta a las anteriores, cuando lo hacían soportando los bombardeos o el fuego de los francotiradores israelíes que “se divertían” haciendo blanco en sus cuerpos enflaquecidos por la hambruna. Ahora, este río que corre por caminos llenos de obstáculos tiene tanta fuerza, que es capaz de perforar cualquier muro de contención. Y además, sus protagonistas están imbuidos de inocultables dosis de optimismo.
Allí van, como cumpliendo un mensaje bíblico, mujeres, hombres, ancianos y ancianas, niños y niñas. Allí están, la mayoría mostrando a las cámaras fotográficas los dos dedos en V de Victoria, caminan con la esperanza de que esta oportunidad sea la definitiva, aunque los más veteranos dudan que el enemigo pronto no vuelva a ensañarse con ellos y ellas, como ocurriera indefectiblemente en los últimos 76 años de ocupación.
Como bien dijera un estudioso de la causa palestina, todo no empezó el 7 de octubre, son décadas de masacres acumuladas, siempre realizadas por el mismo verdugo, pero también son muchos años de resistencia y resiliencia frente al invasor. El 7, sí es un potente paso adelante en la construcción palestina de una ofensiva liberadora, de allí el odio desplegado por los sionistas en el contrataque.
Es en esa historia de muchos años que se explica el bullicio contagios de este retorno, como si quienes fijan su meta en el norte de la Franja representaran al millón y medio que está en la Diáspora. Son auténticos héroes y heroínas, por haber emergido de las entrañas del Holocausto contra su pueblo, llevan en hombros, cabeza y espaldas lo poco que les queda después de tantos bombardeos, que no solo causaron decenas o centenares de miles de asesinados, si no que tiraron abajo sus viviendas una y otra vez. Marchan, a pesar de todo, y lo comentan entre ellos para darse fuerza, con la alegría de “volver a casa”, aunque esa definición sea solo una expresión de deseo. Hay pocas viviendas en pie en todo el territorio gazatí, ya que casi el 90 por ciento fueron impactadas por los explosivos de los drones, las bombas de los aviones, el fuego de los tanques o de los buques israelíes. Pero no importa, “casa” para las señales milenarias de la identidad palestina es, como para cualquier pueblo originario, la tierra y todo lo natural que la rodea.
Paso a paso, esta gigantesca manifestación de sobrevivientes camina como puede, algunos ayudados por muletas que reemplazan la pierna que les falta, otro sostiene pesados bultos con un solo brazo, porque el restante lo tiene inutilizado por quemaduras. Continúan avanzando a toda prisa, tirando de pequeños carros donde ubicaron al abuelo o la abuela que casi no puede moverse. Eluden escombros, evitan los inmensos cráteres que abrieron las bombas sionistas, se cuidan unos a otros, como muestra de esa solidaridad inagotable demostrada en tantas jornadas vividas. A veces, una familia se detiene para atender los reclamos del más pequeño de los dos hijos que le quedan con vida (“el mayor, de 11 años murió junto a su tío tras un bombardeo en Khan Yunis”, dice la madre), y tras el descanso, siguen y siguen. Un niño de escasos cinco años, va con su pequeña gatita entre los brazos, al lado de una anciana que ayudada por un bastón rudimentario trata de no caerse por el peso de una enorme bolsa de ropa que lleva en sus espaldas. Son pocos los que tienen el privilegio de moverse en vehículos a los que cargan con colchones y mantas de ellos mismos o de otros vecinos.
Cada tanto, de la multitud se desprenden caminantes, que quieren abrazar o simplemente chocar las manos con los milicianos de la Resistencia, que uniformados y con sus armas apuntando al suelo reciben los buenos deseos de ese pueblo agradecido por su lucha.
De pronto, como abstrayéndose del significado agridulce que tiene esta movilización, también se pueden observar abrazos conmovedores entre quienes se descubren entre la multitud y comprueban que “no están muertos” como tanto temían. Lo dicen a gritos, se saludan repitiendo sus nombres, y provocan que otros se sumen al pequeño festejo. Son pobladores de distintas zonas, algunos de ellos familiares a los que se creía enterrados bajos los escombros, pero que están allí marchando, imaginando encontrar en este oscuro final del túnel una posibilidad de reconstruir la vida.
Son cientos de miles, que a veces, para animarse cantan o gritan las tradicionales consignas de apoyo a la Resistencia, como bien se demostró el día en que fueron liberadas las prisioneras soldadas de la ocupación. Capítulo aparte son esos millares de voluntarios de la Defensa Civil, que el gobierno de Hamas en Gaza, colocó a lo largo del camino y en la meta de llegada, para atenderles y procurar que no haya más victimas, ya que no son pocos los enfermos entre quienes hacen esfuerzos por desplazarse.
Ellos mismos, estos y estas esforzadas caminantes, son también el mejor ejemplo de lo que significa resistir. Nunca pensaron en dejar su amada tierra. No dudaron ni siquiera cuando, agotados por ver tanta muerte a su alrededor, o por salvarse de milagro en esos días que sus improvisadas tiendas de campaña eran arrasadas por el fuego de las bombas de fósforo, apretaron los dientes y siguieron peleando por vivir. Son los mismos que desoyeron las órdenes del enemigo que los inducía a marchar a Egipto o Jordania. Jamás flaquearon en su orgullo de sentirse palestinos y palestinas, y recogiendo las cuatro cosas que se salvaron del fuego o de las demoliciones, se desplazaron del norte al centro, del centro al sur, y así indefinidamente cuantas veces fue necesario. Así, se fueron dando cuenta día a día que la mayor de las victorias consistía precisamente en no abandonar el sitio donde sus antepasados construyeron, con el mismo tesón y el coraje que ellas y ellos ponen ahora, ese bastión de dignidad llamado Gaza. Que es lo mismo que decir Yenín, Nablus, Hebrón, Tulkarem, Jerusalén y cualquier enclave resistente en la Palestina ocupada.
Ya están llegando, hay lágrimas en los ojos de muchos, y otra vez esa sensación ambivalente de tristeza y alegría por haber ganado otra pequeña gran batalla, la del Retorno.